Guillermo Altares
La influencia de Moscú en el continente marca el 50º aniversario de la Primavera de Praga.
Ciudadanos checos rodean tanques soviéticos, el 21 de agosto de 1968 en Praga. LIBOR HAJSKYREUTERS
Checoslovaquia, el país que invadieron los tanques del Pacto Varsovia hace ahora 50 años para acabar con la Primavera de Praga, ni siquiera existe. De hecho, tampoco existen ni el Pacto de Varsovia ni la Unión Soviética, el Estado que dirigió la intervención militar. Sin embargo, la influencia de Moscú en Europa es todavía uno de los grandes problemas de un continente que recuerda estos días el aplastamiento del experimento democrático más importante que tuvo lugar en el antiguo bloque comunista.
La República Checa y Eslovaquia, los dos países en los que se dividió Checoslovaquia en 1993 tras la caída del comunismo durante la llamada Revolución de Terciopelo, en 1989, son ahora miembros de la UE y de la OTAN. Han conmemorado el 50º aniversario de la invasión con un tema principal en la agenda: hasta dónde llega la influencia rusa. El presidente checo Milos Zeman, un antiguo socialdemócrata reconvertido al populismo, es uno de los políticos occidentales más partidarios del Kremlin, tanto que ha llegado a justificar la anexión rusa de Crimea. Como escribió en The Observer John A. Tures, profesor de Ciencia Política de LaGrange College (EE UU), con motivo de la elección de Zeman: "Al final de la década de 2000, la República Checa sufría las mismas tres erres que el resto de los países europeos: recesión, refugiados y Rusia".
Durante la Guerra Fría, Moscú ya había demostrado en 1953 en la República Democrática Alemana (RDA) y, sobre todo, en 1956 en Hungría, que no iba a tolerar ninguna apertura en los países que se encontraban entonces en su área de influencia. Sin embargo, desde su elección en enero de 1968 como secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, Alexander Dubcek puso en marcha una serie de reformas democráticas, lo que llamó "el socialismo con rostro humano". Sin cuestionar la pertenencia al Pacto de Varsovia —la organización militar de los países socialistas, opuesta a la OTAN— y sin defender una economía capitalista, Dubcek introdujo una mayor libertad de expresión y aumentó la participación de los ciudadanos en la vida política. Sobre todo, cambió el clima social del país.
Los checos asistían atónitos a la apertura liberal y se preguntaban hasta dónde iba a permitir el líder soviético Leónidas Breznev que se desmandasen. A las 23.00 horas del 20 de agosto de 1968 encontraron su respuesta cuando comenzaron a cruzar la frontera los 2.000 carros de combate y 250.000 soldados que participaron en la invasión. Aunque la mayoría de los efectivos eran soviéticos, también se sumaron otros cuatro países del Pacto de Varsovia: Hungría, Polonia y Bulgaria, más algunas fuerzas especiales de la RDA.
En cuestión de días, el Pacto había desplegado 600.000 soldados y en los siguientes meses las aguas volvieron al cauce socialista con una oleada de represión que el régimen llamó "proceso de normalización". Trescientos mil checos huyeron a Occidente y un número imposible de calcular fueron detenidos o retirados de la vida pública. Sin embargo, la resistencia se prolongó: el 16 de enero de 1969, el estudiante Jan Palach se quemó a la bonzo en Praga para protestar contra la ocupación. Oficialmente, 150 personas murieron durante la intervención, un número muy inferior a las miles de víctimas que provocó la invasión soviética de Hungría en 1956.
"En la Operación Danubio, Rusia instó a que fuese el Pacto de Varsovia quien realizase la invasión, aunque Moscú claramente la dirigió", señala el profesor John A. Tures por correo electrónico. "Lo hizo de esta forma para demostrar que muchos otros países le apoyaban en esta política. Un colega búlgaro me contó hace unos años que los soldados de su país ni siquiera sabían qué estaba pasando y sólo cuando llegaron descubrieron que estaban participando en una invasión. Hoy, la aproximación rusa es muy diferente. En vez de tanques, Vladímir Putin financia a los partidos populistas con un discurso antioccidental".
Tanto en los países entonces invadidos como en los países invasores, la influencia rusa es hoy un tema central, con la sensación de que Moscú nunca ha renunciado totalmente a su área de influencia durante la Guerra Fría. "El presidente checo Milos Zeman es probablemente el más importante aliado de Rusia en toda Europa central", explica Veronika Vichová, analista y coordinadora del programa Kremlin Watch en el centro de estudios liberal checo European Values. "La aproximación a Moscú de los países que formaron parte del Pacto de Varsovia es muy diferente. La República Checa dio algunos pasos para frenar la influencia rusa, pero la situación está lejos de ser ideal. Eslovaquia y Hungría son vulnerables por diferentes motivos. En el caso del primer ministro húngaro Viktor Orbán, apoya la influencia rusa, mientras que Eslovaquia padece graves problemas de desinformación y corrupción. Polonia es consciente de la amenaza y ha desplegado políticas contra la influencia hostil". Los tanques son un recuerdo remoto de un problema nunca cerrado.
REVOLUCIÓN INTELECTUAL
Aunque el gran impulsor de la Primavera de Praga fue Alexander Dubcek (1921-1992), los intelectuales tuvieron un papel crucial en el clima de revuelta que permitió al político comunista lanzar sus reformas. En 1967, los miembros de la Unión de Escritores protestaron contra la censura y ese mismo año un entonces joven escritor checo llamado Milan Kundera publicó su primera novela, La broma, una obra que contenía críticas políticas nada veladas (aunque su autor la ha considerado siempre una historia de amor). Kundera publicaría en 1984 la gran obra de aquellos meses, La insoportable levedad del ser. El dramaturgo Václav Havel, que sería el primer presidente democrático de Checoslavaquia (y el último, ya que el país desapareció), vio como todas sus obras eran prohibidas durante la represión soviética.
El periodista Ben Lewis narra en su libro sobre los chistes comunistas Hammer & Tickle (juego de palabras que se puede traducir como El martillo y la risa) una historia que puede servir para resumir el ambiente de libertad creativa que se vivió antes de la invasión. Aprovechando la apertura, el eslovaco Jan Kalina escribió un libro llamado 1001 chistes y lo envió a imprenta, con tan mala fortuna que, como era habitual, no había papel. Pero en 1969, ya con el país dominado por la URSS, llegó el papel y a alguien se le ocurrió imprimir el libro... Los 25.000 ejemplares se vendieron en dos semanas. Kalina acabó juzgado y condenado a trabajos forzados acusado de ser un agente occidental. El país no estaba ya para bromas ni para libertades.
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