Manuel P. Villatoro
La mayoría de «ludus» romanos contaban con dos luchados zurdos porque su forma de combatir desconcertaba a los contrarios y les otorgaba ventaja en la arena.
Los gladiadores eran las estrellas de la Antigua Roma. Sus combates eran capaces de llenar desde modestos anfiteatros, hasta gigantescos edificios como el popular Coliseo que todavía hoy puede visitarse. La leyenda que gira en torno a ellos ha sido sin embargo exacerbada por el cine y la literatura. El ideal romántico les muestra como unos feroces guerreros que luchaban hasta la muerte jaleados por los entrenadores. Un error fatal, pues el coste que suponía su adiestramiento hacía que apenas fallecieran en la arena un 20%. Por el contrario, la realidad es que formaban parte de un espectáculo en el que no primaba la sangre, sino demostrar la destreza y la habilidad ante el público.
Estudiosos como el doctor en Historia Alfonso Mañas (autor de «Gladiadores. El gran espectáculo de Roma») definen el «combate gladiatorio» como «uno de los deportes de la Antigüedad». Una suerte de fútbol del Imperio Romano en el que el entrenamiento era clave para derrotar al contrario. Y en este espectáculo había ciertas «superestrellas». Hombres que eran mejor considerados que el resto gracias a una casualidad provista por el destino: su capacidad para usar la mano izquierda en la lucha. «Si el individuo era zurdo (“scaeva”) se le estimaba mucho más debido a que la mayoría de competidores eran diestros y […] estos se sentían desconcertados durante el enfrentamiento», explica el experto en la mencionada obra.
Tal era su reconocimiento y su fama, que en los carteles de la época solía especificarse si el luchador era zurdo. Y otro tanto ocurría con los protagonistas de este espectáculo, quienes presumían de su condición e, incluso, hacían grabar esa característica en su epitafio. El mismo emperador Lucio Aurelio Cómodo Antonino (famoso por combatir en los anfiteatros como un gladiador más) solía insistir en su condición de «scaeva» y adoraba que esta se señalara en las inscripciones de las estatuas que se erigían en su honor. Mañas explica en su obra que, en definitiva, estos hombres tenían una fama casi legendaria dentro y fuera de la arena e incide en que obligaban a sus contrincantes diestros a aprender a luchar con ambas manos para partir en igualdad de condiciones.
Reclutamiento
El hallazgo de un «scaeva» no era casual. Requería de un trabajo constante por parte del lanista, el dueño del «ludus» en el que se compraba y entrenaba a los gladiadores. Todo comenzaba con la llegada de los nuevos reclutas. La mayoría, esclavos y voluntarios con el suficiente naso como para poner su integridad física en juego a cambio de paladear las suculentas mieles de la gloria que se adquiría en aquel espectáculo. El profesor emérito de la Universidad de California Robert C Knapp así lo señala es su concienzuda obra «Los olvidados de Roma», en la que confirma que no era extraño que los «hombres libres» decidieran formar parte de la familia gladiatoria.
Una vez en la arena del «ludus», aquellos desgraciados recibían una espada roma de madera y pasaban por varias pruebas en las que se analizaban sus capacidades. En este primer punto no se prestaba especial atención a la mano con la que combatieran, sino más bien a si podían ofrecer o no un buen espectáculo en la arena. Se estudiaban su velocidad, sus capacidades físicas, su agilidad... y un largo etc. Si demostraba no ser demasiado ducho en el arte de la lucha, el aspirante era enviado a los «gragarii», grupos grandes que combatían en conjunto para suplir su torpeza. En caso contrario se le mandaba a aprender el oficio de verdad. Si era más robusto, a las armas pesadas y, si era más liviano, a las ligeras.
