Oleg Sokolov
La batalla de Austerlitz, una lucha salvaje y frenética, fue testigo de una de las cargas de caballería más espectaculares de la historia.
El combate de los chevalier gardes rusos contra la caballería de la Guardia Imperial francesa en la batalla de Austerlitz /
Anatoli Telenik
Al grito repetido de «¡Viva el emperador!», los cazadores y los mamelucos de la Guardia Imperial de Napoleón se lanzaron a un galope desenfrenado. Los húsares y los guardias a caballo rusos tuvieron tiempo de dar dos pasos y tomar ímpetu antes de la carga. El furioso torbellino de los «centauros» napoleónicos se abalanzó sobre aquella masa, casi inmóvil, de jinetes rusos. Los enloquecidos golpes de sable de los cazadores a caballo, el silbido de los sables curvos de los mamelucos y los brutales gritos de los combatientes llenaron durante unos instantes la meseta de Pratzen. El combate fue furioso pero breve. Los rusos, arrollados y dispersos, huían al galope, perseguidos por una fogosa oleada de jinetes franceses. Los escuadrones de Rapp se lanzaron con todas sus fuerzas contra todo lo que encontraban en su camino, segando al enemigo con sus sables, arrollándolo y haciendo prisioneros... Al mismo tiempo, por la orilla opuesta del riachuelo, se acercaba al dique el segundo escalón de la Guardia rusa. A su cabeza marchaban cinco escuadrones de los chevaliers gardes y dos sotnias de cosacos. Los escuadrones del mejor regimiento montado de Rusia no solo estaban al completo –¡800 hombres en cinco escuadrones!–, sino que los soldados iban ataviados con el uniforme de desfile más perfecto que pudiera haber.
En la mañana del 2 de diciembre, el regimiento todavía estaba a catorce kilómetros de Austerlitz, sus oficiales desconocían que ese día tendría lugar una batalla general, y solo se enteraron de que la batalla había comenzado debido al ruido de los cañones. «Tras pasar Austerlitz –cuenta el príncipe Repnin–, vimos todo el horizonte cubierto por el combate». Acababan de atravesar el arroyo de Rausnitz [actual Rousinov] por el dique de Walkmuhle cuando llegó el gran duque Constantino, que gritó dirigiéndose a ellos: «¡Salvad a la infantería!».
Los chevaliers gardes espolearon sus caballos y, al subir desde el valle, «vieron ante sí a los soldados del regimiento Semionovski, cercados por la caballería francesa, que se batían para salvar sus banderas. En los alrededores, no se veía ninguna tropa rusa, solo algunos grupos de fugitivos y, como fondo general de aquel cuadro, la muralla de la infantería francesa». Aquel fue el bautismo de fuego de los chevaliers gardes. Ni los oficiales del regimiento –la élite de la aristocracia de San Petersburgo–, ni los soldados, reclutas de elevada estatura, los mejores desde el punto de vista físico, habían aspirado aún el olor de la pólvora. Pero nobleza obliga: eran el primer regimiento montado de la Guardia rusa y, pese a la sorpresa y pese a lo catastrófico de la situación, los chevaliers gardes, se desplegaron para la carga. Las trompetas dieron la señal. Los escuadrones, vestidos con sus uniformes de una blancura inmaculada y tocados con sus cascos de cimera con crines, se lanzaron al encuentro del enemigo.
La carga de la nobleza rusa
no necesitaban elegir sus objetivos, les bastaba con atacar directamente y de frente. Por ello, los tres primeros escuadrones, embistieron contra la infantería francesa, y los escuadrones 4º y 5º lo hicieron contra la caballería de Rapp. Al ver la carga de la caballería rusa, los tiradores franceses retrocedieron sin perder un instante. El general Drouet detuvo sus batallones, los formó en orden cerrado y ordenó abrir fuego a quemarropa al paso de la caballería. Las bajas de los tres primeros escuadrones de jinetes de la Guardia no fueron muy importantes, pero era imposible resistir al fuego cruzado de toda una división, de tal manera que tuvieron que retroceder en medio de una gran confusión.
Rodeado por todos lados
En cambio, los escuadrones 4º y 5º penetraron en las filas de los cazadores a caballo y los mamelucos franceses y se entabló una feroz escaramuza. Los guardias a caballo y los húsares, que antes habían sido arrollados, recuperaron fuerzas y se arrojaron de nuevo al combate. Había llegado el momento de una dura prueba para la caballería de la Guardia Imperial francesa y, personalmente, para Rapp. ¡Trataron de rodearlo por todos lados, lo alcanzaron en la cabeza y su caballo resultó herido en cinco ocasiones! Pero el éxito de los jinetes rusos no duró mucho.
Los granaderos a caballo franceses entraron en acción sobre sus enormes monturas negras. La leyenda cuenta que se metieron en la pelea gritando: «¡Hagamos llorar a las damas de San Petersburgo!».
El combate fue terrible. Todos se mezclaban en una lucha salvaje y frenética: los cazadores a caballo, los chevaliers gardes, los granaderos a caballo, los guardias a caballo rusos, los mamelucos... Fue una de esas raras ocasiones en que un enfrentamiento de caballería se decidió en un cuerpo a cuerpo encarnizado y sangriento. Durante un cuarto de hora solo se oyeron los gritos furiosos de los combatientes, el tañido del acero y los estertores de los caballos. Coignet, un granadero a pie de la Guardia Imperial, recuerda: «Hubo una pelea de varios minutos, todo era confusión, no se sabía quién vencería. Nos habían hecho avanzar a paso de carga para apoyar aquella lucha [...] y creíamos que había llegado nuestra hora». Pero la hora de Coignet no llegó. La maraña de jinetes vaciló, se estremeció y, de repente, se lanzó en dirección del estrecho dique de Walkmühle... La Guardia a Caballo rusa había sido derrotada.
Para saber más
No hay comentarios:
Publicar un comentario