lunes, 10 de septiembre de 2018

Cómo la Stasi colocó a un espía de asesor del canciller de Alemania Occidental. 4º ESO

JOT DOWN
Álvaro Corazón Rural

Willy Brandt y Günter Guillaume en una conferencia del partido, Düsseldorf, ca. 1972. Foto: Pelz (CC).


Guillaume, Günter. Nace en Berlín en 1927. Es solo un adolescente cuando es reclutado para las fuerzas auxiliares de la Luftwaffe. Los nacidos entre 1926 y 1929 se conocen como la generación Flakhelfer, alemanes con la experiencia común de ser arrancados de la niñez para servir en reflectores y armas antiaéreas, uno de los objetivos prioritarios de los bombardeos aliados. A los diecisiete años ingresó en las Juventudes Hitlerianas. Después de la guerra, le tocó vivir en el área soviética. E ingresó en el Partido Comunista.
En 1955, Werner Sikorski, investigador de la Comisión Internacional de Juristas, según Stasi, the Untold Story of the East German Secret Police, de John O. Koehler, se encontró con un informante que respondía a las iniciales de M. A. Le habló de que en Berlín Este había un fotógrafo, Günter Guillaume, militante del Partido Comunista, que a menudo no se presenta a su puesto de trabajo en una editorial del Estado, Volk und Welt. Cuando su jefe empezó a investigar por qué no iba todos los días a trabajar, la jerarquía del partido le ordenó que no se metiera en lo que no le importaba. Después del incidente, Guillaume fue enviado a un curso de capacitación. Lo normal en esos casos era saber dónde iba a recibir los cursos, pero en este fue secreto. El informe de M. A concluía con que, al final, Guillaume había abandonado la editorial. Obviamente, entendía, para instalarse en el Oeste. Era importante seguir su pista. El dosier llegó a manos de un detective que trasladó el caso a la policía federal de la RFA, pero ahí se quedó. En el lance burocrático la carpeta se olvidó en los archivos centrales.
M. A. estaba en lo cierto. Guillaume y su mujer, Christel, habían sido reclutados por el coronel Paul Laufer del Servicio de Información Exterior de la Stasi. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Laufer había sido militante en secreto del Partido Comunista y militante activo de la socialdemocracia. Un infiltrado. Ahora tenía planes semejantes.
En 1956, los Guillaume, como tantos otros fugitivos que huían de la RDA, se instalaron en Frankfurt. Quedaban cinco años para la construcción del Muro, tenían veintisiete y veintiocho años. En sus memorias, Markus Wolf, el director de la Stasi, explicó cuál era su coartada. La madre de Christel, Erna, era ciudadana holandesa, por eso pudo salir de la RDA y abrir un estanco en  Frankfurt. Por medio de la reagrupación familiar, el matrimonio se ahorró pasar por los campos de recepción para alemanes orientales donde se estudiaba quién era quién en las oleadas de emigrados que recibía la RFA aquellos días.
Wolf describió así a la pareja: «Christel siempre me recordaba la figura de una secretaria cabal, sólida, segura de sí misma, pero carente de imaginación. En cambio, Günter superaba un poco los límites del equilibrio y siempre se le veía desbordando afabilidad y capacidad para adaptarse a cualquier grupo».
Como estaba previsto, ambos se afiliaron al SPD, el partido socialdemócrata. El sur del estado federado de Hesse era uno de los caladeros de votos del partido. Como era habitual en los llegados del Este, entre la militancia se distinguieron por su anticomunismo y sus enfrentamientos con el ala izquierda de las Juventudes Socialistas.
Günter dejó el estanco de su suegra para montar una tienda de fotocopias. También hacía trabajos como fotógrafo freelance. Y tuvieron un hijo, Pierre. Cada miércoles recibían informaciones y órdenes por radio. Los servicios de inteligencia de Alemania Oriental tenían la cortesía de felicitar por sus cumpleaños a todos los miembros de la familia. Pero no se activaron realmente para la Stasi hasta 1959, cuando los socialdemócratas renunciaron al marxismo en la conferencia de Bad Godesberg de 1959. Markus Wolf reconoció en sus memorias que, desde ese momento, vieron que el SPD tenía posibilidades reales de llegar al Gobierno y les ordenaron que se involucraran más en el partido.
