lunes, 30 de octubre de 2017

El hombre que lo archivó todo. 4º ESO

EL PAÍS Cultura
Borja Hermoso

Una muestra evoca la figura del filántropo francés Albert Kahn, que reunió una cartografía universal cinematográfica y de fotos.


Varias mujeres, en Jaffa en 1918. MUSEO ALBERT KAHN


Albert Kahn fue francés, alsaciano —esto es, casi alemán—, judío, pacifista, utopista, banquero, abogado, millonario, mecenas, amante del arte y de las ciencias, íntimo amigo de Bergson y de Rodin y, en suma, un humanista de los pies a la cabeza. Así que cuando en 1898, con 38 años, decidió poner en marcha Los archivos del planeta, un proyecto universal que era una utopía y él hizo realidad, unificó todas esas condiciones que hicieron de él un personaje único en la historia. Reunió todo el dinero que pudo… y se puso a archivar el mundo.
Con una exposición de discreto montaje formal pero larguísimo recorrido conceptual, el Círculo de Bellas Artes (Madrid) rememora la trayectoria de este ricachón filántropo que atravesó los siglos XIX y XX con un objetivo tan extravagante como admirable: concebir un atlas fotográfico y cinematográfico del mundo. Y proceder a una taxonomía imposible de las gentes que en él vivían, desde los desiertos de Mongolia hasta las aldeas de Francia; desde los campos de Castilla hasta los templos de la India; más de 50 países en un periplo de 22 años: de 1909 a 1931. Y con ello, convencer a los demás de sus propósitos de paz entre las razas, culturas y países, algunos de los cuales iban a dejar de existir en breve.
En la muestra del Círculo, comisariada por Alberto Ruiz de Samaniego y José Manuel Mouriño, se exhiben reproducciones digitales de 418 de las más de 70.000 placas autocromas (la mayor colección mundial de placas fotográficas en color sobre cristal) que los equipos de Kahn tomaron por todo el planeta. Es una ínfima parte de los fondos del Museo Albert Kahn de Boulogne-Billancourt, localidad próxima a París en la que el directivo de la Goudchaux Bank tuvo una de sus múltiples residencias. Razones de conservación, transporte y seguros hicieron inviable la presencia en Madrid de placas autocromas originales del museo de Boulogne.

Los nazis en París

La exposición ofrece también la posibilidad de ver media hora de proyección entre los 183.000 metros de película filmados por los equipos de cineastas desplegados a través del mundo por Robert Kahn y su estrecho colaborador, el geógrafo Jean Brunhes.
Albert Kahn —en realidad Abraham Kahn— murió en 1940, justo antes de que los nazis entraran en París y de que la Gestapo visitara sus archivos en Boulogne. Los enviados especiales de Reinhard Heydrich, sin embargo, no consideraron relevante o no entendieron aquel tesoro antropológico y lo dejaron en su sitio.
Durante 22 años, Kahn empleó su fortuna en enviar hasta los últimos rincones del globo a fotógrafos y cineastas. Algunos se convertirían en auténticos pioneros de lo que podría llamarse la antropología visual, ya que muchos de sus modelos y paisajes jamás habían sido retratados. Por ejemplo, los chinos de la Ciudad prohibida de Pekín. O los rituales de vudú en el África subsahariana. O las primeras expediciones polares. O tantas y tantas tribus ignotas.
Algunas imágenes son estremecedoras. Como una mujer condenada a muerte por adulterio y encerrada en un cajón en la Mongolia de 1913. O la abuela de gesto torvo fumando en pipa en los barrios bajos de Jerusalén en 1918; a su lado, otra placa representa, en el mismo año pero en Vicenza, a una dulce muchacha de la burguesía italiana. O el orgullo de un guerrero kurdo de Irak junto a dos chicas posando con elegantes vestidos en una calle de La Haya, ambas de 1927. Era precisamente lo que Albert Kahn se proponía contar: qué distinto podía ser el mundo en un mismo momento… Solo el crack de 1929, que le llevó a la bancarrota, puso fin a su descomunal proyecto. A su personal cruzada contra el racismo, los procesos colonizadores, la incultura y las guerras.

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