César Cervera
Mientras la Reina danzaba por la geografía castellana con el cadáver de su marido, muerto de forma súbita en Burgos; un cronista extranjero observó que Castilla estaba «cercada por la peste» y el hambre.
Doña Juana «la Loca» (1877), de Francisco Pradilla y Ortiz. Museo del Prado (Madrid).
La peste negra ha visitado el continente europeo de forma periódica a lo largo de los siglos. Rara vez faltó a su cita con la desolación. En una de estas incómodas visitas, Castilla se convirtió en uno de los territorios más afectados, a principios del siglo XVI, exactamente en uno de los peores momentos políticos de su historia. A la situación anárquica y a la crisis económica que se reprodujeron a la muerte de Isabel «La Católica» hubo de sumarse los estragos de la epidemia.
Tras el fallecimiento de su esposa en noviembre de 1504, Fernando «El Católico» proclamó a su hija Juana Reina de Castilla y tomó las riendas de la gobernación del reino acogiéndose a la última voluntad de Isabel. Y aunque en la concordia de Salamanca(1505) se acordó un gobierno conjunto de Felipe «El hermoso» (esposa de Juana), Fernando «el Católico» y la propia Juana, esta situación terminó con la violenta irrupción del borgoñés a la península, quien convenció a parte de la nobleza castellana, a base de regalos y concesiones, de que él suponía una amenaza menor que la procedente de un rey aragonés. El duque de Medina-Sidonia y el cardenal Cisneros no dudaron en apoyar al extranjero. Visiblemente ofendido, Fernando se retiró a Aragón y Felipe fue proclamado Rey de Castilla el 12 de julio 1506, en las Cortes de Valladolid, con el nombre de Felipe I. Un reinado que, en cualquier caso, solo duraría dos meses.
Según apuntan los cronistas de la época, Felipe I se encontraba en el palacio burgalés Casa del Cordón cuando empezó a sentirse enfermo el 16 de septiembre de 1506. Al beber un vaso de agua fría tras jugar un partido de pelota sintió las primeras fiebres. En los siguientes días el estado del Monarca fue agravándose hasta presentar un cuadro de neumonía. En una carta enviada por uno de los médicos que le atendió se describen algunos de los síntomas de la enfermedad: «Estábase con la calentura y con sentimiento en el costado, y escupía sangre. Y se le hinchó la campanilla, que decimos úvula, tanto que apenas podía hablar».
El 25 de septiembre de 1506, con tan solo 28 años, falleció el primer Rey de Castilla perteneciente a la familia Habsburgo.
La probable causa de la muerte del Rey
No faltaron las sospechas de que Felipe I de Castilla había sido envenenado, probablemente por su suegro. Pero frente a aquellos rumores, los historiadores e investigaciones modernos apuntan que la causa más posible fue la peste, enfermedad que había aparecido en Burgos algunos meses antes.
A partir de la muerte de Isabel, una serie de malas cosechas trajeron consigo la miseria y la hambruna a Castilla. En 1504 se registró un importante descenso de la población, que llevaba varias décadas al alza. Tal ocurrió en 1505, lo que echó a los caminos a las gentes, sin nada que comer ni donde refugiarse. Según las crónicas de Andrés Bernáldez se puede intuir que las muertes alcanzaron en el territorio donde él vivía, Andalucía, más del 50% de la población:
«Y fue tanta, que en los más de los pueblos…, murieron medio a medio, y en algunas partes murieron más que quedaron, y en partes hubo que murieron más de dos veces que quedaron»
Claro está, que a perro flaco todo son pulgas. La peste vino de la mano de las hambrunas y explica una mortalidad tan alta.
Enloquecida por la muerte de su marido, la Reina Juana se lanzó en peregrinación con el cadáver de su esposo, en una marcha fúnebre que aterró a media Castilla. El espectral cortejo solo se movía de noche e iba secundado por el olor a putrefacto que desprendía un cadáver cada vez más descompuesto. Ella, vestida de harapos negros, arrojaba platos y demás utensilios contra los sirvientes cada vez que le invadía la ira. Por no hablar de sus extraños movimientos con la boca, los ojos y las manos. El humanista italiano Pedro Mártir de Anglería, testigo de esa marcha, relató los horrores que se estaban padeciendo en Castilla La Vieja: «Estamos sitiados por la peste».
Visto el desastre, Fernando «el Católico» preparó su reconquista del trono castellano, que quedó de forma provisional bajo la regencia del cardenal Cisneros. Cuando el aragonés regresó a Castilla, encerró a su hija, que había mostrado un comportamiento inquietante, en Tordesillas, y asumió la regencia hasta su muerte. En pocas décadas se pudo revertir la caída demográfica, a pesar de la gran cantidad de castellanos que cruzaron el Atlántico para explorar y conquistar el Nuevo Continente; así como a la insaciable necesidad de soldados que tuvo la maquinaria imperial de Carlos V.
Como explica Ángel García Sanz en su estudio «Auge y decadencia de Castilla», tras el estancamiento demográfico que caracterizó el primer tercio XVI, «la población española [también los otros reinos hispánicos] creció de forma sostenida hasta las últimas décadas de la centuria». Hacia 1530 la población española rondaría los 5 millones y a finales de siglo unos 5,6 millones, frente. No en vano, entre 1598 y 1602 se produjo un descenso importante debido a los efectos de una nueva peste bubónica, que causó unas 500.000 muertes.
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