Javier Arroyo
Un ataúd romano de plomo en excelente estado de conservación ha sido hallado en las obras de remodelación de un edificio en el centro de Granada.
Los operarios extraen el sarcófago hallado en Granada. FERMÍN RODRÍGUEZ
Los arqueólogos no esperaban ningún gran descubrimiento, quizá material de la época musulmana sin mayor trascendencia. No era más que una prospección en el centro histórico de Granada, obligatoria para cualquier obra que quiera profundizar en el subsuelo y con la que se pretende descartar que existan restos históricos. Los trabajos se desarrollaban con la normalidad esperada. Algunos restos de la época cristiana. Algunos de la árabe. Nada relevante. Pero antes de levantar el campo, el equipo de arqueólogos decidió llegar un poco más abajo. Y allí estaba. A 2,5 metros de profundidad apareció una tumba romana cubierta de piedra arenisca y barro. Aún nada sorprendente en principio para Ángel Rodríguez, el arqueólogo responsable de la prospección del edificio Villamena, junto a la catedral de Granada. Pero al quitar la losa, ligeramente aplastada, apareció un sarcófago de plomo. Eso sí fue una sorpresa.
Estamos entre el siglo II y el IV después de Cristo. Los sarcófagos de plomo no eran frecuentes. En Andalucía, además de caros, eran difíciles de conseguir porque solo se fabricaban en una industria de Córdoba. Por tanto, “probablemente es de una familia adinerada, pero eso no significa que vayamos a encontrar grandes joyas en su interior”, explica Rodríguez, que piensa que el sarcófago será, a falta de la datación exacta que se hará próximamente, del siglo II o III, no más. El ajuar no tiene por qué ser especialmente rico porque, cuenta, lo de mucho valor se quedaba fuera, “para los vivos”.
El verdadero interés de este tipo de sarcófago, del que apenas se han encontrado una decena en Andalucía —y no siempre en buen estado o sin expoliar—, está en que el plomo conserva los restos especialmente bien. Eso significa que, si todo va como los arqueólogos esperan, dentro habrá un cuerpo, un ajuar y textiles probablemente muy bien conservados y, por tanto, se extraerán muchas conclusiones que permitirán "conocer bastante del ritual de inhumación”, sostiene Ángel Rodríguez.
El sarcófago se localizó el jueves pasado y este miércoles ha sido ya trasladado al Museo Arqueológico y Etnológico de Granada. Allí aguardará unos días hasta que se defina exactamente cómo proceder a descubrirlo. Un equipo multidisciplinar de antropólogos físicos, restauradores y arqueólogos será entonces quien viva el emocionante momento de la apertura. ¿Qué futuro espera a lo que se halle en el interior? “El cuerpo irá al laboratorio de antropología forense de la Universidad de Granada y el propio sarcófago y el ajuar quedarán en el museo para ser estudiados”, resume el arqueólogo jefe.
Granada tiene un centro histórico que, en realidad, no siempre lo fue. En época romana, el epicentro de la ciudad era el Albaicín y lo que hoy configura el centro histórico era, sencillamente, una zona rural periurbana. Pero tenía una peculiaridad: estaba bañada por el río Darro, una corriente de agua que hace casi un siglo dejó de verse a cielo abierto en esa parte de la ciudad y pasó a descender embovedada a lo largo de un par de kilómetros. Y ahí, en ese lugar entonces rural, ha aparecido el sarcófago plúmbeo. Eran “zonas de cultivo fuera de la ciudad romana, en el margen del río Darro. No se trata de un cementerio. Sin embargo, quizá por la influencia del Darro, debía tener alguna significación especial como área funeraria”, asegura Rodríguez, quien recuerda que en 1902 apareció un ataúd similar que “fue expoliado por los trabajadores que lo descubrieron” antes de que llegara el primer científico, que solo encontró “unos huesos”.
El sarcófago de plomo pesa entre 300 y 350 kilos y sus dimensiones son como las de cualquier ataúd clásico: 1,97 metros de largo y 40 centímetros de alto. Algo más ancho en la cabecera (0,56 metros) que en los pies (0,36). En una primera inspección, ha respondido el arqueólogo responsable, “no tiene inscripciones aparentes, aunque aún tiene barro y arena; veremos cuando lo limpiemos”. La procedencia sí la da por segura: “Córdoba, el único lugar donde se fabricaban ataúdes de plomo”. Su exterior ya ha aportado numerosas pistas. En unas semanas, será el turno del interior, algo que los científicos esperan con emoción.
ALHÓNDIGA, CÁRCEL, BANCO
El edificio de Villamena, bajo el que ha aparecido el sarcófago, es un lugar con mucha historia. Ya en época romana se hizo un hueco como espacio relevante. En el siglo XI los comerciantes genoveses establecieron allí su alhóndiga, una especie de embajada comercial donde compraban la seda y el azúcar, explica Rodríguez, que vendían por toda Europa. A este lugar llevaban productos de lujo europeos para vender en la urbe. Los Reyes Católicos, en el siglo XVI, ceden el edificio a la ciudad, que se convierte en cárcel durante más de cuatro siglos, hasta 1930. La última función que tuvo fue la de oficina bancaria y allí es dónde, exactamente debajo de una impresionante puerta de caja fuerte que hace tiempo que no guarda nada, ha aparecido el sarcófago de plomo.
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