lunes, 22 de octubre de 2018

Pérez-Reverte: «Los héroes de hoy son feministas, animalistas y republicanos». 4º ESO

LA RAZÓN
J. ORS

Cierra su trilogía de Falcó con «Sabotaje», ambientada en el París de los años 30, una novela donde reflexiona sobre el papel de los pensadores en las guerras y Picasso como uno de los protagonistas.


El autor, en un restaurante de París, una ciudad de la que se ha apropiado de nuevo con Falcó. Foto: ©JEOSM


Falcó es un personaje encanallado, letal, tallado con los buriles afilados de lo políticamente incorrecto, que ha sido ideado en contra del pensamiento vigente, repleto de ensimismamientos, y las normas de conducta generalmente aceptadas. Arturo Pérez-Reverte, sentado al fondo del café parisino de «Les Deux Magots», uno de esos locales con el mobiliario aún barnizado de historia y de historias, retrata a su personaje con palabras de aristas duras, en apariencia crueles: «Es un asesino, un torturador, sin moral y ética definida, un mercenario violento. No era fácil que el lector lo aceptara, pero tengo oficio y, a la vez, lo he hecho encantador, simpático, guapo, seductor, elegante... era una apuesta. Funcionó». Arturo Pérez-Reverte es un novelista que se encuentra a gusto en las aguas difíciles, navegando contra la marea de las modas y en «Sabotaje», la novela que cierra el primer tríptico dedicado a este espía, provocadoramente colocado en el bando nacional, ha dibujado a un Lorenzo Falcó más adusto, más adulto y más claro en sus asesinatos. «Ahora todos los héroes son republicanos, demócratas, feministas, animalistas, “avant la lettre” y buenos. Yo quería hacer un hijo de puta y usé los elementos que lo convertían en uno. Lo introduje en el lado fascista para que fuese completa su percepción negativa. El truco es que no lo hice fascista. No lo es ideológicamente. Trabaja para ellos, pero no es de ellos. Es un hombre que hace su propia guerra. Pero, en efecto, es una herramienta de estos hombres». Después de pasear a su protagonista por las ciudades de España, Portugal o Marruecos, Pérez-Reverte lo ha trasladado a aquel París de entreguerras, aún nimbado en nuestra imaginación por la leyenda de la Generación Perdida, con sus elegantes cabarés y sus vanguardias literarias, pero que, al mismo tiempo, cobijaba a la peor calaña y especie de los servicios de información. Una ciudad de ambigüedades, compleja, que son las atmósferas que más le gustan al autor. «El mundo no es blanco o negro. Los dos bandos tenían contradicciones, crueldades, barbaridades. De lejos está clarísimo: la república, buena; franquismo, malo. Nadie lo duda. Pero cuando te acercas a los seres humanos los ves con sus intereses, ambiciones, lujurias, rencores, asesinatos. He querido devolver a todos ellos a la zona gris, a los republicanos, al propio Picasso, que no pintó su cuadro por patriotismo ni por demócrata, sino porque le pagaron, muchísimo dinero, además. El bien y el mal, en mis libros, son confusos. En esta época de clichés, de etiquetas fáciles, de tuits, jugar con los grises me parece estimulante. Y no a mí. También debería ser para el lector».
En el estudio del maestro
Arturo Pérez-Reverte camina por el bulevar de Saint Germain, cruza el Pont Des Arts, «mi favorito», desciende por la ribera del Sena y los buquinistas, enseña el hotel Madison, «donde se aloja Falcó» y se detiene en el número 7 de la Rue des Grands-Agustines: «Aquí estaba el estudio de Picasso, donde pintó el “Guernica”». Y es que en esta novela, Falcó viaja con doble tarea: por una parte, desacreditar y eliminar a Leo Bayard, aventurero y piloto durante la guerra Civil española, en donde es fácil encontrar el reflejo de Malraux, y sabotear la obra que el pintor de Málaga prepara para el pabellón español de la Exposición Universal de 1937. Dos tramas que le permiten abordar el papel que han jugado tantos escritores y pensadores en los conflictos bélicos. «Había intelectuales que no pisaban el frente más que de visita o para hacerse la foto. Se paseaban por los bares de la retaguardia con pistola. Y sucedió en los dos bandos. No todos estuvieron luchando. Alberti no estuvo pegando tiros. Esta realidad está en la novela –comenta–. El problema que tienen todas las guerras, no solo en España, y, sobre todo las civiles, es que los intelectuales se apropian de ellas. Cuando se desencadena una contienda como la nuestra, protagonizada por los desgraciados de los dos bandos, por gente, en ocasiones, inculta o campesinos, una vez que han pasado y, otras veces cuando aún no ha terminado, es que ellos son apartados y el intelectual es el que se adueña del protagonismo de la historia. El que pasa a la memoria histórica es él. Nunca tenemos los rostros de los combatientes de la batalla de Brunete o Belchite. Pero sí el de Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo o Miguel Hernández». Después añade: «Aquí se produce una injusticia histórica, porque siempre se termina desplazando al que ha sido el verdadero protagonista. En los conflictos, cuando los periodistas ponen el canuto para grabar a alguien, siempre se lo ponen al intelectual. Ahí tenemos a Carrillo, a la Pasionaria, pero nunca al soldadito que cruzaba el Ebro con el agua el cuello. Esta injusticia es frecuente. Cuando estaba en Sarajevo, allí las estrellas eran Bernard-Henri Lévy y Susan Sontag, mucho más que los combatientes».
