Pinar Bonet
Rusia y los territorios en conflicto de la extinta URSS proyectan sus propios intereses en el órdago de los nacionalistas de Cataluña.
Soldados rusos durante la ocupación de Crimea, en marzo de 2014. PILAR BONET
Más de un cuarto de siglo después del desmoronamiento de la URSS, en el vasto territorio de aquel país hay siete territorios en conflicto, bien porque no encontraron encaje armónico en las coordenadas del derecho internacional, bien porque descarrilaron en un punto avanzado del camino iniciado en 1991. Además, en Rusia, hay heridas del pasado que podrían reabrirse en Tatarstán, una rica región del Volga, donde el intento, a instancias del presidente Vladímir Putin, de suprimir la obligatoriedad del idioma tártaro (con carácter “estatal” junto con el ruso, en virtud de la constitución local) está produciendo graves tensiones sociales.
De los siete conflictos en liza, cuatro (Osetia del Sur, Abjasia, Alto Karabaj y Transdnistria) se manifestaron y agravaron cuando aún existía la Unión Soviética, al calor de la perestroika (el proceso reformador) emprendido por Mijaíl Gorbachov; otros tres (Crimea y las autodenominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, parte de las provincias ucranianas de igual nombre) se transformaron en problemas internacionales en 2014 a resultas de la injerencia política y militar de Rusia en Ucrania.
Cada conflicto tiene su historia particular, pero en todos ellos, Moscú ha sido clave para inclinar la balanza de uno u otro lado y, según los casos y las épocas, para alterar los equilibrios entre las partes implicadas. El Estado soviético tenía una estructura escalonada que culminaba en 15 repúblicas federadas. En esa matrioshka, Abjasia y Osetia del Sur eran parte (con diversos grados de autonomía) de la república de Georgia; el Alto Karabaj era una autonomía de la república de Azerbaiyán y Transdnistria era una franja al Este del río Dniéster, que la ingeniería administrativa de Stalin unió a la Besarabia rumana para formar la república de Moldavia.
En lo que se refiere a Crimea, en virtud del derecho internacional esta península es parte de Ucrania y como tal fue reconocida por Rusia en múltiples acuerdos, incluido el gran tratado de amistad y cooperación de mayo de 1997, ratificado por ambos parlamentos y no denunciado hasta ahora. La RPD y RPL, por su parte, son los residuos de la euforia que la Operación Crimea causó en medios de los rusoparlantes del Este de Ucrania. Sobre el telón de fondo de la huida del presidente Víctor Yanukóvich (oriundo de Donetsk) y la crisis política y económica, muchos vieron a Vladímir Putin como de tabla de salvación para su incierto futuro en una zona industrial vinculada a la economía rusa.
Putin provoca tensiones en Tatarstán al intentar rebajar la escolarización en lengua local
En los territorios conflictivos de la ex URSS hay reiterados ejemplos de referéndum que proclaman, según los casos, soberanías, independencias o vectores de desarrollo proruso. Pero estas consultas no han tenido validez internacional certificada por entidades como la OSCE o el Consejo de Europa. Por lo general, los llamados observadores tienen su propia agenda o cumplen encargos del Kremlin. Desde Rusia se organizaron, pagaron y desplazaron las misiones de observación al referéndum de Crimea en marzo de 2014 y posteriormente a los referendos y elecciones en la RPD y RPL.
Los siete territorios descarrilados de la comunidad internacional sufren diversos grados de aislamiento, ya que su relación con el mundo depende en gran medida de los Estados, de los cuales forman parte desde la perspectiva de la ONU. (Abjasia y Osetia del Sur, de Georgia; Transdnistria de Moldavia; el Alto Karabaj de Azerbaiyán, Crimea; la RPD y la RPL, de Ucrania). Con recursos económicos, militares y también culturales y humanitarios Rusia se presenta ante estos descarrilados como alternativa al aislamiento representado por sanciones, bloqueos físicos, impedimentos para las relaciones y transacciones comerciales y desplazamientos al mundo exterior. Diariamente, los aviones regulares rusos vuelan de Moscú a Crimea y los autobuses cruzan las fronteras no controladas por Ucrania en su ruta entre la ciudad rusa de Rostov y las “repúblicas populares” secesionistas. Las empresas occidentales no pueden comerciar directamente con los territorios descarrilados, pero sí a través de Rusia o de Armenia (en el caso del Alto Karabaj). Quien así viaja o comercia se arriesga a verse vetado en Ucrania o Azerbaiyán.
Los dirigentes de esos espacios en conflicto desean hacerse oír en el panorama internacional y, para ello, puentean al Estado al que pertenecen formalmente, aunque haga hasta más de un cuarto de siglo que viven de espaldas a él. Las antiguas repúblicas socialistas soviéticas, aceptadas como Estados en la ONU entre el otoño de 1991 y el verano de 1992, bloquean estas iniciativas, desde la participación en ferias vinícolas en Italia (Ucrania respecto a Crimea) o torneos deportivos internacionales (Georgia respecto de Abjasia u Osetia del Sur). Transdnistria tiene menos problemas, porque las empresas y el equipo de fútbol (Sheriff) de la región se sometieron a la jurisdicción de Moldavia.
