M. A. Juliá
La momia de Lenin en la Plaza Roja se mantiene como símbolo de la revolución que cambió el mundo hace cien años
unto a las murallas del Kremlin, un cuarto de siglo después de la desaparición de la URSS, el cuerpo embalsamado de Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, yace aún dentro de una vitrina de cristal. En el interior de la pirámide en la que se encuentran los restos del líder revolucionario ruso, tras bajar unas escaleras, reina una oscuridad casi absoluta. Sólo una luz tenue ilumina el rostro del padre de un país que ya no existe. Nada de fotos, nada de pararse a mirar. El visitante entra por un extremo de la sala y sale por el otro. El personal de seguridad presente en el lugar se encarga de que nadie se demore demasiado y de que en ningún momento se rompa la solemnidad.
Hoy, 93 años después de su muerte, la figura de Lenin está todavía muy presente en la Rusia actual. Sus estatuas con rostro severo y mirada al frente, hacia ese futuro luminoso que preconizaba el comunismo, se extienden por todo el territorio del país. Y más que el futuro que dibujó, duele aún el pasado que protagonizó. «La liberación de la Plaza Roja de los restos del principal perseguidor y torturador del siglo XX y la destrucción de los monumentos que se le dedicaron», según afirmó en un comunicado el Sínodo de la Iglesia ortodoxa en el Extranjero en marzo de este año, supondría una «reconciliación del pueblo ruso con Dios». Los líderes religiosos fueron todavía más lejos y señalaron que «debería hacerse lo mismo con el nombre de ciudades, regiones y calles, que hasta el día de hoy están privadas de sus nombres históricos», en referencia a la fuerte presencia de Lenin en la nomenclatura actual que barrió con la pasada. El comunicado llegaba precisamente poco después de que el diputado de la Duma Ivan Sujarev enviara una carta a la presidenta del Senado, Valentina Matviyenko, en la que le pedía que se desmontara el mausoleo del padre de la revolución.
En el otro extremo se encuentran los comunistas rusos, que consideran que mover los restos de Lenin sería un «sacrilegio» y que consideraron la propuesta como «una gran provocación».
Según una encuesta reciente, el 63% de los rusos es partidario de enterrar a Lenin, pero esta mayoría se divide entre los que quieren hacerlo con urgencia (el 32%) y los que prefieren esperar a que pase el tiempo para que el cambio no genere polémica (el 31%) respecto a los nostálgicos del régimen. Entre estos últimos se encuentra el propio Vladimir Putin, que la última vez que se pronunció sobre el tema aseguró que no era partidario de desmantelar el mausoleo para «no dividir a la sociedad».
Ajeno a todo este debate, el cuerpo embalsamado de Lenin sigue en su urna, como un siglo entero congelado, en pleno corazón de Rusia.
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