Manuel Ansede
El metal de algunos huesos sugiere que las personas procedían de cientos de kilómetros más lejos.
Excavación de uno de los enterramientos de Stonehenge. ADAM STANFORD
Uno de los monumentos prehistóricos más conocidos del mundo, Stonehenge, sigue siendo un enorme misterio. Hace entre 5.000 y 4.000 años, antes del descubrimiento de la rueda, cientos de personas se tuvieron que poner de acuerdo para transportar unas 80 piedras de hasta dos toneladas de peso, algunas de ellas desde las montañas de Preseli, en lo que hoy es el oeste de Gales, hasta el sur de Inglaterra, a una distancia de unos 225 kilómetros. Su intención sigue siendo un enigma.
Los hoy célebres círculos de menhires pudieron constituir un observatorio astronómico, un templo religioso, un lugar de encuentro de druidas, un sanatorio o un monumento a la paz entre los pueblos locales, según las principales hipótesis sobre la mesa. También fueron, con seguridad, un lugar de enterramiento para un puñado de personas, quizá pertenecientes a una élite.
Los círculos de menhires pudieron constituir un observatorio astronómico, un lugar de encuentro de druidas, un sanatorio o un monumento a la paz
Hace un siglo, entre 1919 y 1926, las primeras excavaciones en el yacimiento destaparon los restos de 58 individuos, tanto mujeres como hombres, cuyos cadáveres fueron quemados antes de ser enterrados. El fuego impidió solucionar el rompecabezas. “Las altas temperaturas alcanzadas durante la cremación, de hasta 1.000 grados, destruyen toda la materia orgánica, incluido el ADN. Esto limita la cantidad de información que se puede obtener”, lamenta Christophe Snoeck, químico de la Universidad Libre de Bruselas. Los cadáveres de Stonehenge han estado callados durante un siglo. Hasta hoy.
El equipo de Snoeck ha encontrado una manera de hacer hablar a los restos prehistóricos: el estroncio. Si se recuerda la tabla periódica de los elementos que había que memorizar en el instituto, la segunda columna se cantaba así: berilio, magnesio, calcio, estroncio, bario y radio. El estroncio, un metal blando de color plateado, se situaba debajo del calcio. Su estructura es tan similar que los huesos absorben el famoso calcio presente en la leche y las sardinas, pero también pueden incorporar el estroncio en su lugar. Y el estroncio de los huesos de Stonehenge sugiere que muchas de aquellas personas, o sus restos, llegaron al santuario tras recorrer cientos de kilómetros.
La clave está en el subsuelo. Las tierras calizas del sur de Inglaterra, en las que se levanta Stonehenge, presentan perfiles de estroncio diferentes a los de las formaciones geológicas del oeste de Gales, donde se encuentran las canteras de las que salieron algunas piedras del monumento. Este estroncio soluble e identificable pasó a las plantas, que fueron ingeridas por seres humanos, quedando el metal almacenado en sus huesos. Snoeck y los suyos han analizado los restos de 25 personas enterradas en Stonehenge. El estudio sugiere que 10 de ellas se alimentaron con vegetales del oeste de Gales en la última década de su vida. Los habitantes de las montañas de Preseli pudieron recorrer el mismo camino que sus piedras y ser enterrados entre ellas con honores, junto a los locales. Pero la investigación de Snoeck también apunta a otra posibilidad: que a Stonehenge solo llegaran los restos ya cremados.
“Nuestros resultados subrayan la importancia de las conexiones entre diferentes regiones —que implicaban tanto movimientos de materiales como de personas— en la construcción y en el uso de Stonehenge”, destaca Snoeck, que publica hoy su estudio en la revista especializada Scientific Reports, junto a coautores como Julia Lee-Thorp, directora de la Escuela de Arqueología de la Universidad de Oxford. Para Snoeck, el nuevo descubrimiento “es una muestra única de que los contactos e intercambios en el Neolítico, desde hace 5.000 años, se hacían a gran escala”.
Pinchando en el enlace se accede al reportaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario