martes, 5 de marzo de 2019

Guerra contra Boko Haram 3. Nigeria un país saqueado.

EL MUNDO
Alberto Rojas/Santiago Diéguez/Fernando G. Calero





La mayor parte de enfermedades del mundo son comunes, están documentadas y tienen curación gracias a la ciencia. También nos encontramos las llamadas "enfermedades raras", es decir, aquellas que afectan a un porcentaje mínimo de la población y que, por su falta de rentabilidad para las farmacéuticas, no poseen fármaco que acabe con ellas. Ante nosotros ahora tenemos otro tipo que no pertenece a las dos primeras: aquella que aún no ha sido catalogada.
Ese mal se manifiesta en el cuerpo de Ahmed en forma de pústulas y costras por todo su cuerpo, incluyendo el dorso de las manos, los genitales, el cuero cabelludo y las plantas de los pies. Ahmed vive junto a su madre en Damaturu, capital del estado nigeriano de Yobe, una de las regiones del norte donde se dan índices de miseria y subdesarrollo propios de los países más pobres del mundo, pese a que no hemos salido del estado más rico de África.
Ahmed, que sufre una extraña enfermedad de la piel, junto a su madre en la modesta vivienda que ocupan en Damaturu.
Ahmed no puede moverse porque hasta parpadear le produce dolor. Está postrado sobre un colchón de espuma y bajo una mosquitera en una habitación de adobe. Llamarlo "casa" es demasiado, pero digamos que reside en ese espacio oscuro y destartalado de 2x2 junto a su madre y sus dos hermanos pequeños. Cuando ella abre la mosquitera, las moscas se posan sobre su piel, lo que también le produce dolor. No habla, pero emite un leve quejido. Nada más. Está muy desnutrido, presa de esa enfermedad sin nombre que no le permite comer ni levantar la cabeza para mirarnos. El equipo de Médicos Sin Fronteras que le atiende desde hace meses asegura que está mejor: "Antes no se podía entrar a la habitación. El olor de las heridas te tumbaba", dice una trabajadora comunitaria de esta organización. MSF lo ha tratado con todo tipo de fármacos y hasta ha enviado muestras de piel a Barcelona para ser analizadas. El resultado es inquietante: nadie sabe cómo curarlo.
Nigeria sufre un conflicto mortífero contra lo que la gente sigue llamando Boko Haram, aunque ahora se encuentre dividido en distintas facciones, pero no es Sudán del Sur, no es República Centroafricana ni es Somalia. No puede compararse con los países más pobres del continente porque su economía es la más poderosa, ya que posee enormes reservas de petróleo. Decidimos salir del área más afectada por la guerra (Borno) y dirigirnos a Yobe, donde el conflicto también existe, pero con una intensidad mucho menor.
Lo hacemos por la única carretera que sigue conectando la capital de Borno con el resto del país; las otras están en manos de los yihadistas. Está tomada por militares y policía, cuyos controles son visibles a cada kilómetro. El Gobierno sabe de la importancia de mantener este bastión y de ahí que realicen este gran despliegue.
En esa carretera vemos poco tráfico de camiones y coches, pero ninguno de motos, porque las autoridades las han prohibido, ya que es el vehículo que suelen utilizar los integrantes de Boko Haram para atacar aldeas, hospitales, mezquitas o lo que se propongan.
Según nos vamos adentrando en Yobe el ambiente parece más relajado que en Borno y el conflicto se aleja, pero se mantiene una constante: la inversión en servicios básicos es muy pobre. La seguridad social sólo cubre al 12% de la población y está colapsada. Si en Maidiguri, la capital de Borno, veíamos cómo el circo de la guerra ha llevado hasta allí a 92 ONG y a miles de militares, además de contar con un despliegue logístico enorme y con inversiones para adecentar aceras y rotondas, en Damaturu, capital de Yobe, vemos cómo la basura se acumula en las calles. Cada pocas manzanas encontramos vertederos con montañas de excrementos y charcos de aguas pestilentes donde juegan los niños y come el ganado. Y es justo, junto a uno de estos lugares donde vive Ahmed, lo que puede dar alguna pista del origen de su mal.
Vertedero con aguas fecales cercano a la casa de Ahmed, donde viven los niños de una escuela coránica.
En el principal hospital público de la ciudad, donde MSF posee un edificio para urgencias pediátricas y otro de estabilización de niños desnutridos, conocemos al pequeño Abú. Es el último paciente de cólera que ha llegado al centro. Tiene dos años y la mirada perdida. Su problema es que está tan enfermo y desnutrido que su cuerpo sufre una hipotermia. Los médicos de MSF lo estabilizan con una manta térmica para que recupere temperatura. En unos minutos lo consiguen, así que le administran la leche terapéutica que le mancha la comisura de los labios. Está conectado a un respirador que emite un sonido continuo, mientras que otra máquina suelta un pitido cada vez que el corazón del niño late en su pecho de costillas marcadas como si fueran el armazón de un barco pirata.
