Ignacio Fariza/Jaime Santirso
Vietnam, India, Brasil, Canadá o México -este último, siempre y cuando Trump se retracte de su amenaza arancelaria-, entre los mejor situados para aprovechar la confrontación.
Un empleado mueve palés en una firma manufacturera de Shangái (China). H. RETAMAL AFP
La guerra, como el amor, es cosa de dos, pero siempre suele haber terceras partes en busca de provecho. En su vertiente comercial, los países beneficiados serán aquellos que logren entrometerse en la desgraciada pareja por medio de un doble juego: vender a Estados Unidos lo que este antes compraba a China y viceversa. La cercanía geográfica a Washington y a Pekín, el potencial exportador de materias primas y la posibilidad de sustituir la producción de los dos gigantes en distintos segmentos abre un filón más que interesante para que países como Brasil, Canadá, México Vietnam, India, Indonesia, Tailandia o Malasia acaben pescando en río revuelto y logren sacar provecho de una confrontación arancelaria que no tiene visos de terminar pronto.
La máxima final es tan clara como polifónica: nadie sale, a la larga, beneficiado en una guerra comercial. “Aunque el impacto sobre el crecimiento es relativamente modesto en este punto, la reciente escalada podría hacer mella sobre el sentimiento del mercado, provocar una disrupción en las cadenas globales de suministro y poner en peligro la recuperación proyectada para 2019”, advertía sin ambages el Fondo Monetario Internacional (FMI) en uno de sus últimos informes sobre el conflicto entre las dos principales potencias mundiales, que ha cristalizado en forma de aranceles de Washington sobre productos chinos valorados en 250.000 millones de dólares —las tarifas ya pesan sobre la mitad de sus importaciones— y de Pekín, que ha respondido gravando 110.000 millones en bienes del país norteamericano. Pero a medio plazo, la cosa cambia.
México, Brasil y Canadá
En el continente americano, México, Brasil y, en menor medida, Canadá, son los mejor situados para aprovechar las oportunidades derivadas de la guerra comercial entre EE UU y China. Pese al reavivamiento de las tensiones con su socio del norte y principal comprador de sus productos -y siempre y cuando Trump no siga adelante en su plan de puesta en marcha de un arancel lineal a México, con el que amenazó el jueves-, los dos socios norteamericanos tiene una baza importante para aprovecharse de la sustitución de importaciones chinas: muchos importadores prefieren evitar los aranceles trayendo los productos de terceros países para evitar el arancel a China. También se empieza a percibir movimiento del lado de los productores, que sopesan el traslado de fábricas desde el país asiático a México, cuyo salario medio en el sector secundario ya es incluso inferior al chino, y que ven en el país latinoamericano la plataforma perfecta de entrada a EE UU. Pero para llegar a ese escenario, primero tiene que encauzarse una salida diplomático que evite la cristalización de la última amenaza arancelaria de Trump. Si el mandatario republicano va o no de farol se sabrá pronto: tiene hasta el lunes que viene para pensárselo una vez más y no dar el paso más temido al sur del río Bravo. Hasta entonces, el país latinoamericano estará tan cerca de salir beneficiado por la turbulencia global como del abismo que supondría tener que hacer frente a gravámenes estadounidenses de entre el 5% y el 25%.
La combinación de distensión en las relaciones EE UU-México, que el jueves se dio de bruces de nuevo con la imprevisibilidad de Trump, y tensión entre Washington y Pekin llevó en febrero al país latinoamericano a superar a China como primer proveedor estadounidense de manufacturas. Y en un momento en que, según las palabras del propio director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Roberto Azevedo, el libre comercio pasa por su peor momento desde 1947, eso son palabras mayores.
Brasil es otro de los que pueden sacar tajada de la guerra comercial, gracias a su potente músculo agropecuario. Las rondas de aranceles chinos sobre productos estadounidenses se han centrado, desde el primer momento y de forma mayoritaria, en el campo. Y, en ese ámbito, el gigante sudamericano —un país que vive en un perpetuo equilibrio entre Washington y Pekín— tiene las de ganar, algo importante para una economía que no logra remontar el vuelo y que corre el riesgo de caer nuevamente en recesión técnica. En este caso, los números también empiezan a refrendar la oportunidad: el año pasado, las exportaciones de soja brasileña crecieron a triple dígito, en gran medida gracias al tirón de la demanda china. La soja, a su vez, abre también una oportunidad para Canadá, que cuadruplicó las ventas de este cultivo en enero de este año respecto al mismo mes del ejercicio anterior. Entre ambos contribuyen a saciar la sed china por la soja y, en paralelo, logran incrementar sus exportaciones. Además, como señala Alvin Tai, de Bloomberg Intelligence, aunque China redujese el arancel del 25% que hoy aplica sobre este producto, la posición ventajosa de ambos países apenas cambiaría, pues la mayoría de importadores ya han asegurado contratos de importación para lo que resta de año.
Vietnam, India, Indonesia... Y hasta Tailandia y Malasia
Los potenciales ganadores no solo se circunscriben a América. En el continente asiático, el banco de inversión Natixis sitúa a Vietnam, India e Indonesia como los países asiáticos mejor situados para aprovechar el interés de los productores en mudar parte de sus actividades productivas intensivas en mano de obra, gracias a los salarios bajos y a una estructura demográfica joven. Y a Tailandia y a Malasia, en los nichos de producción intensivos en capital, gracias a su red de infraestructuras y a su apertura a la inversión exterior.
EE UU ha centrado su estrategia arancelaria sobre productos manufacturados que requieren de mano de obra intensiva, un sector en el que China es líder mundial pero en gran medida dependiente del consumidor final norteamericano. En este contexto, Vietnam es el país mejor situado para aprovecharse de la situación, aunque siempre dentro de un límite: a pesar de que grandes multinacionales como Nike o Ikea ya han transferido parte de su cadena de producción al país vecino, la enorme cuota de mercado china —un tercio del total— actúa como una suerte de protección para su industria. Y Vietnam, pese a ser competente en áreas como telecomunicaciones y textiles, no tiene el tamaño necesario para absorber de golpe una demanda mucho mayor. De ahí que a corto plazo las oportunidades sean escasas y que estas vayan aumentando a medida que la maquinaria productiva pueda adaptarse a un nuevo entorno de oportunidades crecientes.
Los costes de producción en China, crecientes a medida que su economía se moderniza y su población envejece, empujan la inversión hacia nuevos horizontes, en el que encajan los ya citados Vietnam, India e Indonesia y, al otro lado del Pacífico, México. Este proceso se ha visto acelerado por la guerra comercial, para la que aún no hay final claro a la vista: las conversaciones permanecen bloqueadas en espera de una hipotética reunión entre Donald Trump y Xi Jinping en la cumbre del G20 de finales de junio. “Muchas empresas con presencia en China admitían que los costes derivados de su presencia allí estaban aumentando y los aranceles han avanzado este proceso”, apunta Alicia García Herrero, economista principal de Natixis para Asia-Pacífico. “Entendemos la última ronda de tarifas como un empuje de EE UU a sus empresas para que salgan de China. Pero, de cara al futuro, no hay un país que pueda sustituir a Pekín por sí solo”.
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