Christel fue la primera en tener un ascenso. Se convirtió en la jefa de gabinete de Willy Birkelbach, nada menos que miembro de la ejecutiva del partido, presidente del grupo socialista del Parlamento Europeo y secretario de Estado de Hesse. Tenía acceso a documentos secretos de la OTAN, explicó Markus Wolf, y a los planes de emergencia nuclear. Toda la información que recopilaba Christel, Günter se las arreglaba para microfilmarla e introducirla en cajetillas de tabaco que le vendía a un correo que se hacía pasar por cliente en el estanco de su suegra. Si no, él mismo llevaba la información a Berlín Este y recibía nuevas instrucciones.
Al mismo tiempo, Günter empezó a tomar fotografías de las reuniones y los eventos del partido hasta que en 1962 fue contratado por el periódico del SPD, Der Sozialdemokrat. En el libro de historia de la Stasi, Koehler diferencia entre el perfil de él y el de ella como espías. Günter acababa cada día en bares y restaurantes con sus colegas del partido, bebiendo duro y cotilleando. Pasándoselo muy bien. Y por eso era muy apreciado. Ella no tenía atractivo físico ni personal, solo una eficacia increíble trabajando. Cada uno llevaba una vía ascendente por diferentes medios. En 1964, Günter se convirtió en secretario del partido en Frankfurt.
Con lo primero que cortó la Stasi fue con os viajes de Günter al Este. Le podían reconocer dentro de la RDA. En una de las últimas entradas que había hecho, a su hijo le llevó al zoo un oficial con acento sajón. Cuando volvieron al Oeste, el chaval iba imitando esa forma de hablar, el acento más peculiar de Alemania del Este.
Willy Brandt en un acto oficial en Berlín con Günter al fondo, 1973. Foto: Ulrich Wienke / German Federal Archives (CC).
En 1969 Günter fue elegido concejal de Frankfurt y se encargó de la campaña electoral del diputado nacional Georg Leber, un líder sindical que después llegó a ministro de Defensa. Se enfrentaron en primarias a Karsten Voigt, situado en posiciones a la izquierda de Leber, y ganaron. El nuevo diputado ofreció a Günter que le acompañara a Bonn. Para el traslado, el asesor puso como condición que pudiera ir con él su mujer. Como estaba metida en el partido, le consiguieron un trabajo en la oficina del estado de Hesse en Bonn. Los dos espías se plantaron en la capital de la RFA. Y, al poco tiempo, Günter fue propuesto para asesor del canciller de Alemania, Willy Brandt.
Llegados a ese nivel, Markus Wolf les dio órdenes de no mostrar ambiciones ni la más mínima intención de trepar para no llamar la atención. El partido tenía que investigarles. Heribert Hellenbroich, que luego llegó a director de la inteligencia exterior de la RFA, confirmó que se había estudiado a Günter a fondo sin encontrar nada. Horst Ehmke, jefe de gabinete de Brandt, decidió interrogarlo directamente el 7 de enero de 1970. Günter contestó sin ponerse nervioso, algo para lo que había sido entrenado, y explicó su trabajo en la editorial de Berlín Este. Ehmke, tras escucharlo, decidió que estaba fuera de toda sospecha. Otro asesor de Brandt, Egon Bahr, siguió desconfiando. Le dijo a Ehmke, citado por Wolf: «Quizá cometa una injusticia con ese hombre, pero su pasado me parece muy peligroso».
