Claudi Pérez
Mario Draghi inicia la retirada paulatina de los estímulos: la adquisición de deuda se reducirá en 2018 de 60.000 a 30.000 millones al mes.
Mario Draghi cruzó un rubicón financiero en 2015: empezó a comprar deuda pública —anatema en Alemania— para sacar a la eurozona de una espiral infernal que incluía tendencias deflacionistas, una nueva mediocridad económica y continuas sacudidas en los mercados. La inflación no ha vuelto, pero las aguas bajan más calmas: la recuperación está ahí. Draghi señalizó ayer la puerta de salida de las medidas extraordinarias: anunció el principio del fin del programa de compras (QE). Se trata de un repliegue gradual, dulce, casi de puntillas. Nada de big bangs: el BCE rebaja de 60.000 a 30.000 millones las adquisiciones mensuales, y alarga nueve meses los plazos. Y deja la puerta abierta a volver a disparar si la Gran Crisis sorprende con la enésima réplica.
El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi YURI GRIPAS REUTERS
Vivimos tiempos extraordinarios: se confunden lo viejo y lo nuevo, lo conservador y lo radical. La eurozona respondió a la Gran Crisis con un exceso de austeridad y reformas que se estudiará en los libros de historia económica como un error mayúsculo. El euro estuvo a un paso de romperse por varias costuras; incluso por España, que tuvo que solicitar un rescate europeo para sus bancos. Solo Mario Draghi permitió salvar varias pelotas de partido con un puñado de medidas radicales: un reguero de intervenciones verbales (“haré todo lo necesario”, dijo a mediados de 2012 en Londres, y los especuladores huyeron como conejos) y políticas monetarias extraordinarias que incluyen tipos de interés negativos y un programa multimillonario de compras de activos que sacó al euro del lodazal contra la opinión de Alemania.
Draghi anestesió los problemas con montañas de dinero fresco. Ha gastado dos billones de euros para revivir la moribunda economía europea, y le queda medio billón adicional en el tambor del revólver del QE. La eurozona crece hoy el 2%, más que EE UU. El paro ha bajado al 9%. La banca sigue en dificultades, pero respira. La inflación, eso sí, no ha vuelto. Pero llega el momento de empezar a dejarlo: de volver paulatinamente a la aburrida normalidad de la política monetaria.
“Menos durante más tiempo”, ese es el nuevo mantra de la versión europea del QE. Draghi reduce el volumen de compras, de 60.000 a 30.000 millones mensuales a partir de enero, y sugiere que aún habrá una nueva reducción. “No pasaremos de 30.000 millones a cero, habrá un repliegue más gradual”, explicó. Junto con esa menor velocidad, el BCE amplía el horizonte temporal: adquirirá activos nueve meses más, al menos hasta septiembre de 2018. Y lo más importante: contra la opinión de los halcones, deja abierta la puerta a aumentar la munición y alargar esos plazos si las cosas se tuercen, “si las perspectivas económicas son menos favorables o las condiciones financieras empeoran”. Con una posdata dedicada a los mercados: no habrá subidas de tipos de interés hasta “un buen tiempo después” del final de ese programa.
En resumidas cuentas, Draghi firmó ayer un año más de QE, que expirará en algún momento de finales de 2018, y dos años más de tipos negativos, con las primeras subidas previstas para la primavera de 2019 (como pronto). Eso sí, “el trabajo no está terminado”, reconoció en una de las ruedas de prensa más importantes de los últimos meses en Fráncfort, la capital financiera de la Europa continental.
Draghi había telegrafiado ese movimiento, y eso evitó que la sacudida del mercado fuera más rotunda. Pero no todos los mensajes fueron música para los oídos de los inversores. El jefe del Eurobanco apuntó que la decisión de dejar la puerta abierta a aumentar la munición del QE no fue unánime; explicó que la economía necesita aún un “amplio” grado de estímulo (hace un mes era más contundente y decía que la eurozona requería ayudas “muy sustanciales”); y evitó las alusiones a la revalorización del tipo de cambio del euro, que sube el 12,5% en lo que va de año y dificulta así la mejoría de la inflación. Sus augures sostienen que todo ese argumentario permite concluir que una subida de tipos de interés en 2019 es hoy mucho más probable que hace solo unas semanas.
