Marc Bassets
A los 75 años del Día D, emerge el drama de las ciudades y pueblos franceses bombardeados por los aliados.
El combatiente George Shenkle habla con estudiantes franceses, este martes en el Cementerio Americano de Normandía. SEAN GALLUP GETTY
Los monumentos históricos revelan tanto por lo que dicen como por lo que callan. “A la memoria de las víctimas del bombardeo que destruyó la ciudad de Saint-Lô. El 6 de junio de 1944”, se lee al pie de la roca sobre la que se eleva esta pequeña ciudad de Normandía. El texto, breve y directo, explica el qué, el cuándo y el dónde. Falta una parte de quién. Es decir, los responsables de los bombardeos: las fuerzas armadas aliadas que el mismo día habían desembarcado en la costa, a 40 kilómetros de Saint-Lô, para liberar Europa del nazismo.
“El monumento no dice quién lo hizo. Podrían haber escrito: ‘A las víctimas de los bombardeos americanos’. No lo dice”, señala el historiador militar Stephen A. Bourque, autor de Beyond the beach. The allied war against France (Más allá de la playa. La guerra aliada contra Francia).
El libro, publicado en 2018 en Estados Unidos y hace unos meses en versión francesa, explora un aspecto poco estudiado del desembarco en Normandía, del que mañana se conmemoran 75 años: la guerra aérea que, con especial intensidad a partir de enero de 1944, arrasó ciudades francesas como Saint-Lô y mató a unos 60.000 civiles, según los datos recopilados por el estadounidense Bourque, profesor en el U.S. Naval Institute. La cifra, explica en el libro, es superior a la de los muertos por el blitz, los bombardeos alemanes sobre Gran Bretaña. En los ocho primeros meses de 1944, Francia e Italia recibieron la mayoría de bombas aliadas en Europa, más que Alemania, según documenta el historiador. “Personalmente, y uso la palabra con cuidado, creo que fue un crimen de guerra bombardear estas ciudades más allá de las playas”, sostiene.
Siguiendo otros trabajos históricos y sumergiéndose en archivos militares y locales, Bourque subraya una parte no oculta, pero sí poco destacada en el relato del Día-D que ha quedado fijado en la memoria. Es el relato —muy real, puesto que aquella operación efectivamente heroica supuso el principio del fin del dominio hitleriano y de la guerra en la Europa occidental— que reflejan películas como El día más largo o Salvar al soldado Ryan. Es el relato expresado por Ronald Reagan en el discurso antológico que el 6 de junio de 1984 pronunció en lo alto de Pointe du Hoc, en la costa normanda, ante veteranos del grupo de rangers que 40 años antes asaltó aquel acantilado: “Estos son los muchachos de Pointe du Hoc. Estos son los hombres que conquistaron los acantilados. Estos son los campeones que ayudaron a liberar un continente. Estos son los héroes que ayudaron a acabar la guerra”, dijo el presidente de Estados Unidos.
Esta es la historia, pero no es toda la historia. Léopolda Beuzelin tenía 12 años el 6 de junio de 1944. Vivía en Saint-Lô con sus tres hermanos y su madre. Su padre había muerto al inicio de la guerra. Explica que aquel día empezaban a cenar en familia cuando escucharon el rugido de los aviones y vieron como se acercaban. “No tuvimos tiempo de tomarnos la sopa”, dice. El recuerdo de aquellos días y meses es una sucesión de situaciones extremas que la inmunizó el resto de su vida ante los contratiempos mínimos de la vida cotidiana y que quizá explique su buen humor y su energía a los 86 años.
Víctimas
Ella y su hermano se perdieron durante un tiempo, los dieron por muertos, pasaron jornadas seguidas sin comer, se escondieron en el campo y, tras la liberación y su temprano matrimonio, a los 16 años, vivió con su marido diez años en una barraca de madera. No reprocha nada a los aliados que destruyeron la ciudad y mataron a unos 300 vecinos. “Para nosotros fueron salvadores”, dice. “Si piensa que los americanos, que no nos conocían, vinieron a morir en nuestras playas para liberarnos de los nazis…”.
La historia de los bombardeos aliados sobre Francia, que es la de los liberadores bombardeando a los liberados, también es la de la reconstrucción. Saint-Lô, que quedó destruida en un 91%, recuerda a algunas ciudades alemanas de la cuenca del Ruhr: ordenada, limpia, gris.
La ciudad, que tiene 20.000 habitantes, afronta hoy problemas similares a otras ciudades reconstruidas en Normandía, como la ausencia de ascensores o los patios interiores degradados. “Todos los edificios datan de la misma época y envejecen al mismo tiempo”, resume Robert Blaizeau, director de los museos de Saint-Lô. El momento es ahora.
Con el tiempo, sin embargo, el urbanismo triste y monótono de estas ciudades adquiere un cierto atractivo: los edificios que hasta hace poco eran anodinos —el hormigón omnipresente, por ejemplo— ahora son patrimonio arquitectónico, una estética de la posguerra y los años del milagro económico. “Saint-Lô”, dice Blaizeau, “son las 50 sombras del gris”.
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