César Cervera
La Gran Compañía de Almogávares fue una unidad de mercenarios liderada por el intrépido Roger de Flor que, a comienzos del siglo XIV, fue contratada por el emperador bizantino Andrónico II Paleólogo, con el beneplácito de la Corona de Aragón, para combatir el creciente poder de los otomanos en Anatolia. La muerte del líder provocó una huida hacia adelante que marcó la fama de los catalanes allí.
Entrada de Roger de Flor en Constantinopla (1888). Obra de José Moreno Carbonero (Palacio del Senado, Madrid).
La contribución militar y comercial de los catalanes fue fundamental para la expansión mediterránea de la Corona de Aragón, en la que estaban integrados los Condados catalanes y los reinos de Valencia y Aragón, entre otras partes de lo que fue un gran imperio que iba desde Tortosa a Atenas. No obstante, para muchas regiones de Europa Oriental el recuerdo que dejaron estos españoles no fue precisamente bueno. La forma de proceder de la Gran Compañía de Oriente de los Almogávares, formada por mercenarios aragoneses, valencianos y, en un gran número, catalanes, tras el asesinato de su líder Roger de Flor, en 1305, se merecieron el poco gentil nombre de la «Venganza catalana», debido a los saqueos causados por esta infantería mercenaria.
Como le ocurrió a los Tercios de Flandes en los Países Bajos o al Ejército sueco en la Guerra de los 30 años, las acciones de pillaje y de castigo de este ejército sin cabeza, aislado y sin suministros para alimentarse quedaron impresas en el imaginario popular y en el folclore local de muchos pueblos mediterráneos.
La figura del «Katalan» es todavía un guerrero-gigante sediento de sangre que se usa para asustar hoy a los niños en algunos países balcánicos, al estilo del coco en España o del Duque de Alba en Holanda. Asimismo, si un griego quiere maldecir a alguien, le increpa: «Así te alcance la venganza de los catalanes». En Bulgaria, por su parte, las expresiones «Catalán» e «Hijo catalán» significan «hombre malvado, sin alma, torturador».
«Las crueldades de los catalanes y su nombre se conservarán siempre en la boca del pueblo griego como muestra de insulto y de desprecio», aseguró Spyridon Lambros, primer ministro de Grecia, a principios del siglo XX, como muestra de la vigencia de esta fama. Injusta, entre otras cosas, porque ni todos los almogávares eran catalanes, ni las acciones de un pequeño grupo puede definir a todo una región. Aún en 1993, la visita a la península del cantautor Josep Tero, el cual se identificó como catalán, terminó con el rechazo de varios monjes del monasterio de Monte Athos, que le impidieron la entrada en los monasterios en base a una prohibición vigente durante siete siglos a todo el que se identificara como nacido allí. Pero, ¿qué es lo que hicieron los almogávares tan graves para ganarse esta fama tan persistente?
Un ejército sin cabeza
La Gran Compañía de Almogávares fue una unidad de mercenarios liderada por el intrépido Roger de Flor que, a comienzos del siglo XIV, fue contratada por el Emperador bizantino Andrónico II Paleólogo, con el beneplácito de la Corona de Aragón, para combatir el creciente poder de los otomanos en Anatolia. La mayoría de sus oficiales eran catalanes, aunque también había mandos aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. El núcleo de la tropas procedía, de hecho, de las montañas de Aragón y Cataluña, aunque había una amplia representación de toda la Península, incluidos castellanos.
Durante dos años, estos mercenarios, que empleaban armas ligeras y combatían a pie en orden abierto, acumularon una serie de victorias contra los turcos que reforzó su influencia en el Imperio bizantino, a pesar de que su número no sobrepasó los 7.000 efectivos. No obstante, la indisciplina en sus filas y su condición de extranjeros hicieron que el nuevo Emperador, Miguel IX Paleólogo, se planteara hacerlos desaparecer de la difícil ecuación política de esta zona del mundo. De ahí que ordenara a unos mercenarios alanos asesinar a Roger de Flor y exterminar a la Compañía en Adrianópolis, mientras asistían a un banquete ofrecido por el monarca, pereciendo así unos 100 caballeros y 1.000 infantes.