El soldado capaz era conocido a partir de entonces como «tiro» o «novicius» (condición que no perdía hasta superar su primer combate) y pasaba a ser entrenado por dos personajes. El primero era el «doctor», un gladiador retirado que había destacado en la arena en un tipo determinado de lucha y que instruía a sus pupilos a nivel teórico debido a su avanzada edad. El segundo era el «magister», un veterano de los anfiteatros más joven que no tenía problemas a la hora de enfrentarse a los reclutas y mostrarles, de primera mano, las mejores técnicas para derrotar a sus enemigos. A continuación, el aspirante combatía (con armas romas, eso sí) contra sus compañeros para empezar a curtirse. El mismo César hizo referencia a esta estructura en uno de sus múltiples escritos: «El lanista hacía a los gladiadores entrenar a los tirones».
«Los jóvenes aprendían de los más veteranos, y sentían verdadero respeto y admiración por los doctores -auténticos supervivientes y antiguas estrellas de la gladiatura-. Probablemente también admiraban al lanista, si este había comenzado como gladiador, pues representaba el triunfo del gladiador, de lo que este podía llegar a ser en la vida (i.e. un empresario próspero). Los jóvenes aprendían de estos supervivientes de la arena sus técnicas y estrategias, y también oían de ellos las leyendas e historias del oficio, los relatos de las vidas de los gladiadores famosos», completa Muñoz en su obra. En todo caso, la clave durante esta etapa era averiguar qué tipo de arma era más adecuada para cada combatiente y descubrir algo igual de importante: si era zurdo o no.
Peligrosos y desconcertantes
La mayor parte de los autores coincide en que, durante este proceso inicial de selección y primeros golpes de espada, se prestaba especial atención a los combatientes zurdos. Mañas (cuya tesis doctoral versó sobre las luchas en la arena) afirma en su obra que a estos hombres se les estimaba mucho más en los «ludus» por su capacidad para desconcertar al rival. «Es algo similar a lo que sucede hoy en el tenis o en los deportes de combate actuales (boxeo, lucha, esgrima etc.)», desvela. En sus palabras, el «scaeva» tenía una doble ventaja: estaba acostumbrado a combatir contra enemigos diestros (pues entrenaba para ello a diario) y manejaba el arma principal con la mano siniestra, algo fuera de lo común para el rival.
«Cuando se medían al zurdo todo el esquema de la lucha era inverso, debido a lo cual se sentían desconcertados. Mientras, el zurdo no tenía ningún problema en enfrentarse contra el diestro ya que con ellos era con los que combatía y entrenaba siempre», explica el autor en su obra. En sus palabras, la única dificultad que podía tener un «scaeva» era plantar cara a otro gladiador con su misma condición (evento que era conocido como «scaeva pugna»). No obstante, este problema solía ser solventado mediante el «fichaje» (si es que se puede llamar así) de un segundo zurdo para que ambos se adiestraran juntos.
El mismo jurista Domicio Ulpiano (quien vivió entre los siglos II y III) dejó constancia en sus escritos de que los gladiadores zurdos gozaban de ventaja con respecto al resto. Según explicó, podían distraer al enemigo con su mano poco hábil mientras preparaban el verdadero golpe con la contraria. Séneca el Viejo fue de la misma opinión. En sus obras insistió en que enfrentarse a un combatiente que luchaba «de una forma invertida» era «digno de mención» y una proeza.
El profesor Roger Dunkle es uno de los que ha analizado pormenorizadamente (y en base a los textos de la época) las ventajas que podía tener un gladiador zurdo en un combate en singular. Según explica en su obra « Gladiators: Violence and Spectacle in Ancient Rome», el «scaeva» podía lanzar sus golpes directamente contra el brazo del enemigo, su torso o su flanco descubierto; lo que impedía a este último cubrirse con el escudo (en el caso de que lo portara). En sus palabras, en principio esta forma de luchar podría parecer igual de molesta para nuestros protagonistas, pero la diferencia es que ellos ya llevaban muchas horas de entrenamiento combatiendo de esta guisa. A su vez, el autor afirma que estos combatientes «causaban auténtico pavor entre sus oponentes». «Su ventaja era, al final, más psicológica que física», completa.
