Carlos Yarnoz
París y Bruselas son los avalistas de la anunciada contundente reacción del Gobierno español.
Carles Puigdemont, durante el pleno del Parlament que declaró unilateralmente la independencia de Cataluña. MASSIMILIANO MINOCRI
Los Pirineos limitan al sur desde este viernes con el país europeo trágicamente amenazado por la secesión y, al norte, con el más centralista de la Unión. Pues bien, es precisamente la jacobina Francia la más amenazada por el riesgo de contagio y, de rebote, el resto de Europa. Por eso, Europa se ha convertido en el obstáculo insalvable para una Cataluña tramposamente declarada soberana y en la gran avalista de la contundente reacción de Madrid para restaurar el orden.
Con una Cataluña Norte en Francia y un País Vasco francés, París avisa desde hace meses de que no admitirá que le alcance la onda de choque. Solo así se interpretó la carta oficial de protesta que el Quai d’Orsay envió en noviembre al Gobierno de Rajoy cuando el Parlament aprobó el derecho de autodeterminación para Cataluña, incluida “la de Cataluña del Norte”.
Las advertencias han continuado. En la recta final hacia el desastre, Francia y la UE han exhibido su doble estrategia: nadie reconocerá a Cataluña, pero Madrid debe recuperar el orden con celeridad. El presidente Macron y el ex primer ministro Manuel Valls, nacido en Barcelona, han animado públicamente a Rajoy a detener la locura “porque con las fronteras no se juega”.
Fronteras y Europa. Esa combinación de palabras que ha costado millones de muertos ha hecho saltar todas las alarmas. Los líderes de la UE, el mejor invento del siglo XX ideado precisamente para eliminar fronteras, ya temen que el viejo continente se convierta en un archipiélago de hasta 98 paisitos, como ha dicho el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Como ha afirmado Manuel Valls, “desmembrar España es desmembrar Europa”.
La crisis ha confirmado ese reproche tan extendido en las capitales europeas de que a España le faltan unos cuantos hervores democráticos. Ningún otro gran país de la UE hubiera soportado que se prolongara tanto el deterioro social, político y jurídico que ha culminado con la ilegal declaración de independencia. Y, seguramente, lo hubieran esperado menos en Cataluña, la región española en la que suponían que había mayor nivel democrático, de convivencia y hasta de europeísmo.
Es ahí, en Cataluña precisamente, donde más se ha retrocedido, donde ahora faltan más hervores democráticos que en ningún otro rincón de Europa. Dos joyas para corroborarlo: Lluís Llach, prestigioso cantautor devenido en dictadorzuelo barato, acaba de llamar “cerdos” a los máximos dirigentes de la UE, y el presidente del Cercle Català de Negocis, Albert Pont, ha rematado con un “si las cosas van a mayores y la UE no nos ayuda, los que no vamos a querer estar en la UE somos nosotros”.
Se trataba de independizarse sin salirse de la UE. Algunos se han lanzado a jugar con las fronteras sin saber ni de cuáles hablan ni dónde están.
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