Abú, enfermo de cólera y de grave desnutrición, siendo estabilizado por el equipo de MSF. Tiene una manta eléctrica para recuperar la temperatura.
Fuera de esa sala de estabilización, 25 madres con sus 25 hijos llenan el edificio de desnutridos, un lugar limpio y silencioso donde los niños no lloran por falta de fuerzas y donde sólo se escuchan las aspas de los ventiladores (clap, clap, clap) y el carrito que sirve la leche a los pequeños. Algunos la beben, mientras que los que sufren vómitos la ingieren por sonda gástrica. De nuevo, uno tiene que recordarse que está en el país más rico de África y no en uno de los más pobres.
En el exterior, a la sombra de unas acacias, espera Fatimata con su hija Amina. Va ataviada con un velo azul que cubre su vestido rosa. Aquí las niñas van cubiertas, como en Somalia. Su madre retira la ropa para que veamos la enorme cicatriz que tiene en el cuello: es la huella de una operación (por decir algo) que le practicó un curandero para quitarle un absceso infectado. El agujero provocado por el matasanos fue tal que la comida se le escapaba a través de él cuando intentaba tragarla. Además, su madre dejó de alimentarla con leche materna porque se quedó de nuevo embarazada, con la creencia de que si pierdes energía alimentando a tu hijo pequeño se la quitas al bebé que llevas dentro, y eso hará que nazca enfermo. Amina padeció un tormento de malnutrición y dolores hasta que su madre se dejó de "medicina tradicional" y acudió a un doctor de verdad aquí en el hospital. La pequeña estuvo al borde de la muerte, pero ya puede comer de manera normal. Y es que el uso de curanderos es una práctica extendida en esta región, donde las creencias religiosas van de la mano de la superchería y la ignorancia.
Amina, recuperada de la enorme herida de su cuello, con un chupa chups en el exterior del centro de MSF.
Damaturu ha sufrido ataques de Boko Haram, pero en menor medida. Lo que sucede es que la guerra también está por todos lados en forma de enormes masas de desplazados de zonas en disputa, que viven o en campos o residen con sus familiares. Kulu Belouna mujer fuerte y carismática, es una de esas personas. Enviudó hace unos meses y tuvo que hacerse cargo sola de sus cuatro hijos y de los otros cuatro de la segunda mujer de su marido. Buscó trabajo y lo encontró haciendo el primer diagnóstico de niños enfermos en la admisión de la pediatría de urgencia de MSF.
Ella misma nos presenta a Mohamed y Fátima, una pareja que mantiene a ocho hijos, y los ocho, en algún momento, han pasado por el centro de desnutridos. Su padre, que tiene además otros cinco hijos con otra esposa, toma la palabra. Y no está feliz: "Ningún niño debería ir vestido como los míos. Tenemos tanto petróleo que deberíamos competir con Francia o Reino Unido, pero mira cómo estamos y el liderazgo que tenemos", comenta.
Zainab, desplazada por Boko Haram, casi recuperada de una malnutrición severa y a punto de recibir el alta, en Maidiguri.
Nigeria ya es hoy el país más poblado del continente africano con casi 200 millones de habitantes y en 10 años será el tercero de todo el planeta. Uno tiene la sensación de encontrar gente en los lugares más insospechados: en medio de una carretera árida, en una rotonda o bajo un puente.
Si sigue creciendo a ese ritmo, el país se enfrenta a una bomba demográfica que puede terminar de colapsar al Estado, una democracia vigilada y gobernada por antiguos dictadores militares (por ejemplo, Buhari, su presidente actual, dio un golpe de Estado hace décadas) y cuyo sustento presupuestario (el 74%) depende del crudo, pero se pierde en parte por la enorme corrupción política a todos los niveles.
En pocos escenarios se aprecia tanto el nulo reparto de riqueza que en Nigeria. En el centro de ciudades como Damaturu o Maidiguri vemos enormes mansiones que harían sonrojar a multimillonarios saudíes o europeos, pero unos metros más allá conviven con la miseria sin horizonte de decenas de miles de personas, parias de este estado no fallido, sino saqueado.
Viaducto en el centro de Maidiguri sobre un río en el que bebe el ganado y se bañan los niños.
Lo mismo sucede en la capital, Abuja: enormes avenidas limpias, ordenadas, bordeadas de viviendas de lujo ajardinadas donde aparcan grandes todoterrenos y algún Ferrari, centros comerciales y seguridad privada por todos lados. Alrededor, un gran anillo de pobreza concentrado en insalubres barrios de chabolas que tienen el tamaño de grandes ciudades europeas, pero servicios sanitarios propios de la Edad Media.
Nigeria son dos países en uno. El norte musulmán, pobre, árido, subdesarrollado y el sur, más verde, próspero, cristiano. Existe un interés enorme por preservar ese Estado del que muchos no se sienten parte, por identificación o abandono. Las elecciones marcarán si siguen juntos o si la división de acentúa. Y Boko Haram votará a su manera.

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