En estas páginas, donde los juegos de café se alternan con escenas de violencia, Pérez-Reverte se permite el lujo de repartir una buena tanda de golpes al autor de «El viejo y el mar», retratado en el papel del periodista americano Gatewood y que Falcó besara a una gran estrella de cine: «Lo que más placer me ha dado ha sido dar una paliza a Heming-way, con el que tenía cuentas pendientes, y dar un beso a Marlene Dietrich. Como no podía matar a Malraux, me inventé a Leo Bayard», asegura sonriendo con un punto de picaresca o quizá sea algo de malicia antes de señalar los paralelismos que existen entre aquella sociedad y la nuestra. «Como entonces, el mundo se ha llenado de nuevo de luces de alarma. Lo que me asombra es que, después de haber visto tantas en el pasado, nos neguemos hoy a reconocerlas, a ver las cosas que pueden ocurrir, la alegre irresponsabilidad con la cual nos comportamos, como si fuéramos eternos, invulnerables, inatacables, hasta que llega un Mohamed Atta, dice “vais a enteraros” y mata a 3.000 personas de golpe».
Ricos, clase media y pobres
Después de una pausa para reflexionar, el novelista comenta: «El mundo vive en guerra permanentemente. En Europa, por diferentes razones, ha vivido por 50 años en un oasis peculiar, pero se ha terminado. Europa se ha ido al diablo y ahora China emerge, y tiene otros conceptos distintos a los nuestros. Allí las ideas de democracia, derechos humanos no valen de nada. El mundo está cambiando de lugar y referencias. Las luces se están apagando y llegan otras cosas, ni mejores o peores, pero distintas». Con un mohín que trasluce seriedad, el creador de Falcó sigue con su razonamiento: «Este capullito dorado en el que estábamos se acabó hace tiempo. La clase media desaparece, los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez están más cabreados. Va a venir una crisis más gorda que la anterior y seguimos sin querer verla. Nos van a meter un zarpazo el día menos pensado y va a ser tremendo. Pero estamos haciendo lo mismo que antes de la crisis, y con la misma irresponsabilidad y alegría. Yo lo vengo advirtiendo en los artículos, en los libros: “cuidado que va a venir una hostia”. Lo he vivido antes. Estoy preparado para que vengan los bárbaros. Aventuro lo que va a venir. Será un zambombazo espectacular». Y es que unO de los puntos reiterativos de la literatura de Pérez-Reverte es justo «recuperar el horror. El horror como algo natural del ser humano, que, en este momento, está tan lejos de nosotros, que nos parece una aberración. Pero hay gente que mata con la misma naturalidad que duerme, come o se va con un hombre o una mujer».
«El “Guernica” no es un cuadro de guerra»
Como las maletas de los espías, los personajes de «Sabotaje» tienen doble fondo. Parecen una cosa y son otra. Se llaman de una manera, pero detrás de esa careta troquelada por la ficción aguarda el rostro de un hombre o una mujer real. Nelly Mindelheim es Peggy Guggenheim; Gatewood, Ernest Hemingway; Leo Bayard, Malraux y la sombra de Lee Miller aflora en la bella y encantadora Eddie Mayo. Para otros no es necesario ningún capote novelístico y se retratan a las bravas, con su nombre y apellidos. Es el caso del almirante Canaris o Pablo Picasso, que en estas páginas aparece pintando su óleo más célebre: «Hay cuadros de él que me gustan más. El “Guernica” está bien. Pero él nunca vio una guerra. No es un cuadro de guerra; es una alegoría, pero no la guerra. Hay más guerra en pintores anónimos de la Primera Guerra Mundial. Lo que tiene es una carga simbólica y alegórica que lo ha hecho inmortal. Pero como cuadro de guerra no es mi favorito».
El futuro de Falcó
Después de completar esta trilogía, el escritor va a aparcar, de momento, las aventuras de Falcó. De hecho, ya está inmerso en un nuevo libro, una novela de corte histórico de la que, muy prudente, no revela nada. No descarta, como ya ha hecho con Alatriste, volver a él en el futuro, cuando haya aprendido más de la vida, porque Pérez-Reverte es un autor de experiencias, de vida, que no está hecho solo de lecturas. Pero no tiene problema en avanzar que la siguiente aventura de su espía podría desarrollarse en El Vaticano.

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