viernes, 14 de junio de 2019

75 años del desembarco de Normandía. III

EL MUNDO
Alberto Rojas


Caen / Vimoutiers

Alain Coppel lleva toda la ocupación nazi acumulando botellas de champán en su casa junto a la playa de Utah. Ha conseguido juntar 99. Cuando ve llegar a los militares aliados corriendo con sus armas por los caminos hacia el interior, las reparte una a una. Hay alemanes esperándolos ocultos por toda la zona, pero ninguno de esos soldados le niega un trago. La imagen de esa primera casa liberada por los recién desembarcados se repetirá en cada uno de los pueblos y ciudades que atraviesen desde Normandía hasta la frontera con Alemania. Vino, flores y besos para los recién llegados.
Por desgracia, ese ritual viene acompañado de otro más atroz. Simone Thoseau, de Chartres, tiene 23 años y un hijo. Una turba de vecinos le rapa la cabeza, le marca la frente con un hierro candente con forma de esvástica y la pasea por la calle Beauvais, en el centro del pueblo, como humillación pública. Será insultada, escupida, vejada y expulsada de la localidad para siempre. Su delito, aunque nunca sido juzgada por ningún tribunal, es haber tenido relaciones con las tropas alemanas de ocupación. O sea, colaboracionismo.
Hasta 20.000 mujeres sufrirán la misma práctica, fomentada por la resistencia francesa como parte de una "limpieza" necesaria. Cuando los aliados lleguen a Alemania, los nazis harán lo mismo con aquellas mujeres que colaboren con los aliados. Los soldados yankis asisten a estos espectáculos horrorizados, pero no se atreven a interponerse para no causar problemas con la población civil. El reportero Robert Capa fotografía a Simone Thoseau cuando la turba añade a sus padres a la humillante comitiva.
Reconstrucción con uniformes y aviones originales de la Segunda Guerra Mundial sobre el aeródromo de Duxford, usado también durante la contienda. / ALBERTO ROJAS
Viajamos en coche siguiendo la ruta que tomaron los aliados desde las playas hacia el interior de Normandía. Las carreteras, atestadas de turistas, muestran cual es la industria más rentable para la región, sobre todo durante estos días. En Caen, ajenos a los homenajes, cientos de inmigrantes subsaharianos sin papeles se esconden en las rotondas que dan acceso al puerto para intentar esconderse en los camiones que viajan en ferry al Reino Unido.
La crisis económica ganadera, unida el desempleo, inflaman discursos populistas. "La percepción de los problemas es inversamente proporcional al tamaño de los mismos", dice Ulrike, una francoalemana que alquila habitaciones en Caen. "Vivimos muy bien, la criminalidad es escasa y el Estado francés mantiene enormes coberturas sociales, pero votamos a Le Pen para que se cargue todo lo que hemos conseguido", comenta indignada.
Paracaidistas de la 101st Airborne Division capturan a un grupo de militares alemanes el Día D. / US National Archives
Según los planes trazados por Eisenhower, la ciudad de Caen tenía que ser conquistada en dos días, pero fueron 11. Engañado por el espía español 'Garbo', que dos días después insiste en que el verdadero desembarco será en Caen, Hitler tarda en mover sus 10 divisiones blindadas hacia las playas, pero cuando lo hace tiene consecuencias devastadoras.
Ya no son los reclutas de las playas. Estos son fanáticos de las SS. El paisaje verde de Normandía no ha cambiado desde el Día D. Sigue dividido en parcelas enmarcadas por matorrales y árboles, lo que los normandos llaman 'bocage', una gran ventaja para los defensores alemanes, que se ocultan tras estos grandes setos. Cada campo de siembra es como un edificio de Stalingrado. Hay que tomarlo metro a metro.
Campamento en Sainte Mère Eglise, en el corazón de Normandía, con turistas visitando los tanques Sherman, aún en funcionamiento. / ALBERTO ROJAS
Las casas siguen usando el ladrillo rojo y la piedra gris, como se aprecia en las fotos antiguas. Las vacas destacan sobre el pasto como las cruces de los cementerios de la batalla. En el avance hacia el interior, los soldados aliados se encuentran al fin con su enemigo más temido, el carro Tiger, impenetrable en su blindaje frontal, lento y caro pero armado con el mejor cañón de la Segunda Guerra Mundial, el 88 milímetros.
Su aparición provoca el pánico en las tripulaciones de los tanques Sherman de Estados Unidos, rápidos, fáciles de reparar, pero muy vulnerables. En la población de Villiers-Bocage, el as alemán de la guerra blindada Michael Wittmann destruye con su Tiger hasta 14 tanques aliados y 15 vehículos de transporte en solo 15 minutos. Todo lo que le disparan rebota en su caparazón y todo lo que dispara él revienta a su paso. La noticia se expande entre los carristas estadounidenses como un virus. Corre una estadística: necesitamos cinco Sherman para acabar con un Tiger. Para destruirlos hay que atacarlos desde el aire con aviones. El poder aéreo de los aliados, dueños del cielo en Normandía, decantará el destino de la batalla y de Europa.