Sin embargo, por esas fechas eran muy habituales las denuncias tanto anónimas como directas a todos los que habían sido residentes en la RDA. Por un lado, ellos mismos lo solían hacer para eludir las sospechas que pudieran recaer sobre ellos exagerando su anticomunismo. Lo que flotaba en el ambiente era que había mucho personaje más papista que el papa. Y ya había antecedentes de exciudadanos de la RDA en el Gobierno, como Hans-Dietrich Genscher, ministro del Interior de Brandt. El informe de la Comisión Internacional de Juristas se encontró y se volvió a poner en la mesa, pero consideraron que, pasado tanto tiempo, ya no se podía valorar la exactitud de esa información. El general Gerhard Wessel, director de los servicios de inteligencia federales, no pudo asegurar a los hombres de Brandt que Günter fuese un agente de la RDA con la documentación que tenían, pero sí que le pareció sospechoso y recomendó que no fuese incluido en el gabinete del canciller, sino en cualquier otro organismo del Gobierno menos delicado.  
Pero Wessel topó con la política, el partido socialdemócrata buscaba una renovación. Con todo lo que eso significa a efectos de marketing. La necesidad de caras nuevas favoreció a Günter, que no provenía de ninguna familia tradicional dentro de la organización, ni había ostentado cargos importantes con anterioridad. Era el tipo de perfil que buscaban ascender y del que quería rodearse Brandt. Además, su protector era Leber, exlíder sindical, y el presidente necesitaba un enlace con los sindicatos. Ese librero metido a espía se convirtió en asesor del canciller federal de Alemania. Su mano derecha en las relaciones con la Iglesia y los sindicatos. Al espía se le proporcionó una radio A-1, lo último. El mensaje se grababa en una tira de celuloide, se giraba una manivela y era emitido por radio en una fracción de segundo. Era imposible localizar al emisor.
Es a partir de aquí donde hay que empezar a dudar de la naturaleza de los hechos tal y como han sido contados. El punto más importante del programa de Brandt eran las relaciones con la RDA, la Neue Ostpolitik (Nueva Política Oriental). Era partidario de rebajar la tensión. De un acercamiento no solo con la RDA, sino también con la URSS y sus países satélites más cercanos. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1971 por esta política. En El País se escribió años después que, aunque estuviera cargada de contradicciones, la Ostpolitik de Brandt era un verdadero cambio en el curso de la política exterior alemana y occidental.
Por eso, que terminara cayendo por culpa de una intriga de la Stasi dejaba en una posición comprometida la política exterior de la RDA. En ese sentido, hay que tener en cuenta que las memorias de Markus Wolf tienen pinta de ser más bien exculpatorias en este episodio. Su intención no era hacer daño a un hombre de su categoría y boicotear su línea política, viene a contar. Pero hay que ponerlo en duda. Aunque da detalles, como que para que Brandt no perdiera una votación sobornaron a un diputado democristiano, Julius Steiner, lo que demostraría que de algún modo sí estuvieron al quite.
Wolf aseguró que lo que buscaban con el espionaje de Günter era poder anticipar posibles crisis internacionales. También les sirvió para poder conocer de primera mano las intenciones y temores del canciller antes de su encuentro de marzo de 1970 con Willi Stoph, primer ministro de la RDA, quien, por cierto, tenía una Cruz de Hierro en casa por su valor en la invasión de la URSS en la Operación Barbarroja —aunque ya era militante comunista antes de ser reclutado por la Wehrmacht—.
Lo que no contó Wolf sí que aparece en el libro de Koehler. Gracias a esta misión, los soviéticos conocían no solo las estrategias de la RFA, también de sus aliados, como Estados Unidos. Eso les dejó en una gran desventaja en las negociaciones entre bloques de 1972. Y la Stasi había logrado rizar el rizo. Cuando se celebró el congreso del SPD en Saarbrücken a mediados de 1970, Günter Guillaume fue nombrado enlace entre la cancillería y los servicios secretos de la RFA.
