I.V.
Theodore Saevecke, responsable de la matanza de la plaza de Loreto, era una de las tres personas autorizadas para aprobar ejecuciones en el campo de concentración de Poznan.
Imagen de Theodore Saevecke, junto a los aliados que mandó ejecutar en la plaza de Loreto de Milán, el 10 de agosto de 1944 - ABC
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, la CIA sabía perfectamente que Theodor Saevecke (1911-2004) había sido uno de los brazos ejecutores del genocidio de Hitler y responsable de innumerables crímenes de guerra. La carrera protagonizada por este oficial de las SSfue meteórica. Con 16 años entró en la «Rossbach Freikorps», una organización paramilitar de adolescentes conocida por aterrorizar a los ciudadanos en la República de Weimar. Poco después ingresó en el Partido Nazi y, en 1940, con 29 años, ya era una de las tres personas autorizadas para aprobar las ejecuciones de polacos, rusos, gitanos y judíos en el campo de concentración de Poznan.
Sin embargo, nada de esto fue inconveniente para que la CIA lo reclutara como uno de sus agentes mientras en Nuremberg se juzgaba a sus jefes por el asesinato de millones de inocentes en los campos de concentración. No importaba que en los informes de la agencia pudieran leerse consideraciones tales como: «Saevecke ha estado involucrado en el reclutamiento de judíos para la realización de trabajos forzosos», «es culpable de que los principios del nacionalsocialismo sean tan sólidos» y «no se detendría ante nada para reprimir el movimiento comunista, al que odia desde los años 20».
El momento exacto del comienzo de esta relación no está clara, pero los documentos desclasificados hacen referencia a que, en 1946, estaba ya bajo la protección del Grupo Central de Inteligencia (CIG). Incluso que, un año después, convertida esta ya en la CIA, llegó a recibir ayuda de esta para no ser juzgado por sus matanzas y no ser enviado a prisión en Gran Bretaña, a sabiendas de que su crueldad durante la Segunda Guerra Mundial alcanzó niveles salvajes. En Túnez, por ejemplo, ayudó a perfeccionar el «suerwagen» (sistema de exterminio con camiones de gas) creado por Walter Rauff y, en norte de Italia, se ganó sobrenombres como el «carnicero de Milán» y el «verdugo de la plaza Loreto» por sus matanzas públicas. Comenzaba la Guerra Fría y todo valía para controlar y enfrentarse al gigante socialista.
La matanza de la plaza de Loreto
Esta última masacre, perpetrada el 10 de agosto de 1944, fue una de las más famosas. Saevecke ideó y organizó la ejecución de quince partisanos en la misma plaza de Loreto donde, curiosamente, menos de un año después, el cadáver de Mussolini sería colgado boca abajo, apaleado y escupido por los vecinos de Milán. Un fusilamiento público que el oficial de la SS no dudó en relatar a los soldados estadounidenses, cuando fue capturado a finales de abril de 1945, pensando que le podría acarrear alguna simpatía con los americanos, como así ocurrió. ¿Cómo? Justificó el asesinato de combatientes de la resistencia italiana si estos eran comunistas, como el aseguraba. Pero se cuidó de no mencionar su responsabilidad en el genocidio de los judíos.
Haciendo oídos sordos a sus propios informes, Saevecke quedó en ese momento bajo la protección de la CIA, que lo reclutó para dirigir sus operaciones en Berlín. Los documentos oficiales, obviando todo su pasado criminal, le atribuyeron pronto logros importantes a la hora de combatir la influencia comunista en la capital alemana. «Saevecke todavía anhela volver a los días en los que el partido (nazi) se encontraba en activo», escribió uno de sus controladores, que después anteponía el hecho de que era el único miembro de su equipo «con experiencia en inteligencia práctica» y «comprensión de los objetivos estadounidenses».
La inmunidad de Saevecke se puso a prueba en 1947, cuando Gran Bretaña quiso juzgarle por los crímenes cometidos en Italia. Y aunque la CIA fue incapaz de evitar su extradición en un primer momento, sí supo utilizar su influencia para protegerle. En apenas un mes, el agente nazi de los americanos era puesto en libertad. Saevecke defendió que nunca había pertenecido a las SS, que solo había sido un agente de policía en Berlín. Y le creyeron, supuestamente, a pesar de haber leído la transcripción de su interrogatorio en junio de 1945, en Italia.
«Una vida digna»
Los servicios de inteligencia de Estados Unidos sí que sabían que el antiguo oficial de las SS había estado involucrado en crímenes de guerra. En 1950, la CIA informó a su sede en Berlín de que Saevecke había sido jefe de la «SIPO» y la «SD» en Milán y que había estado «involucrado en el reclutamiento de judíos para realizar trabajos forzosos». Esta información no fue suficiente para que continuara siendo un agente activo. La prueba de esto se encuentra en otro informe de agosto de 1951: «Está agradecido de que le hayamos proporcionado una oportunidad de llevar una vida digna, en una posición similar a su antiguo puesto de trabajo».
Pronto el oficial nazi se convirtió en una bomba de relojería para la agencia, que no dudó, sin embargo, en introducirlo en un puesto de autoridad de la Oficina Federal de lo Criminal (BKA). Esto obligó al jefe de la CIA en Berlín, amenazado por el desprestigio que suponía apoyar a este exmiembro de las SS, a escribir a sus superiores un poco a la defensiva: «Saevecke rechaza todas las atrocidades que ha cometido, y las minuciosas investigaciones de los aliados no han logrado apuntalar los cargos en su contra». Pero después añadía que todavía se negaba a pedir disculpas por asesinar a los quince partisanos italianos en Milán.
El exoficial de la SS soportó varias investigaciones por aquella matanza, sobre todo a petición de las autoridades italianas. A pesar de ello, logró estar en activo hasta bien entrada la década de los 60, gracias al empeño de la CIA por ayudarle: «Si su pasado es justificable de alguna manera, se pasarán los informes a los alemanes occidentales con nuestra opinión de que es políticamente conveniente», informaban internamente.
Jubilación
Saevecke vivió libre hasta 1971, año en que pudo jubilarse y retirarse a vivir a una pequeña ciudad termal de la Baja Sajonia. Allí llevó una existencia tranquila y exenta de preocupaciones hasta que, en 1994, fueron descubiertos una serie de informes de la Fiscalía General Militar de Roma ocultos durante más de cuatro décadas. En noviembre de 1999, el Tribunal Militar de Turín pudo al fin condenarle a cadena perpetua por la ejecución de los 15 miembros de la resistencia en 1944. En la sentencia se decía: «Aun admitiendo que el proyecto criminal de la plaza de Loreto tuviera origen en los mandos superiores, Saevecke lo acogió totalmente, dando disposiciones precisas con respecto a la modalidad de ejecución, incluida la orden de mantener expuestos los cuerpos de las víctimas en aquel lugar como amonestación para todos los opositores».
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