Ángel Gómez Fuentes
Abren al público el laberinto de galerías y los hornos gigantescos donde los esclavos quemaron los bosques que circundaban la Ciudad Eterna para calentar el agua.
El lujo cubría cada milímetro de las imponentes ruinas actuales de las Termas de Caracalla.
No es un misterio que las entrañas de Roma están llenas de secretos. Siempre que se desvela uno, es una emoción. Y así ha ocurrido con el último: Por primera vez se han abierto al público los subterráneos secretos de las Termas de Caracalla, uno de los más grandiosos ejemplos de baños públicos del Imperio Romano. Se trata de una de las visitas más sugestivas que se pueden hacer sobre la antigua Roma.
A seis metros de profundidad se entra en un laberinto de galerías que acogían a las instalaciones hidráulicas y los hornos, las calderas y las chimeneas que calentaban el agua para garantizar el máximo del bienestar a los 5.000 romanos que diariamente acudían a los baños de las Termas de Caracalla, a pocos pasos del Circo Massimo y del Coliseo. Ahora se puede ver por primera vez uno de los 50 gigantescos hornos de ladrillos que mantenían el agua caliente las 24 horas del día.
«Este es el corazón tecnológico de las termas», destaca Marina Piranomonte, directora del monumento que se inauguró en el año 216 d.C. Las paredes de 36 metros de altura dan idea de la grandiosidad del complejo, donde se podía gozar de una piscina de dimensión olímpica, 40 restaurantes, salas de masajes, dos espléndidas bibliotecas y salones de belleza. El lugar era mágico, de sublime bellezza: maravillosos mosaicos en los pavimentos, estatuas en 156 nichos, imponentes esculturas, los techos artesonados en las bóvedas que alcanzaban cincuenta metros de altura, luz natural que se difundía suavemente en el interior…
Cientos de esclavos
En las plantas subterráneas, centenares de esclavos quemaban decenas de toneladas de leña cada día para calentar el agua y los diversos ambientes, en particular el majestuoso «calidarium» de planta circular con diámetro de 34 metros, cubierto por una cúpula sostenida por 8 pilares, y con siete piscinas de 12 metros con el agua a 40º C. En los 3 kilómetros de galerías, de 6 metros de diámetro, los carros llenos de leña retumbaban por ese laberinto durante todo el día.
«La leña se cargaba en grandes cestos que transportaban sobre sus espaldas los esclavos que subían los escalones hasta el el horno que alimentaba la gran caldera que daba agua caliente a las piscinas», cuenta la directora Marina Piranomonte. Cabe imaginar la temperatura infernal que se respiraba. «Los esclavos quemaban decenas de toneladas de leña al día. Se cortaron los árboles de todos los bosques que rodeaban Roma para mantener los 50 hornos de las Termas», destaca Marina Piranomonte.
Saqueo de un tesoro
La gran pompa que se vivió en las Termas de Caracalla duró más de tres siglos, hasta que en el año 537 el ejército mandado por el rey ostrogodo Vitiges cegó todos los acueductos de Roma para lograr su rendición. Con el agua cortada, las termas terminaron en ruinas y fueron utilizadas como tesoro de joyas arquitectónicas y cantera de materiales.
Ese tesoro fue saqueado durante siglos y sus joyas acabaron en palacios, iglesias e incluso plazas. La última columna que desapareció de las Termas fue en 1563 y pesaba 50 toneladas. El papa Pio IV la regaló a Cosimo de Médici, que la colocó en la plaza Santa Trinidad de Florencia para ensalzar a la Justicia.
Exposición homenaje
La memoria de este lugar que se acaba de descubrir al público une el fuego con el agua, los dos elementos naturales que han inspirado al artista italiano Fabrizio Plessi para realizar una gran exposición que trata de dialogar con la historia. Plessi, que opera sobre todo en el mundo del arte audiovisual, permite realizar un viaje con 12 sugestivos montajes de videos que celebran la potencia del agua, del fuego y del viento en el nuevo laberinto subterráneo, con música del británico Michael Nyman, el compositor del film «La lección de piano» (1993). Con esta exposición, titulada «El secreto del tiempo», que permanecerá hasta el 29 de septiembre, se rinde homenaje, más allá del tiempo y del espacio, a las entrañas de la Ciudad Eterna.
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