Los protagonistas de los conflictos en el espacio postsoviético se movilizan y buscan analogías útiles para sus propios casos cuando comunidades de otras partes del mundo reclaman más autonomía o independencia. Cataluña es objeto de extrema atención en Kiev, Tbilisi, Sujumi, Tsjinvali, Tiráspol o Moscú. En nombre de la integridad del Estado, Georgia y Ucrania se alían con Madrid, aunque en otros tiempos, cuando intentaban liberarse de Moscú, se identificaban con Cataluña.
Si la independencia de Cataluña se produjese, “el proceso de desintegración de la UE se agravará y será el principio de un “desfile de independencias” (…) que debilitará a la UE también en el plano económico y militar, es decir, desatará las manos de Rusia”, escribe el politólogo ucraniano Alekséi Golobutski. “La cuestión”, señala, “no es si estamos por Cataluña o por la unidad de España”, sino que “en los intereses de Ucrania está conservar la unidad territorial de España”.
Los protagonistas de los conflictos postsoviéticos pueden cambiar su posición consecutivamente según las analogías del momento. Moscú, en cambio, juega con dos barajas a la vez. En 2008, los dirigentes rusos advirtieron a Occidente que el reconocimiento de Kósovo como Estado sería un precedente para centenares de territorios conflictivos, incluidos Abjasia y Osetia del Sur. En agosto de 2008, Rusia ayudó a Osetia del Sur a repeler la ofensiva militar del presidente de Georgia Mijail Saakashvili, y reconoció como Estados a aquellas dos antiguas autonomías de Georgia.
Para el Kremlin, Kósovo es un argumento reversible y utilizable en sentidos contrapuestos. Ha servido a Putin para justificar Crimea, pero también para apoyar la integridad territorial de Serbia, cuando el presidente ruso visitó Belgrado en 2014. Lo irónico del caso es que Putin ha esgrimido Kósovo en defensa de cambios fronterizos en países que, como Georgia y Ucrania, no reconocen aquel territorio yugoslavo como Estado, justamente para evitar las analogías.
Los territorios “no reconocidos” o “escasamente reconocidos” aprovechan los nuevos conflictos para difundir su causa. Así, el ministro de exteriores de Osetia del Sur, Dmitri Medóev, visitó Barcelona el 23 y 24 de octubre y abrió una "oficina" de representación, según la información que difundieron puntualmente agencias rusas como Sputnik o Regnum, con foto incluida del evento. A preguntas de esta corresponsal, Medóev dijo haber sido enviado a Barcelona por el líder de Osetia del Sur, Anatoli Bibílov, y señaló que la denominada oficina de representación es en realidad “una persona física que no está registrada como entidad jurídica, ni tampoco tiene local”. De la misma forma, sin personalidad jurídica y sin oficina, Abjasia tiene un representante en Cataluña, en un conjunto de 21 delegaciones exteriores, que, según información de su Ministerio de Exteriores, incluyen Alemania, Austria, Jordania, Siria, Túnez, Gran Bretaña, Grecia e Israel. “Quisiéramos tener representaciones en todos las capitales occidentales, incluida Madrid, porque cuanto más nos conozcan mejor, ya que los georgianos nos tienen aislados e impiden que se oigan nuestras voces en el mundo”, dijo Daur Kove, el ministro de Exteriores de Abjasia, a esta corresponsal.
Moscú podría utilizar un referéndum de independencia exitoso en Occidente como argumento para su causa en Crimea, pero el jugar con los secesionismos entraña peligros, porque Rusia tiene "muchas Cataluñas” en su territorio, según el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov. El secesionismo puede convertirse en un arma de doble filo para el Kremlin en Tatarstán, la república del Volga con la que la Administración central rusa se ha negado este año a prolongar un tratado de delimitación de competencias negociado cuando las regiones tenían más fuerza frente al centro que en la actualidad.
En marzo de 1992 en Tatarstán se celebró un referéndum en el que casi 1.310.000 personas (62,23% de los votantes) se pronunciaron a favor de que aquella unidad administrativa fuera “un Estado soberano, un sujeto de legislación internacional, que construye sus relaciones con otras repúblicas sobre una base de igualdad”. En Tatarstán viven hoy algo más de 3,8 millones de personas, y, según el censo de 2010, el 53,2% eran tártaros y el 39,7% rusos. En 2004, el Tribunal Constitucional ruso dictaminó contra los planes de Tatarstán para cambiar la transcripción cirílica del tártaro por el alfabeto latino. Comentando el intento de rebajar el estatus del idioma tártaro, Alexéi Venedíctov, director de la emisora El Eco de Moscú, ha dicho que el problema de Tatarstán se está desarrollando para Rusia de forma “semejante” al de Cataluña, y que el viernes, en “500 mezquitas” de aquella república se pronunciaron sermones a favor de que el tártaro siga teniendo carácter estatal en las escuelas.
Tal vez por el doble filo del tema separatista, Moscú muestra recelo en los territorios de su órbita. El Kremlin extiende su infraestructura bélica por el mar Negro (basta ver los radares y equipo de comunicaciones en las dependencias de la embajada rusa y las instalaciones militares en puntos estratégicos de Abjasia). En el Báltico, Moscú desconfía de las tendencias germanizantes en Kaliningrado, aunque éstas se limiten a enriquecer la identidad rusa con elementos culturales alemanes. El Kremlin también cierra los ojos ante la desprotección de los ciudadanos rusos en Chechenia a cambio de la fidelidad al Estado de Ramzán Kadírov, el arbitrario y caprichoso líder local.
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