En su tesis doctoral (« Munera Gladiatoria: origen del deporte, espectáculo de masas»), Mañas compara la forma de luchar de un «Retiarius» diestro y uno zurdo. Este tipo de gladiador se caracterizaba por combatir sin escudo ni armadura. Sus armas eran un tridente y una daga (que solía portar en la mano izquierda) y una red que llevaba en la extremidad hábil (en este caso, la derecha) y que lanzaba contra el rival para atraparle. Los retiarios «scaeva» suponían un verdadero peligro para sus contrarios debido a que arrojaban la malla desde un ángulo diferente a sus compañeros, lo que se traducía en una ruptura total de esquemas y obligaba al enemigo a estar atento, en todo momento, a sus movimientos.
Orgullosos
A pesar de que los gladiadores más destacados y famosos aprendieron a combatir con las dos manos para tratar de paliar esta desventaja, enfrentarse a un zurdo les suponía un esfuerzo extra. A su vez, los «scaeva» no solo eran peligrosos y desconcertantes, sino que también gozaban del apoyo del público. En palabras de Mañas, eran figuras míticas y casi legendarias que se enorgullecían de su condición. La misma que, siglos después, sería considerada herética. El emperador Cómodo, por poner un ejemplo, usaba la mano siniestra en los combate y le encantaba recordarlo una y otra vez a sus amigos y conocidos.
Así lo corrobora el doctor en Historia Juan Antonio Jiménez Sánchez en su tesis doctoral «Poder imperial y espectáculos en Occidente durante la Antigüedad tardía»: «Cómodo era zurdo y combatía con la mano izquierda, lo que le convertía en un temible adversario». Y otro tanto sucede con los escritos de Dion Casio, quien también dejó constancia de la insistencia del emperador en recordar su capacidad para combatir con la siniestra: «Él sujetaba el escudo con la mano derecha y la espada de madera con la izquierda, y ciertamente se enorgullecía mucho del hecho de ser zurdo».
Según Muñoz, en la actualidad existen una infinidad de indicios que corroboran lo orgullosos que se sentían los «scaeva» por ser zurdos. La primera es que su mera participación en los juegos solía ser bien recibida por los espectadores. «Abundan las representaciones de “scaevae”, sobre todo en las pinturas y grafiti de Pompeya, lo que habla bien a las claras de su popularidad. Al parecer, la aparición sobre la arena de un gladiador zurdo ya era en sí misma una atracción lo suficientemente notable como para que el evento fuese recogido en un grafiti», afirma el experto en su extensa y documentada obra.
Por otro lado, un ejemplo claro de la importancia que se le daba a su capacidad de luchar con la mano siniestra es que solían recibir motes relacionados con su condición. El apodo, concretamente, se adoptaba tras el primer combate y hacía referencia a las cualidades del gladiador. «De las 117 inscripciones referentes a gladiadores que se han encontrado en Roma, en 112 los gladiadores en ellas referidos presentan un único nombre o mote», desvela el autor. Entre ellos destacaban los que recordaban a héroes mitológicos («Hércules» o «Héctor»), pero también los que hacían referencia a que podían enfrentarse al enemigo con la izquierda («Scaeva»). Otro ejemplo es que uno de los contrincantes de Cómodo era llamado algo parecido a «Zurdito». Con todo, también era habitual que, en el caso de que se añadiese que era zurdo al lado del mote.
Para terminar, los gladiadores consideraban un privilegio de tal calibre ser zurdos que muchos incluían esta característica en sus epitafios. Para ellos era algo de lo que presumir incluso después de muertos. Así lo corroboran inscripciones como la siguiente: «D. M. Lyco lib., mur. scaev., pugna. IIII, fec. Longinas lib. contrarete fratri. b. m.» («A los dioses manes, Lyco , [hombre de clase] libre, murmillo, zurdo, 4 combates»). Y otro tanto ocurre con la siguiente, incluída en el libro de Knapp: «Severo, un hombre libre, ha luchado 13 veces. Albano “el zurdo”, también libre, luchó 19 veces y derrotó a Severo».
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