A pesar de la muerte de su líder y de gran parte de sus efectivos, la Compañía logró sobrevivir y se hizo fuerte en Tracia y Macedonia, devastando durante dos años el territorio bizantino en lo que se llamó la «Venganza catalana», una aventura de crueldad y valor que evoca directamente a la aventura de los 10.000 de Jenofonte en el interior de Persia. José María Moreno Echevarría explica en su libro «Los almogávares» (1970) que «como los bizantinos ya no se atrevían a hacerles frente, se dedicaron a lo que, además de guerrear, sabían hacer tan concienzudamente: saquear. Galípoli era la base y la plaza fuerte de la hueste y desde allí se hacían correrías por todas partes, llevando el espanto a toda la provincia de Tracia. Como no disponían ni de medios adecuados ni de gente suficiente, no se dedicaban a asaltar murallas ni a sitiar ciudades populosas, pero las ciudades pequeñas y las aldeas las castigaron con todo rigor y los griegos comenzaron a darse cuenta del precio tan caro que iban a pagar por la muerte de Roger de Flor y demás aragoneses y catalanes». A decir verdad, los almogávares había mostrado su agresividad incluso antes del asesinato, aunque fue este suceso el que agravó la violencia de estos mercenarios sin lugar donde refugiarse.
Más allá de la fama y de la senda de violencia, el mayor legado de este fuga hacia delante fue la fundación de los ducados de Atenas y Neopatría, que supeditaron primero al Rey de Sicilia, perteneciente a la familia real aragonesa, y más tarde directamente a la Corona de Aragón. La aventura aragonesa de estos territorios terminó, a finales del siglo XIII, ante el empuje de otomanos, florentinos y venecianos.
El tópico del catalán avaro surgió en Italia
La mala fama de los catalanes en Grecia no fue la única consecuencia de la expansión de la Corona de Aragón. En los siglos XIV y XV, el comercio catalán adquirió extraordinaria importancia y acentuó la rivalidad entre Barcelona y las ciudades italianas que estaban bajo la esfera de la Corona de Aragón, quejándose estas urbes de los privilegios que el Rey otorgaba a los comerciantes catalanes en Sicilia y en Nápoles.
En 1297, el Papa Bonifacio VIII otorgó Cerdeña al Rey Jaime II de Aragón, que la conquistó por las armas en 1324. Asimismo, Alfonso «El Magnánimo» tomó en 1443 el Reino de Nápoles, aunque lo consideró una posesión personal y lo legó a su muerte a su hijo bastardo Ferrante. El litigio por decidir al fallecimiento de este último quién debía seguir al frente de Nápoles, que de facto pertenecía a Aragón, causó un conflicto entre los Reyes Católicos y Francia, donde el Gran Capitán resolvió en favor español con la ayuda de tropas castellanas.
Los grupos hostiles y envidiosos a la presencia aragonesa en Italia enfocaron sus insultos a los comerciantes catalanes que, como todos los pueblos que se han dedicado a este negocio, se ganaron la fama de tacaños. En «El Decamerón»de Boccaccio, el personaje catalán llamado don Diego della Ratta cuenta con todos estos estereotipos. Por su parte, el florentino Dante Alighieri en su obra la «Divina Comedia» (Paraíso, canto VIII) escribe: «Si mi hermano pudiera prever esto/ evitaría la pobreza avara de los catalanes, para no recibir ningún daño». La mejor forma de insultar a un catalán en Italia era recordar la rigidez de sus bolsillos y referir los defectos vinculados al mal comerciante.
En medio de toda esta hostilidad contra los españoles, en general, y los catalanes, en particular, la designación del valenciano Calixto III como Papa en 1455 levantó una ola de indignación por toda la península itálica. «¡Un Papa bárbaro y catalán! Advertid a qué grado de abyección hemos llegado nosotros, los italianos. Reinan los catalanes y solo Dios sabe hasta qué punto están de insoportables en su dominio», recoge una carta dirigida a Pedro de Cosme de Médici, señor de Florencia.
Peor aún fue la respuesta contra el segundo Papa borgia. El Papa Julio II –el mismo que escandalizó a Lutero en 1511 por el libertinaje que vivía Roma– definió cuando todavía era cardenal a Alejandro VI como «un catalán, marrano y circunciso» (catalogarle de circunciso era como llamarle judío). Aunque la familia Borgia era valenciana, una región de España en auge en ese momento, y nunca lo escondió, era tal el odio extendido hacía los catalanes, que la denominación se empleaba a finales del siglo XV como un insulto vinculado a la maldad y la avaricia de todos los aragoneses.
No en vano, la hostilidad contra los aragoneses, enfocada con tanta saña en la familia que dio dos Papas al mundo, formaría parte fundamental de la Leyenda Negra (esta con mayúsculas), que poco después brotó en Italia y, poco después, se replicó en Alemania y en los Países Bajos con sus características propias.
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