No obstante, de esta etapa, lo que subrayó Wolf fue: «No era ningún secreto que Willy Brandt era un mujeriego incorregible». Esta debilidad fue determinante. Mientras iban de campaña electoral, viajaba con ellos la periodista Wibke Bruns. Si Rut, la esposa noruega de Brandt —el canciller había estado refugiado en Noruega y Suecia durante el nazismo— no le acompañaba a algún destino, Brandt instalaba a la periodista en su habitación. Günter estaba siempre en el dormitorio contiguo, suponemos que con la oreja aplastada contra la pared. «Las habitaciones ocupadas por Guillaume y Brandt solo estaban separadas por un delgado tabique, Guillaume se dio cuenta de que la práctica adúltera de Brandt era frecuente y variada». El espía lo aprovechó. No tardó en ganarse su confianza más íntima para convertirse en mamporrero del canciller y empezó a conseguirle mujeres. Aunque, sin duda, eso debió de ser más fácil que seguirle el ritmo de la ejecutiva del partido. En palabras de Wolf: «Por lo que sé, toda la estructura de la socialdemocracia parecía estar lubricada con vino tinto». Günter sufría para recordar después todo lo que averiguaba en esas borracheras con la cúpula del SPD.
Cuando Brandt ganó las elecciones en 1972, la dirección de la Stasi pudo ver a su espía en directo por televisión brindando con el flamante ganador de los comicios. Muy raro sería que no se partieran de risa. En aquel momento, la Stasi tenía miles de agentes en el Oeste. Muchos en cargos importantes. Tantos que su quebradero de cabeza era que no coincidieran y se estorbasen o confundieran los unos a los otros.
Willy Brandt, Walter Scheel, Horst Ehmke y Egon Bahr en su primera declaración tras la victoria electoral; en segunda fila se encuentra Günter Guillaume (1972). Foto: Lothar Schaack / German Federal Archives (CC).
Pero la clave estuvo en la cama del canciller. Según El País, los encuentros sexuales que Günter le facilitaba al presidente fueron pertinentemente notificados a la Stasi, que a la postre se los filtró en pequeñas dosis a la editorial Springer. Wolf ocultó este hecho. Admitió que los propios servicios secretos de la RFA, cuando descubrieron a Guillaume, elaboraron un informe sobre la vida privada del canciller en el que figuraba el espía como suministrador de «periodistas, conocidas casuales y prostitutas» con las que se acostaba el presidente.
El director de la Stasi negó expresamente en sus memorias que pretendieran de este modo extorsionar a Brandt: «Nunca intentamos tal cosa. En primer lugar, sabíamos que en el mundo político de Bonn, un ámbito cerrado y cuidadosamente protegido, la prensa ni siquiera tocaría la información. En todo caso, no nos serviría de mucho, pues no estábamos interesados en destruirlo, sobre todo porque habíamos aprendido a tratar con él, sabíamos mucho de su persona y aplicábamos la máxima de todos los servicios de inteligencia, consistente en trabajar con el demonio conocido antes que acostumbrarse a uno nuevo».
Por el camino, Günter Guillaume también echó alguna que otra cana al aire. Wolf dejó caer que tuvo una amante, pero en 1981 el corresponsal de El País en Bonn señalaba que había mantenido relaciones con varias secretarias en contacto con valiosa información.
Ni Christel ni Guillaume fallaron. Cayeron en cadena por un error ajeno. Cuando se descubrió al espía Willy Gronau, cuyo nombre en clave era «Felix», directivo de la asociación de sindicatos de la RFA, de seis millones de afiliados, los agentes de contrainteligencia se fijaron en su apellido francés. Ese fue el vínculo que establecieron entre ambos. Sobre todo porque, cuando detuvieron a Gronau, uno de sus colaboradores había cometido un error, se había saltado una norma sagrada, y tenía en su apartamento un papel apuntado con las tareas pendientes donde figuraba el apellido Guillaume. Era para no olvidar darle a Gronau la orden de cortar el contacto con él.
«El nombre peculiar de Guillaume representó un papel fatídico. Si se hubiese llamado Meyer o Schultz, podría haberse evitado el desastre», se lamentó Wolf. Cotejando la información, los agentes de la inteligencia federal también vieron que las felicitaciones de cumpleaños que habían interceptado quince años atrás, una de un 1 de febrero, otra el 6 de octubre y una más el 8 de abril, se correspondían con las fechas de nacimiento de Guillaume, su mujer Christel y su hijo Pierre.  
