Antonio Pérez Henares
Hija de Leonor de Aquitania, hermana de Ricardo Corazón de León, fue la esposa de Alfonso VIII, vencedor de las Navas de Tolosa. Le siguió a la tumba y sus restos descansan en el Monasterio de las Huelgas.
Fue la octava de los diez hijos de la fabulosa Leonor de Aquitania con los dos reyes, el de Francia, Luis VII y el de Inglaterra, Enrique II, con los que estuvo casada. Nació en Normandía, en el castillo de Domfront, de la estirpe de los temibles vikingos que conquistaron aquellas tierras francesas y luego hicieron lo mismo con Inglaterra. Su madre, duquesa de Aquitania, poseía más tierras galas que el propio rey francés con quien casaron. Cuando se divorcio de él, y se casó con el rey inglés muchas de ellas pasaron a esa corona y estuvieron en el origen de de cien años de guerra.
Uno de sus hermanos fue el legendario Ricardo Corazón de León y otro fue Juan sin Tierra. Pero Leonor de Plantagenet, también señora de Aquitania y condesa de Gascuña, fue ante todo y es para la historia, reina de Castilla, esposa de Alfonso VIII, el vencedor de las Navas y fundadora del Real Monasterio de las Huelgas. Una de las grandes reinas de la historia de España.
Impulsora de la escuadra
Protectora de maestros canteros, iniciadora de la catedral de Cuenca, por algo de estilo normando, impulsora del Camino de Santiago, su abuelo, Guillero el Aquitano, había muerto de agotamiento tras concluir su peregrinaje abrazado a la imagen del apóstol, la voz marinera que susurró al rey castellano la conveniencia de dar fueros a villas y gentes cantábricas para que construyeran los barcos que iban a ser la base de la hegemonía de la Escuadra Castellana, durante tantos siglos, en los mares del mundo.
Cuando llegó a España para casarse con Alfonso VIII de Castilla era tan solo una niña de 10 años. Había sido recogida en Burdeos por el arzobispo de Toledo y los obispos de Burgos, Palencia, Segovia y Calahorra amen del todopoderoso jefe de la casa Lara y ayo, don Nuño Perez de Lara y los más importantes condes del reino. Alfonso la esperó en tierra aragonesa, en Tarazona, donde reinaba su primo, otro Alfonso, el II de allí, casado con su tía, doña Sancha.
Alfonso no era mucho mayor que ella, El rey Pequeño le llamaban aún los moros, había llegado a los 15 años, edad que le habilitaba ya para reinar, hacia tan solo unos meses. Su niñez había sido tormentosa pero las vicisitudes habían forjado un bien probado carácter y dado una entereza impropia de sus pocos años.
Pero eran dos niños quienes se cogieron ante el altar en Tarazona y se fueron luego a celebrar sus bodas a su capital burgalesa. No se separarían nunca, a no ser que ella hubiera de quedar en retaguardia, y procuraba hacerlo cerca incluso en la peligrosa frontera musulmana y embarazada, cuando la edad de consumar el matrimonio llegó y a partir de los 18 comenzó a darle hijos. Diez de ellos superaron el parto y fueron bautizados aunque la desdicha se cebó en los varones, el primero Sancho, a los tres meses de nacer; el príncipe Fernando ya cumplidos los 20 y que ya combatía al lado de su padre, murió de fiebres un año antes de las Navas, dejando sobrecogido al reino y desolados a sus padres y el pequeño Enrique, que aunque fue rey no reinó, murió también niño por el golpe de una teja desprendida en la cabeza.
Esa muerte no la sufrió ya Leonor, pues ella misma había seguido a su marido Alfonso antes a la tumba, menos después de un mes de que el rey falleciera, solo dos años después de su trascendental victoria para España y para Europa entera en las Navas de Tolosa. Habría de ser la mayor de todos los vástagos, Berenguela, quien hubiera de mantener, y le costó lo suyo, la Corona, hasta entregarla a su hijo, Fernando III, que unificaría definitivamente a León y Castillay conquistaría Córdoba y Sevilla a los musulmanes, culminando así la obra de su abuelo, y llegaría incluso a Santo.