Talento y suerte
Draghi tiene un enorme talento para comunicar. Jugó con las palabras en la rueda de prensa y trató de convencer a todo el mundo de que el BCE ha balizado con meridiana claridad el discurrir de los dos próximos años. Pero para que todo vaya conforme al guión trazado necesitará, entre otras cosas, una buena pizca de suerte: el propio banquero central apuntó que la recuperación es hoy más sólida que nunca, pero los riesgos no han desaparecido del horizonte. Estados Unidos y China, por diversas razones, encabezan los peligros procedentes del exterior. Pero Europa sigue teniendo agujeros en sus propios bolsillos: la crisis de Estado en España —que definió como “importante” y “significativa”—, el Brexit y las elecciones italianas son los más acuciantes, junto con el ascenso de la extrema derecha en varios países. La incertidumbre política se ha disipado en el último año, pero no es fácil ser optimista con Europa.
Las casas de análisis resumían con una canción de los Beatles lo que queda por delante: The Long and Winding Road (el largo y sinuoso camino) hacia la normalidad. “Este es apenas el inicio de un largo proceso”, apuntaba Lorenzo Codogno, exdirector del Tesoro italiano. “Dóblese como Draghi”, titulaba su comentario Frederic Ducrozet, de Pictet, que aludía a las contorsiones que debe hacer el jefe del BCE para no defraudar las expectativas y mantener la credibilidad del Eurobanco, quizá la institución europea que sale mejor parada de la Gran Crisis.
Aparentemente ajeno a críticas y aplausos, Draghi saludó la robusta reactivación de la eurozona, pero torció el gesto al hablar de la inflación: el BCE lleva años violando su único mandato (un IPC por debajo pero cerca del 2%), y las previsiones indican que seguirá incumpliendo hasta 2021. La inflación cerró septiembre en el 1,5%, y el propio Draghi espera peores datos hasta fin de año. La subyacente (sin los elementos más volátiles: alimentos y energía) está aún más abajo, rondando el 1%. Una parte minoritaria del consejo del BCE, capitaneada por el alemán Jens Weidmann, le exigió ayer olvidarse de ese mandato —en el que tanto ha insistido siempre el Bundesbank— y explicitar la fecha de caducidad del QE. Draghi se negó, y se ganó para su causa a una amplia mayoría de gobernadores. El programa de compra de activos tendrá así un “final abierto”, como en los buenos libros. Aunque esa pelea volverá: “Las batallas nunca se evitan, únicamente se posponen y casi siempre en su contra”, escribió Maquiavelo en una cita que parece dedicada a la eurozona, la crisis, el QE y el consejo del BCE.
REACCIÓN AMBIGUA EN ALEMANIA
Se esperaba una reacción airada del establishment alemán, que reclama a Draghi que indique con claridad cuándo expira el programa de compras de activos, la versión europea del QE estadounidense. Pero esa reacción fue ambigua: hubo críticas a Draghi, pero menos duras de lo previsto.
El ya exministro Wolfgang Schäuble llegó a vincular las medidas extraordinarias de Draghi con el ascenso de la extrema derecha en Alemania; el sector financiero germano ha cargado repetidamente contra los tipos de interés negativos, que según los ordoliberales llevan a la economía de burbuja en burbuja, penalizan a los ahorradores y premian a quienes se endeudan.
Draghi pasó de puntillas por ese debate. Defendió que su política monetaria es distinta de la de EE UU porque los ciclos económicos son distintos. Y se resistió como gato panza arriba a denominar tapering (literalmente, repliegue) a la retirada gradual de las medidas extraordinarias. Draghi prefiere el eufemismo “recalibrar”. “El programa tendrá un final abierto porque hay aún un elevado grado de incertidumbre”, cerró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario