Miguel Ángel Criado
Un estudio muestra la similitud del ADN respecto a otros habitantes de la Península y pueblos europeos pese a la prolongada presencia árabe.
'La rendición de Granada' (1882). Boabdil, el último rey musulmán, rinde Granada a los Reyes Católicos, en un cuadro de Francisco Pradilla y Ortiz que se guarda en el Senado. GETTY IMAGES
Almerienses, granadinos y malagueños tienen tanto de africanos como los gallegos o castellanos. A pesar de la larga presencia árabe y norteafricana en esta porción de España, un estudio genético muestra ahora que su huella genética en el sur apenas ha pervivido. Ni siquiera hay diferencias genéticas significativas con otros pueblos europeos.
Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado el ADN del cromosoma Y, de transmisión patrilineal y presente solo en los varones, de casi 150 andaluces de las provincias de Almería, Granada y Málaga. Junto a porciones limítrofes, formaron el grueso del reino nazarí de Granada, la última entidad política musulmana española hasta la derrota de Boabdil en 1492. Sería de esperar que allí donde se mantuvo la presencia árabe y norteafricana más tiempo, su huella genética fuera mayor.
"Pero el legado genético norteafricano en esta zona es igual al de otras regiones de España, incluso menor que en algunas, como en partes aisladas de Galicia", explica la investigadora del Laboratorio de Identificación Genética de la UGR y coautora del estudio, María Saiz. La lógica de la historia induce a pensar que debería de haber un gradiente norte-sur de la huella genética norteafricana en la geografía española que fuera casi en paralelo al avance cristiano. Sin embargo, este trabajo muestra lo contrario, con un peso genético africano en el sur que es igual o inferior al observado en el norte en otros estudios.
Almerienses, granadinos y malagueños tienen tanto de norteafricanos como castellanos o gallegos
La investigación, publicada en Scientific Reports, desvela que el haplogrupo (variaciones genéticas que permiten determinar el posible origen geográfico) más común en la muestra también está presente hasta en el 70% de los europeos, en particular en los del sur y el este de Europa. De hecho, la distancia genética con italianos, croatas, serbios o griegos es mínima. El segundo haplogrupo más frecuente es el E1b1b1, presente en el 11% de los analizados. Dentro de él, el 4,79% portan un subhaplogrupo (E1b1b1b) que llevan más del 80% de los marroquíes de origen bereber. Pero es un porcentaje que se había encontrado ya en otras poblaciones de España.
"La presencia de haplogrupos típicamente africanos en la población de Granada, Málaga y Almería no es significativa cuando se compara con las frecuencias de estos en poblaciones europeas, tanto mediterráneas como del norte de Europa", explica Saiz.
Los autores de la investigación intentaron relacionar genética con antroponimia. Como el cromosoma Y, en España el apellido también se transmite de padres a hijos. Así que buscaron una conexión entre los 108 apellidos de la muestra (alguno se repetía) y su haplogrupo. La mayoría de ellos eran de origen castellano, pero no encontraron una vinculación clara. Por ejemplo, quienes compartían apellido y no tenían relación de parentesco, mostraron una distancia genética similar entre ellos que la que tenían con otros de los estudiados. De los seis apellidos de origen árabe, solo uno identificaba a una persona con ancestros de la península arábiga.
El haplogrupo más común entre la muestra andaluza es el mismo que domina en el resto de Europa
La porción musulmana de lo que sería España aguantó en el sur de la península Ibérica al menos 300 años al avance de los reinos cristianos. Pero ese tiempo extra no ha dejado rastro extra. Aunque los autores del estudio son genetistas y no historiadores, creen que una posible explicación a estos resultados podría estar en la expulsión de los moriscos.
En el contexto de la intolerancia religiosa de la época, la rebelión de Las Alpujarras (1568-1571), provocó la dispersión de los rebeldes granadinos por el resto de Castilla. Además, preparó el terreno para que Felipe III ordenara la expulsión de todos los moriscos a comienzos del siglo XVII. Aunque la mayoría salieron de los reinos de Valencia y de Aragón, aquella dispersión previa y la repoblación con gentes de otras partes del reino, en palabras de Saiz, "borró aún más el legado genético norteafricano en el sur".
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