Lo sorprendente fue la reacción de la inteligencia alemana. Decidieron no detenerle, dejarle hacer un año más. Informaron a Brandt y aceptó. No sin polémica y sospechas sobre ese extravagante modo de proceder. El mismísimo canciller de Alemania se convirtió en un cebo de los servicios secretos. Él único caso conocido en la historia. Pero no se sabe si Brandt llegó a ser consciente realmente. Hans-Dietrich Genscher y Klaus Kinkel, ministro del Interior y su mano derecha, según Wolf, avisaron a Brandt de una forma tan «indiferente» que el canciller apenas prestó atención y no volvió a darle vueltas a ese asunto. Ambos se justificaron después diciendo que Günther Nollau, jefe de contraespionaje de la RFA, les había hablado de una sospecha, no de una certeza. Nollau, sin embargo, «insistió hasta su muerte en que él había hecho una enérgica advertencia», citó Wolf, para quien la trampa se la tendieron los suyos.
De todos modos, el cebo no sirvió para nada, al contrario. En los siguientes once meses, tras ciento cincuenta operaciones de observación del espía, no lograron atraparlo nunca con las manos en la masa, aunque sí que comprobaron que su conducta era la propia de un agente secreto entrenado por cómo se movía.
Para que Günter no sospechara que le tenían detectado, el BND le dijo a Brandt que se lo llevara de vacaciones con su familia. Fueron al lago Mjosa, en Hamar, Noruega. Ahí, pese a que ya se sabía que era un agente de la Stasi, se las arregló para pasar al Este hasta una carta personal de Nixon a Brandt en la que le instaba a presionar a los franceses para que aprobasen un acuerdo sobre el futuro de la OTAN. En el viaje a Noruega, Guillaume le entregó una documentación al jefe de los servicios de seguridad diciéndole que no quería llevar material clasificado en su coche. En realidad, el sobre contenía papeles con chorradas. El espía logró encontrarse con un oficial de la Stasi en el trayecto y entregarle fotografías de la documentación.
Wolf contó que se le ofreció al matrimonio la oportunidad de huir cuando empezaron a albergar sospechas de que les seguían, pero ellos no quisieron dar el paso. Se les ordenó entonces interrumpir cualquier labor de espionaje. En un viaje a Francia, el BND pensó que Günter iría a encontrarse con su contacto con el Este, el modus operandi habitual de los espías de la Stasi. Le siguieron más de cien agentes. El ministro del Interior, Genscher, recordó años después que la operación fue «casi una segunda invasión de Francia». Pero Guillaume no iba a encontrarse con un enlace, sino con una amante.
Días después, intervinieron definitivamente. De madrugada, Pierre, el hijo de dieciocho años de Günter y Christel, escuchó que llamaron a la puerta con insistencia. Pensaba que era el panadero, que llevaba a primera hora el pan recién hecho, pero se encontró con cuatro oficiales de la policía criminal. Günter Guillaume se estaba afeitando cuando le anunciaron en el baño su detención bajo cargos de espionaje. Sorpresivamente, el espía admitió la acusación en el acto y gritó: «¡Soy capitán del Ejército Nacional Popular de la República Democrática Alemana y miembro del Ministerio de la Seguridad del Estado, les suplico que respeten mi honor de oficial!». Ahí se enteró su hijo de quién era en realidad su padre. En el registro encontraron una cámara microdot y un reloj de pulsera con cámara de fotos. Se llevaron a Günter, a Christel y a su madre Erna esposados.
Comisión de investigación del caso Guillaume, 1974. Foto: Lothar Schaack / German Federal Archives (CC).
Muchos años después, Pierre recordó en la BBC el día en que se enteró de esa manera de que sus padres eran espías: «Me dejaron solo en el piso con un montón de agentes federales y de la policía. Registraron el apartamento, tomaron fotos de las paredes, cortaron muestras de jabón y se llevaron parte de mi colección de discos. Pasaron horas antes de que nadie me dijera qué estaba pasando. Miembros de la embajada de la RDA se presentaron y me dijeron que todo era verdad sobre mis padres y que ellos me cuidarían».
