Julio Valdeón
Desde Fidel Castro al vicepresidente Johnson, pasando por el magistrado que dio nombre a la Comisión Warren, estos son algunos nombres clave en torno al magnicidio.
n la nomenclatura del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, del crimen que sacudió al mundo un 22 de noviembre 1963, sobresalen decenas de nombres. Imposible citarlos todos. Son demasiados y quien quiera bucear en ellos haría bien en comenzar por el monumental libro de Vincent Bugliosi «Reclaiming history», 1.648 densas páginas donde no deja títere con cabeza entre los partidarios de las conspiraciones. O bien «Case Closed», de Gerald Posner. Aquí van, finalmente, los imprescindibles. El reparto estelar de un mediodía que partió en dos mitades la historia de EE UU.
Jack Ruby: el dueño de garitos nocturnos, violento y cercano a la mafia, que asesinó a Oswald dos días después del magnicidio. Aunque existen cientos de libros y documentales empeñados en situarlo como el peón de una trama mucho mayor, posiblemente relacionada con el crimen organizado y su hipotético interés en liquidar a Kennedy (por no invadir Cuba, dicen, y devolverles los casinos), lo cierto es que la Comisión Warren, y todos los historiadores serios consideran que actuó por su cuenta. Murió en prisión, en 1967.
Lyndon B. Johnson: si algo demuestran los nuevos papeles es que los soviéticos sospecharon desde el principio que el vicepresidente estaba en el ajo. ¿La razón de su paranoia? Temían que el crimen fuera usado para justificar una invasión de la URSS. «Los funcionarios soviéticos», reza un informe del FBI, «temían que sin el liderazgo algún general irresponsable en Estados Unidos podría lanzar un ataque con misiles contra la Unión Soviética». Inolvidable su imagen en el Air Force One, jurando su cargo junto al cadáver de Kennedy, apenas dos horas después del asesinato. En los meses siguientes lanzó una panoplia de medidas destinadas a avanzar con el legado y las promesas de su antecesor, incluyendo, claro, la pelea por sacar adelante la Civil Rights Act.
Earl Warren: ex gobernador de California, juez del Tribunal Supremo y presidente de la comisión encargada de investigar el asesinato del presidente Kennedy. Aunque fue el principal responsable de la histórica sentencia de 1954 conocida como «Brown v. Board of Education», que declaró inconstitucionales las leyes que sancionaban la segregación en las escuelas, a Warren se le recordará por las conclusiones de la comisión que estudió el magnicidio y concluyó, para solaz de conspiranoicos, siempre necesitados de infomes oficiales con los que discutir, que sólo hubo un tirador y fue Lee Harvey Oswald.
Abraham Zapruder: de origen ruso, este empresario del sector textil, simpatizante del partido demócrata, realizó una de las grabaciones más estudiadas del siglo XX. Son 26,6 segundos y 486 fotogramas en los que capturó el asesinato de John Fitzgerald Kennedy con su cámara Bell & Howell. Zapruder vendió la película a la revista «Life» por 150.000 dólares, con la única condición de que no hiciera público el fotograma 313, en el que puede verse como el proyectil revienta parte de la cabeza del presidente Kennedy. La grabación fue posteriormente devuelta a la familia, que la donó, junto con el copyright, a la National Archives and Records Administration.
Jim Garrison: el fiscal de Nueva Orleans al que interpretó Kevin Costner en la película «JKF», de Oliver Stone. Uno de los fiscales más admirados y vilipendiados de la centuria, según uno se sitúe o no entre quienes dan por buenas las conclusiones de la Comisión Warren. Para Garrison, en el asesinato de Kennedy habrían participado hasta tres francotiradores. Detrás del complot situaba a la CIA y, por qué no, el FBI del omnipresente y turbio Hoover, ávidos de enviciar aún más el clima político del periodo. Acusado de narcisista por sus odiadores, de buscar el protagonismo como fuera y de inaugurar la égida de los jueces y los fiscales estrella, hay que reconocerle al menos que lograra obtener una copia de la película de Zapruder. El gran público accedió al fin a la única grabación del asesinato. Murió en 1992, apenas un año más tarde de estrenarse la película que lo vindicaba, y que terminaría por espolear la John F. Kennedy Assassination Records Collection Act, que obligaba a recopilar y desclasificar todos los documentos relativos al crimen en un plazo de no más de 25 años.
Ramsey Clark: veterano de las administraciones de Kennedy y Johnson, fue fiscal general entre 1967 y 1969. En 1968 ordenó la creación de la Ramsey Clark Panel, formado por cuatro reputados forenses con la misión de examinar las pruebas disponibles de la muerte del presidente. La conclusión fue que Kennedy recibió el impacto de dos balas, la segunda de las cuales, que le perforó el cráneo, fue mortal de necesidad.
J.D. Tippit: veterano de la Policía de Dallas, fue asesinado en un suburbio residencial de la ciudad, Oak Cliff, apenas 45 minutos después del asesinato del presidente Kennedy. El asesino fue el propio Oswald, que disparó cuatro veces al agente Tippit después de que éste abriera la puerta de su coche patrulla para, previsiblemente, pedirle que se identificara. Tippit ya contaba con un retrato robot del asesino de Kennedy muy similar a la complexión física de Oswald. No faltan quienes creen que Tippit sería un personaje vinculado a la CIA reclutado para liquidar a Oswald, y que habría podido participar en el magnicidio, es decir, que estaríamos ante uno de los legendarios tiradores.
E. Howard Hunt: agente de la CIA y condenado a 33 meses de cárcel por el Watergate, fue acusado durante años por los sabuesos de las conspiraciones de haber tomado parte en la supuesta conspiración para asesinar al presidente Kennedy.
Fidel Castro: era inevitable que Castro figurara también en las quinielas de la conspiración. La causa probable sería la revancha por los múltiples intentos de acabar con su vida patrocinados y/o ideados por la CIA, pero la Comisión Warren descartó cualquier implicación de los cubanos en el crimen. Tampoco, por cierto, pudo demostrarse la implicación de la mafia en el crimen, y no será porque no se hayan mencionado nombres de capos que podrían haber estado relacionados, de Sam Giancana a Santo Trafficante, Jr. y de Joseph Bonanno a Johnny Roselli. El interés de todos ellos habría sido lograr que un halcón sustituyera a Kennedy en la presidencia y aprobara una política mucho más hostil hacia Castro. Con la intención última de derrocarle y recuperar sus casinos en La Habana.
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