Tropas de EEUU caminan hacia un búnker alemán cerca del pueblo de Colleville sur Mer. / US National Archives
"La aviación aliada provoca el caos en la retaguardia alemana. Bombardea líneas de comunicación, vías del tren, carreteras, locomotoras, estaciones de radar... Dos ejércitos alemanes fueron destruidos en Normandía, incluyendo dos divisiones panzer, la élite del ejército alemán. Creo que eso habla muy bien de ese esfuerzo aliado", dice James Holland, autor de de 'Normandy '44'. Muchas de esas tropas quedaron atrapadas en el llamado "corredor de la muerte", la bolsa de Falaise, que dejó 10.000 muertos y 50.000 prisioneros alemanes. Falaise queda muy cerca de Camembert, la cuna del queso del mismo nombre. En pocos lugares de Francia puede uno hoy comer mejor y más barato que allí.
Perderse por las carreteras comarcales normandas es fácil. El GPS se desorienta en algunas zonas rurales. La suerte desea que nos encontremos de frente con uno de esos Tiger abandonado por los alemanes en Vimoutiers cogiendo óxido, pero conservando la misma apariencia enorme y monstruosa que tenía en junio de 1944.
El veterano Keith Martin, que combatió en uno de esos bombarderos aliados, asegura que no tenía ni idea de lo importante que era para Europa ganar aquella batalla. "Uno está sentado en el avión, escuchando el fuego antiaéreo, viendo como otros aviones son alcanzados y caen en llamas, y sólo piensas en salvar la vida. Mi obsesión durante aquellos días era pensar en el desayuno del día siguiente. La experiencia de sentarme en la mesa a comerlo significaba que estaba vivo un día más".
Tanque Tiger alemán en Vimoutiers, en la zona interior de Normandía. / ALBERTO ROJAS
Hay muchas teorías que aseguran que, en 1944, con el enorme desgaste sufrido en el frente ruso, Hitler ya tenía perdida la guerra y, por tanto, que el desembarco aliado en Normandía no tiene tanta importancia. Según dicen los historiadores que más han investigado el asunto, estas teorías están equivocadas: "El Día-D marca el principio del final de la ocupación nazi del oeste de Europa. No había un plan B. Si la operación hubiera fallado el Führer podría haber aguantado en el poder mucho más tiempo", afirma Alex Kershaw, autor de La primera oleada.
Para Holland, "Normandía marca sin duda el punto álgido de la contienda. Hitler ya no podía ganar la guerra, pero es difícil vencer a un país que no quiere darse por vencido. El Día D marca no sólo el desmoronamiento del régimen nazi, sino que define el mundo que vendrá en la posguerra". Los aliados no sólo desembarcan en Francia para derrotar a los nazis, sino para llegar a Alemania lo antes posible y frenar las ansias expansionistas de otro régimen terrible, la Unión Soviética de Josep Stalin, que tiene a mano Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía...
Churchill, en su maloliente búnker de Whitehall, le comunica que el desembarco ha tenido lugar y que espera que, ese segundo frente, alivie las penurias que sufre Rusia cuanto antes. Roosevelt, ya muy tocado por la mala salud, sí que tiene un plan B. En secreto fabrica un arma que no desea usar, pero que está concebida para lanzarse sobre Berlín en caso de que Hitler se niegue a rendirse. Podría acabar con la capital alemana al completo. La victoria en Europa llegará antes de que esté preparada y Roosevelt morirá antes de ver la bomba atómica arrasando Hiroshima y Nagasaki.
Diario de la secretaria de Churchill durante el Día D, conservado en su búnker de White Hall en Londres. / ALBERTO ROJAS
A la terminal del ferry de Caen llega un anciano algo encorbado, elegantemente vestido, con sus medallas en la solapa. Los veteranos del Día D, los pocos que quedan, llegan a Normandía para rendir homenaje a sus compañeros caídos. Todo el personal de seguridad, las vendedoras de tickets y los turistas que esperan a embarcar se levantan y rompen a aplaudir. El hombre llora y se lleva la mano al pecho emocionado.
En junio de 1944, el Tercer Reich acelera sus crímenes, englobados en decretos como la llamada Solución Final o Noche y niebla, lo que supone la eliminación de pueblos enteros. Muchos saben que la guerra está perdida y se sienten asqueados por el antisemitismo y las decisiones delirantes de Hitler en los frentes de batalla. Erwin Rommel, comandante de los ejércitos alemanes en Normandía, decide apoyar la operación Valkiria un mes después de los desembarcos para atentar contra el Fürher. Por desgracia, la bomba de Von Stauffenberg no mata a Hitler. La suerte de la batalla de Normandía está echada. La guerra en Europa continuará al menos un invierno más.

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