Willy Brandt se enteró de la detención en un aeropuerto, cuando volvía de una visita a Egipto. La forma en que Guillaume admitió su culpabilidad dejó al canciller completamente vendido. También a su amante, que se suicidó. Markus Wolf tenía una hipótesis sobre por qué un agente que nunca había cometido ni el más mínimo error, en el momento de su detención hizo saltar todo por los aires. Por lo visto, Pierre, como es lógico, era muy importante para él y sufría día y noche por ocultarle quién era realmente su padre. La cosa pasó a mayores cuando Pierre, de adolescente, comenzó a interesarse por la política, se hizo de izquierdas, mucho, y empezó a criticar a su padre por socialdemócrata. Le llamaba «traidor al socialismo». Muy contrariado, en una discusión le llegó a contestar que no era lo que creía. Al delatarse, puede que estuviera manteniendo una especie de diálogo con su hijo.
Brandt dimitió. Le estaban machacando en la prensa, incluso en su propio partido. Wolf dejó entrever la sospecha de que en realidad, en el caso Guillaume, lo que le hicieron al canciller fue tenderle una trampa sus propios compañeros. Durante semanas, el escándalo ocupó las portadas de los periódicos. A golpe de titular, iban saliendo revelaciones sobre el espía, pero las que más impacto tuvieron fueron las informaciones sobre que ejercía también de proxeneta para el canciller. También se habló de la afición al alcohol que había en la cúpula socialdemócrata, se reveló el apodo que Brandt se ganó en su época como alcalde de Berlín Oeste, Weinbrand Willy (Brandy Willy). Mientras tanto, Nixon estaba atravesando los peores momentos en el caso Watergate. Era solo 1974, las consecuencias de la crisis del petróleo no habían llegado aún a las economías socialistas. Los comunistas sacaban pecho ante tanta degradación occidental, aunque Brézhnev Honecker manifestaron su desagrado por el caso Guillaume.
Wolf escribió que la caída de Brandt se consideró «un desastre» tanto en el Este como en el Oeste, y que la culpa se le atribuía injustamente a él: «Nuestro papel en la caída de Brandt fue tirar piedras a nuestro propio tejado. Nunca deseamos, planeamos, ni vimos con agrado su eliminación política. Pero, una vez que la cadena de los hechos se puso en movimiento, tuvo su propia dinámica. ¿En qué momento debí haber detenido la operación?».
El 6 de mayo de 1974, Brandt dimitió aludiendo a «las normas no escritas de la democracia» y para evitar que se destruyera su «integridad política y personal», pero calificó como «grotesco» que alguien pensara que se podía chantajear a un canciller federal. Le sustituyó Helmut Schmidt.
Durante el juicio a Günter Guillaume, el fiscal general acusó al espía de haber reducido el poder de disuasión de la OTAN informando a la URSS de las divisiones en el seno de la organización. La viabilidad de la alianza atlántica pasaba por «un poder basado en la determinación creíble de los Estados miembros a desarrollar una defensa conjunta, a demostrar una auténtica solidaridad en el seno de la Alianza y a obtener un equilibrio estratégico de las fuerzas militares». Sin embargo, «esa situación pudo inducir a la Unión Soviética, por consideraciones políticas y estratégicas, a adoptar medidas dirigidas a socavar la alianza occidental y más tarde a transformar esa nueva situación en una serie de medidas políticamente coercitivas».
En diciembre de 1975 fue condenado por alta traición a trece años de cárcel. Una pena muy alta para un espía. A Christel le cayeron ocho. En la cárcel, Guillaume se enteró de que le habían ascendido a coronel en la RDA y presumió de ello ante los presos; según El País, le dijo a otro recluso de la prisión de Colonia: «Ahora solo me tengo que cuadrar ante los generales».
Christel fue intercambiada por seis agentes occidentales. Se reunió con su hijo y con su madre en Berlín Oriental poco después del juicio. Pierre visitó a su padre en la cárcel con frecuencia, pero vivir en el Este no le gustaba. Años después, relató a la BBC: «En 1980 le dije a la Stasi que ya no quería vivir allí, el resultado fue que me retiraron el pasaporte, así que me convertí en un verdadero ossie, un verdadero alemán del Este».