Otras dos hijas fueron también reinas: Urraca, a la que vio casarse con el rey portugués Alfonso II y la séptima de todos, la que llevaba su mismo nombre, Leonor, que sería la reina de Aragón y su marido nada menos que Jaime I el Conquistador de Valencia, pero eso ya no lo vieron sus ojos.
La reina niña, desde su llegada a España se había hecho querer desde el principio por los castellanos y por su esposo, que le enseñó la lengua y las costumbres, hasta convertirse en la más castellana de las reinas. Alfonso también se dejó enseñar por ella en muchas cosas. Así convino en que vinieran a su reino muchos caballeros y gentes de allende de los Pirineos, de Aquitania y de Gascuña, a repoblar la dura frontera, la Extremadura Castellana, muchos pueblos llevan su patronímico como Gascueña de Bornova. También llegaron canteros y maestros en construir templos y catedrales, cuando fortificaron aún más Atienza y conquistaron Cuenca, ciudad que cautivo a Leonor y a la que favoreció en lo que pudo e inició las obras de su catedral. Y Burgos, claro, donde se volcaron sus afanes por engrandecerla como gran capital castellana. El Real Monasterio de las Huelgas sería la más hermosa y perdurable de sus obras, en él está la enseña arrebatada al califa almohade que pretendía hacer zozobrar a la cristiandad entera. En las Huelgas están enterrados Leonor y Alfonso y en la sala contigua muchos de sus hijos y también la que fue la primera señora y abadesa del Monasterio, su hija Constanza.
Fue Leonor una buena consejera real y hizo ver a su marido de tierra adentro cosas de la mar que le fueron muy útiles y que, como inglesa y normanda sabía. Las villas de Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera y Castro Urdiales se convirtieron en el germen de la gran armada de castilla. También ayudo a su esposo en las cosas del mundo y de la diplomacia y a través de sus poderosos parientes logró en buena medida que el Papa Inocencio declarara cruzada el combate mortal y decisivo contra el terrible imperio almohade.
Al lado del Rey Alfonso estuvo Leonor siempre y en todo momento, también en las horas malas, tras la desastrosa derrota de Alarcos, cuando todo el reino se tambaleó y fueron acosados tanto por los crecidos sarracenos como por sus propios parientes, los otros reyes cristianos, el de Navarra y el de Aragón, que se confabularon con ellos. Solo Aragón les ayudó en aquel momento de tribulación.
La judía de Toledo
Y aunque de aquello seguramente ella no tuvo siquiera noticia, porque la leyenda fue más que nada una invención muchos años posterior, es cuando presuntamente acaeció el abandono del rey a su esposa seducido por una hermosa judía toledana. De ello se escribió mucho, siglos después, y se sigue escribiendo ahora. Y metido de manera apócrifa en los propios anales del reino como si de verdad se tratara, ha quedado como hecho cierto y por demás novelado, aunque no se sostenga en nada.
Porque lo del rey Alfonso encerrado con la hermosa judía y abandonando todas sus obligaciones nada menos que durante siete años, y que ese pecado fuera la causa de su derrota en Alarcos, no se compadece en nada con la verdad, pues durante ellos la reina Leonor no dejo de darle hijos y de estar junto a él por villas y ciudades. Pero las leyendas, más si son románticas y las pergeñan alemanes, el escenario es Toledo y su protagonista una bella hebrea, son imbatibles y no hay pergamino viejo que pueda con ellas.
Pero lo cierto es que los dos, Alfonso y Leonor, fueron de la mano juntos por la vida desde que se la dieron siendo niños en Tarazona cuando ella llegó rodeada de lo más florido de la nobleza aquitana y gascona a la guerrera y austera Castilla, hasta que la de Alfonso cayó rendida por la fiebre y por la muerte el 5 de octubre de 1214, en Gutierre-Muñoz (Avila) cuando se dirigían hacia Portugal a visitar a su hija Urraca. No dejo trasponer siquiera el mes la reina Leonor, para acompañarlo a la tumba, el día 31.
Esa fue Leonor de Plantagenet, de Aquitania, y más que de ningún lado, reina de Castilla. Una gran reina, y un hermoso nombre que quiero pensar algo tuviera que ver para ser elegido tanto siglos después por los actuales Reyes de España para dárselo a la heredera de la Corona, la Infanta Leonor, actual Princesa de Asturias.
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