Vicente G. Olaya
Una base de datos recién concluida y realizada por cuatro universidades y el Ministerio de Economía permite interpretar más de 3.000 textos íberos, celtíberos y tartésicos.
Lámina de plomo escrita en íbero hallada en Tivissa (Tarragona). JAVIER VELAZA
Si Javier Velaza, catedrático de Latín y decano de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, se hubiese encaramado en el 219 antes de Cristo a las murallas de Sagunto durante su cerco por parte de los cartagineses, podría haberse dirigido en correctísimo íbero a sus asediados habitantes. Estos —que habrían comprendido sus palabras— podrían haberle respondido lanzándole una flecha o, exaltados por su discurso, convertirlo en el guerrero que les llevase a la victoria. Velaza es uno de los pocos expertos en el mundo que es capaz de pronunciar el íbero (al igual que lo hace con el celtíbero o el tartésico), pero no entiende nada de lo que dice. O casi.
Ahora, una potente base de datos (hesperia.ucm.es) pone a disposición de los interesados todo lo que los lingüistas han desentrañado de los idiomas tartésico, celtíbero, íbero y protovasco (conocidos como lenguas paleohispánicas). Este traductor informático está a punto de ser acabado tras 20 años de trabajo (lo inició el recientemente fallecido Javier de la Hoz), y permitirá acercarse a la interpretación de los más de 3.000 textos existentes. Incluye fotografías de las inscripciones y las coordenadas de su ubicación. También, a finales de febrero, el libro Paleohispania Languages and Epigraphies (Oxford University Press) abrirá estas investigaciones a los anglohablantes. El Ministerio de Economía y los especialistas de cuatro universidades (País Vasco, Complutense de Madrid, Barcelona y Zaragoza) lo han hecho posible.
A esta sorprendente situación se ha llegado —partiendo de los trabajos del historiador Manuel Gómez Moreno o del lingüista Jürgen Untermann— por el descubrimiento en 1992, durante el dragado del puerto de Huelva, de seis pequeños trozos de cerámica escritos en una lengua desconocida, además del hallazgo en Sagunto de una rudimentaria piedra Rosetta. No obstante, a los expertos no les gusta este término porque no saben si las palabras en latín e íbero se corresponden.
De todas formas, lo que resulta seguro es que un elemento unía a los idiomas que se hablaban en la península Ibérica entre los siglos VIII y II antes de Cristo: todos utilizaban sistemas de escritura emparentados aunque entre ellos no se entendiesen. No se trataba propiamente de un alfabeto, sino un sistema que los especialistas denominan de semisilabarios. A grandes rasgos, sería una mezcla de alfabeto (con vocales y consonantes), además de un listado de sílabas oclusivas labiales, dentales y velares. Es decir, un hipotético escolar íbero al intentar memorizarlo —y si tuviese la misma secuencia que el latino, que no lo tenía— tendría que repetir algo así como: a, ba, be, bi, bo, bu, da, de, di, do, du...
La historia de esta escritura arranca en el siglo VIII antes de Cristo en lo que hoy en día es Huelva. Después, la tomaron en préstamo pueblos vecinos, como los que habitaban el Algarve o los tartesios para grabar un centenar de estelas funerarias.
Casi tres siglos después, en la franja litoral que se extiende del Rosellón francés a Almería, se empezó a escribir un idioma completamente distinto: el íbero, pero curiosamente usaba también casi los mismos signos. Estos hechos despistan a los expertos, porque está contrastado que algunas palabras en íbero acababan en d, un sonido que no existe en el signatario (da, de, di, do...). Así que la conclusión es que copiaron el sistema de Huelva y lo adaptaron a sus necesidades: se inventaron la d final, por ejemplo.
Se han hallado unas 2.300 inscripciones, entre ellas en 1923 el llamado Arquitrabe de Sagunto, un bloque paralelepípedo quebrado por su centro e incompleto. Tiene dos líneas, la primera en latín y la inferior en íbero.
En el centro peninsular se hablaba, a su vez, otro idioma: el celtíbero, cuya traducción está más avanzada al ser lengua indoeuropea y fácilmente comparable con otras más conocidas (como el celta, el galés, el germánico…). Se han descubierto más de 800 inscripciones. Este pueblo escribía sobre bronce y el texto más famoso de los que han sobrevivido se incluye en los llamados Bronces de Botorrita. Se trata de cuatro planchas, tres de ellas en celtíbero y una cuarta en latín que están relacionadas con un proceso judicial.
Igualmente, se han detectado otros dos idiomas más con el mismo alfabeto en la Península: la lengua lusitana, —con solo seis inscripciones sobre roca— y el protovasco, al que tal vez corresponden unos pocos textos escritos en una variante del signario ibérico. Casi todo se puede pronunciar, pero poco traducir. Velaza destaca, no obstante, los importantes avances que se han realizado en los últimos diez años. “La informática nos ayudará, aunque no es suficiente. Pero el futuro es apasionante”, concluye. De hecho, el catedrático ya lo pronuncia.
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