Wolf tuvo a mucho personal, confesó, dedicado al bienestar de Pierre. A su integración en la vida de la RDA. Pero era tarea imposible, según escribió en El hombre sin rostro:
Se había educado en un medio completamente distinto y antiautoritario que fomentaba el individualismo en el vestido, en la expresión y la conducta. Felizmente, ese estilo no había desbordado el Muro de Berlín, y cierto tipo de orden prusiano prevalecía en las escuelas de la RDA. Descubrimos que el colegio más apropiado que podía utilizarse era uno en el que la directora estaba acostumbrada a tratar con niños bastante malcriados de familias de la élite de Alemania Oriental. Se pidió a varios activistas fieles de la Juventud Libre Alemana y voluntarios de familias de confianza, según los servicios secretos, que trabasen amistad con él. Todo fue inútil. Pierre, sencillamente, dejó de ir a clase y cuando asistía provocaba desórdenes. Poco después, nos anunció, para nuestro horror, que deseaba regresar a Bonn, donde tenía una novia cuyo padre pertenecía al partido conservador del Ministerio del Interior. Cada vez que Pierre viajaba a ver a su padre encarcelado, pensábamos que podríamos perderlo. Así, comenzamos a tomar medidas desesperadas para retenerlo, se había interesado en la fotografía, de modo que mi departamento le compró el equipo más moderno y le facilitó un aprendizaje en la mejor técnica de color que pudimos hallar. En el curso del tiempo, tuvo una nueva amiga socialista, una alemana oriental cuyo padre era funcionario de mi servicio. Nuestro alivio fue inmenso. Pero la situación mostró otra complicación, aproximadamente un año después supe que ambos habían solicitado permiso para salir de la RDA. Nada pudo hacerse para disuadirlos. Aceptamos la derrota y aceleramos la partida de la pareja. Los despedimos con cierto alivio.
Luchar por la repatriación de Günter Guillaume era una obligación moral para la RDA, sobre todo de cara a sus nuevas generaciones de espías. Ocho años antes de que cumpliera su condena, se le incluyó en un canje de múltiples agentes en otoño de 1981. A su regreso se le recibió por todo lo alto en una casa de campo secreta. Llevaba puesto un traje que le habían regalado los policías de la cárcel de Colonia, se los había ganado. Cuando se encontró con su jefe, con Markus Wolf, Guillaume le dio las gracias. Wolf le dijo: «Somos nosotros los que te damos las gracias». Todo se grabó para un documental para futuros agentes.
Willy Brandt y Günter Guillaume, ca. 1974. Foto: Ludwig Wegmann / German Federal Archives (CC).
Su esposa Christel estaba presente, pero esperaba a cierta distancia. Se abrazaron, pero su matrimonio ya estaba liquidado. Les facilitaron «una agradable residencia» para que arreglasen las cosas, pero Christel no quiso. Eso hundió a Günter. También esperaba convertirse en la mano derecha de Wolf, pero llevaba años fuera de juego. Estaba desactualizado. Es gracioso que, en las memorias del director de la Stasi, cuando este recuerda las conversaciones con el médico de Guillaume, Wolf le dijo: «Lo único que satisfaría a Günter sería un puesto en el Politburó». El galeno contestó al oír eso: «Bien, uno más o menos no cambiará la situación».
Honecker, presidente de la RDA, les concedió a él y a su exmujer la máxima condecoración de la Alemania Oriental, la Orden de Karl Marx, y se les asignó una casa con un terreno de mil metros cuadrados al lado de un lago al noroeste de Berlín. Los ahorros de Günter Guillaume, cuyo sueldo había entrado rigurosamente cada mes en su cuenta desde 1956, eran de medio millón de marcos. Era millonario en un país comunista.
