Francisco Carrión
El cementerio de la batalla de El Alamein, hoy, durante la ceremonia del 75 aniversario. KHALED DESOUKIAFP
- Una ceremonia recuerda el aniversario de los 75 años de la batalla que en suelo egipcio cambió el curso de la II Guerra Mundial.
Una ristra de viejas condecoraciones cuelga de la chaqueta de John Nikolopoulos. "Sólo tengo 93 años", advierte entre risas este soldado griego curtido en mil lides. Es primera hora de la mañana y John, sentado en primera fila, observa la procesión de invitados que busca acomodo en el corazón del cementerio de la Commonwealth en El Alamein. Se cumplen 75 años de la batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y el griego, nacido en Tesalónica, es el único superviviente que ha recorrido los 1.000 kilómetros que separan su hogar de este enclave a orillas del Mediterráneo donde las tropas aliadas -a las órdenes del mariscal inglés Bernard Law Montgomery- derrotaron al Afrika Korps de Erwin Rommel. "Fue una contienda muy dura pero también muy humana. Respetábamos al enemigo. Cuando la Cruz Roja llegaba a socorrer a los heridos, el fuego cesaba en ambos lados", rememora el anciano, uno de los 6.000 griegos que se enrolaron en la campaña y compartieron destino con 190.000 hombres llegados de Reino Unido, Australia, Sudáfrica, India o Nueva Zelanda.
7.367 uniformados aliados no sobrevivieron a las dos campañas de El Alamein que se sucedieron a lo largo del verano y otoño de 1942. Los cuerpos de otros 11.945 militares ni siquiera fueron hallados. Un mar de lápidas habita el camposanto de la Commonwealth desde el que hoy se rindió recuerdo a los caídos de uno y otro bando, con la presencia de agregados militares británicos, franceses, alemanes e italianos. "Perdí a 30 camaradas y otros muchos resultaron heridos. Yo era un soldado raso", desliza John, el último testigo del episodio egipcio de un conflicto que desangró Europa. "Para mí era un deber venir hasta aquí. Estoy en deuda". El griego desembarcó en El Alamein en septiembre de 1942, con apenas 18 años. "Había escapado de Atenas en dirección a Turquía porque pertenecía a una organización clandestina dedicada a proporcionar vías de escape a los soldados británicos atrapados en Grecia", narra su yerno Marinos Yannopoulos, uno de sus acompañantes en el que quizás sea su último periplo a El Alamein. "Lo recuerda todo. Durante la última década se ha dedicado a escribir sus memorias de soldado. Resulta portentoso".
Una ceremonia sencilla -oficiada por religiosos de las iglesias anglicana, evangélica, católica y ortodoxa griega- desempolvó hoy la memoria de una ofensiva aliada iniciada a las 21 horas del 23 de octubre de 1942 que, tras de 14 días de hostigamiento a las tropas de Rommel, propinó el primer golpe a los ejércitos del Eje comandados por el 'Zorro del desierto'. "Antes de aquello nunca cosechamos una victoria. Después jamás conocimos una derrota", declaró Winston Churchill. "Éste no es el final, ni siquiera es el principio del fin, pero lo que sí puedo asegurarles es que es el final del principio", aventuró con acierto. John, que no ha olvidado los discursos de Montgomery cuando visitaba a su brigada a bordo de imponentes tanques, desafía la narrativa que han establecido el tiempo y la retórica de los vencedores. "Fue una batalla muy importante para los aliados pero el primer gran triunfo se consiguió en Grecia frente a los italianos".
La hábil estrategia urdida por Montgomery logró aislar primero a una división de infantería germana y, más tarde, empujar a unos uniformados desmoralizados hacia la región libia de Cirenaica antes de firmar la rendición final en Túnez. El coste, no obstante, resultó inmenso: a los caídos en ambas trincheras se sumaron los 17 millones de minas y otros artefactos explosivos -entre misiles u obuses- que plantaron los batallones rivales y cuya azarosa limpieza acaban de concluir el ejército egipcio y la ONU. Durante las décadas que permanecieron esparcidas, se cobraron 700 vidas y mutilaron a 7.600 personas.
Entre los veinteañeros que pueblan las estelas del cementerio se halla el padre de Patricia Harris, una británica del condado de Essex que hoy por vez primera visitó la sepultura de su progenitor. "Nací en noviembre de 1941. Mark, mi padre, falleció en julio de 1942 en El Alamein", narra la mujer de cabello plateado junto a su hijo Daniel. "Era un viaje vital pendiente", admite el vástago. Cuatro días antes de perecer en "aquel loco mar de arena" -como lo describió años después el poema de uno de sus supervivientes-, Mark recibió las primeras instantáneas en blanco y negro de su hija. Unos fotogramas que Patricia, emocionada, exhibe a unos metros de la tumba junto a la más preciada de las pertenencias de un hombre al que no llegó a conocer: una ajada cartera de cuero convertida en mapa. "Mi padre escribió en el billetero el nombre de los lugares por los que transitó como soldado", comenta. Garabateados por su superficie, asoman Gaza, en Palestina; Tobruk, en Libia; y Marsa Matruh, en Egipto. También la que sería su tumba: El Alamein, por aquel entonces una árida villa de palmerales y campos de olivos bañada por las aguas turquesas de un Mediterráneo que el boom del ladrillo amenaza ahora con desterrar para siempre.
"Todos los que sobrevivieron a las escaramuzas recuerdan la ferocidad de la batalla y las condiciones climáticas. Vivir en el desierto no resulta fácil. Hay que soportar el calor, el sol y el frío de la noche", apunta Mike Bradley, un experto en historia castrense que hoy puso voz a los veteranos ingleses que optaron por evocar la efemérides desde la distancia. "Intentamos traer a un superviviente de 96 años pero está demasiado lejos". Entre los mármoles que marcan los cuerpos sepultados -decenas no albergan más que una cruz y el epígrafe "conocido para Dios"- han crecido los cactus, algunos arbustos y un par de árboles que proyectan una exigua sombra. Una geografía mínima, polvorienta y remota en la que Patricia ha hallado retales de una biografía extraviada. "Mi madre quedó devastada pero me habló muy poco de él por respeto al hombre con el que se casó siete años después de su muerte", murmura la septuagenaria. "Al encontrar su tumba, me he enterado de que estoy allí con él. La lápida recuerda a su bebé".
No hay comentarios:
Publicar un comentario