Wolf también reconoce sin tapujos que le proporcionaron al exespía compañía femenina, a Elke. «Una agradable enfermera de edad madura». Y con intenciones claras: «Con el propósito ostensible de atender sus problemas renales y de circulación, pero también para ensayar las posibilidades de una relación sentimental». Y, según contó, funcionó. Se casaron. La marcha de su hijo a la RFA, que se produjo cuando Pierre tenía treinta y un años, mujer y dos hijos, fue otro duro golpe. Günter calificó a su hijo de «traidor», sin miramientos. Para comenzar una nueva vida al otro lado del Muro, Pierre tuvo que cambiar su identidad.
Hasta 1989, Guillaume dio conferencias a otros agentes de inteligencia. Se ha dicho que con el corazón dividido, ya que llegó a sentir verdadera admiración y amistad por Willy Brandt. Wolf también lo señaló, que tenía «una personalidad dividida» y que, mientras estuvo en la ejecutiva de los socialdemócratas, «estaba convencido de que a su modo estaba contribuyendo al nuevo entendimiento».
Brandt no. Estuvo destrozado durante muchos años. Wolf quiso disculparse personalmente con él una vez caído el Muro, pero el excanciller no aceptó verlo. Ni a él ni a Guillaume. Contestó que le «provocaría excesivo dolor». En sus memorias habló de que sentía «ira intensa» al recordar a Günter Guillaume. Se lamentó por no conocer mejor «la naturaleza humana», se preguntó qué clase de personas le hicieron eso cuando lo que intentó fue reducir las tensiones entre los dos Estados. Y el paso de los años no le hizo reducir su amargura. Murió en 1993.
Guillaume murió en 1995. Su hijo Pierre nunca pudo arreglar su relación con él. En una entrevista en Der Spiegel diez años después de su muerte dijo que nunca logró colocar en su memoria la figura de su padre. Sentía que tenía tres, el padre socialdemócrata de la RFA, el espía que replicaba los discursos del Gobierno comunista en la RDA y el anciano tras la caída del Muro. Tres personas distintas. Con su madre, que murió en 2004, sí que parece que tuvo más relación. Al menos él dio la noticia de su muerte a los medios.
Según The History of the Stasi: East Germany’s Secret Police, de Jens Gieseke y David Burnett, en este periodo, el diputado socialdemócrata —miembro del NSDAP antes de la guerra— Gerhard Flämingtambién fue colaborador de la Stasi. Bodo Thomas, que se ahorcó cuando salió su acusación, concejal de Berlín y miembro del equipo del alcalde, había trabajado para la RDA durante veintiséis años. Ruth Polte, que había colaborado estrechamente con Helmut Schmidt, sucesor de Brandt, también pasó información. Henning Nase, del Ministerio de Trabajo, desapareció en cuanto cayó el Muro y nadie sabía por qué. Fue condenado años después por espía. Josef Braun, otro diputado socialdemócrata del Bundestag, también fue descubierto. Rudolf Maerker, otro exmiembro del NSDAP convertido en socialdemócrata, envió más de mil doscientas informaciones. Por supuesto, también hubo espías en los demás partidos, hasta en Los Verdes desde su fundación. El caso más sonado fue cuando se descubrió que las escuchas de la Stasi a la CDU contenían muy bien detallada toda la financiación ilegal del partido. Kohl se pasó años luchando para que no saliera a la luz. Hubo un debate en Alemania sobre si debían ser aceptadas como prueba por la forma en la que habían sido obtenidas. Al final se reveló solo el contenido que ponía de manifiesto cómo operaba la Stasi.
Como dicen David Childs y Richard Popplewell en The Stasi: The East German Intelligence and Security Service los Guillaume causaron un terremoto político, pero su valor era menor que el de otros agentes. Con todo, a Günter no se le puede restar protagonismo. Un hombre sin estudios, arrojado a otro país para buscarse la vida, que se las arregló para acabar de asesor personal del jefe de Estado del país más desarrollado de Europa. Da pena que cayera por una casualidad remota. Te quedan ganas de imaginar qué hubiera pasado si hubiese seguido inmerso en las dinámicas de poder de la socialdemocracia, tal vez hubiera acabado presentándose a las elecciones y… ganándolas.

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