Jesús Ruiz Mantilla
El profesor emérito de Oxford inaugura la Tribuna del Hispanismo, que impulsa el Instituto Cervantes.
El historiador británico John H. Elliott, esta semana en Madrid. CLAUDIO ÁLVAREZ
Llegó a la Historia de España, curiosamente, por Cataluña. Antes había hecho un viaje por la península Ibérica con unos amigos, montados en un camión del ejército británico, durmiendo en pensiones de tercera o bajo el abrigo de unos olivos. Campeaba la plena miseria de los años cincuenta, durante la cual, lo que verdaderamente asombró de los españoles a John H. Elliott, que consiguió el Premio Príncipe de Asturias en 1996, fue su dignidad. Ante la pobreza, ante el hambre, ante el oprobio... “Una enorme dignidad”, recuerda, “junto a la majestuosidad de lugares como el Museo del Prado”.
Lo dice en este siglo XXI, al que España, como país, pareciera que hubiese aterrizado desde el XIX en muchos casos, saltándose el XX. Del atraso secular hacia la modernidad, a la velocidad de la luz: “Todos los historiadores dedicados a este país cometimos el mismo error. No fuimos capaces de predecir el enorme cambio que se ha vivido desde 1978 hasta ahora. No analizamos nuestra sorpresa, ni el impacto en el deseo de reconciliación que marca haber sufrido una guerra civil”.
Dice historiador porque no le gusta la palabra hispanista. Aun así, a sus 87 años, ha aceptado abrir la tribuna que el Instituto Cervantes ha inaugurado esta semana con él, en la que se irán sucediendo colegas expertos en dicha disciplina provenientes de todo el mundo. “Creo que la historia de España ha sufrido un tutelaje desde el ámbito exterior. Una especie de sentimiento de superioridad del que puede deducirse que los extranjeros la conocemos mejor que vosotros mismos. Y no es verdad”.
De ahí que rechace el término hispanismo: “Tampoco le gustaba a Raymond Carro a Hugh Thomas”, afirma Elliott. A este último precisamente, muerto el pasado mes de mayo, se le rinde homenaje este jueves en la Casa de América, con presencia de su amigo, entre otros colegas.
GRAN MAESTRO DE LA HISTORIA MODERNA
Este profesor de Oxford formado en Cambridge, nos ha legado una ingente sabiduría de cruces, rutas y brújulas a lo largo del periodo de tensión colonial. De La España imperial a El viejo Mundo y el Nuevo o la fundamental biografía del Conde Duque de Olivares, John H. Elliott es un referente en la Historia Moderna de una España que él se niega a dejar dentro del oscurantismo, que reivindica como precursora de la construcción de los estados modernos y que ha analizado en sus mecanismos de poder a fondo. España y su mundo, El mundo de los validos, su autobiografía Haciendo Historia o un estudio concienzudo sobre los paralelismos entre Escocia y Cataluña, a punto de concluir, son otras de sus obras de referencia.
Thomas exploró el mundo contemporáneo. Elliott eligió la Edad Moderna. Desde el siglo XV hasta el XVIII, pocas claves se le escapan. Cataluña es una, desde luego. Con el estudio de su nobleza y la revuelta que sufrió Felipe IV tanto allí como en Portugal en 1640, se pueden trazar demasiados paralelismos. A ese episodio dedicó Elliott el primer estudio que hizo en los años cincuenta sobre España. “Fue uno de los hechos más graves de su reinado. El descontento actual viene en parte de ahí, sigue con los decretos de Nueva Planta, ya con los Borbones, a principios del siglo XVIII, y se perpetúa hasta hoy”.
Durante ese año trágico, bajo las riendas del Conde Duque de Olivares, tenemos una república proclamada que dura una semana, el apoyo inicial de Francia que frena de repente y los agentes económicos en armas. Si cambiamos esos tres elementos por declaración unilateral de independencia, una Europa que no apoya el cisma y fuga de empresas, apenas nada ha cambiado en cuatro siglos. “Así es…”, asegura Elliott.
¿Y cómo seguimos en el atolladero entonces? ¿Sacando jugo al victimismo? “Entiendo las razones que les han podido llevar hasta ahí. Sobre todo después de los años del franquismo. Pero no valorar el increíble cambio que se ha producido tanto en España como en Cataluña en los últimos 40 años, es un tremendo error”. Si a eso añadimos otros ingredientes, llegamos al callejón sin salida. “Por ejemplo, la educación. A lo largo de los años ochenta, con las competencias en las escuelas en los años de Jordi Pujol, se ha trasladado a esas generaciones una falsificación de la Historia y una manipulación con tintes nacionalistas. Han escondido deliberadamente esas partes en las que es de justicia hablar del progreso”.
El contrapunto del nacionalismo español, tampoco ha ayudado mucho a equilibrar la balanza del sentido común, opina Elliott. “Se impone reconocer la diversidad como factor de enriquecimiento para valorar la unidad. Quizás fue hacer de menos implantar el término nacionalidades y no el de naciones. Hay que reconocer ese carácter sin duda para Cataluña y el País Vasco, sobre todo. También es cierto que en el famoso debate del café para todos sobre las autonomías había que ofrecer algo más a estas comunidades tanto en términos económicos, como refuerzo cultural por el hecho de tener lengua propia y demás. Pero creo que al final, se les ha dado demasiado café a algunos”. Tampoco el federalismo es una vía para el profesor Elliott: “En España sería artificial en exceso, no vale”.
Lo que sí conviene explorar es otro paralelismo: Escocia. De hecho, Elliott acaba de entregar a su editor británico un libro que une dicho territorio con Cataluña. Aparecerá en otoño de 2018, también en castellano, espera. “Una diferencia entre ambas partes es que contrariamente a lo que se cree, el centralismo político y económico no coinciden en España. En el Reino Unido, sí. Londres es la capital en ambos espectros, mientras que aquí, Madrid se impone como centro político en la toma de decisiones pero Barcelona lo ha representado en la órbita económica durante siglos”.
Otro aspecto diferencial ha sido durante siglos en el pasado, la marginación en las rutas económicas. “Los escoceses pudieron aprovecharse de todo el comercio con el imperio desde la anexión en el siglo XVI. Los catalanes, en ese sentido, hasta entrado en siglo XIX, ya al final de las colonias, pudieron comerciar algo en Cuba y Filipinas, sobre todo. Sin embargo, durante todo el periodo de auge, fueron marginados”.
La entrega del manuscrito no está completa. “Me falta la mitad del último capítulo…”, afirma Elliott. “Nos encontramos en pleno suspense. Estos días se está escribiendo el final”. ¿Y es optimista? “Lo soy por naturaleza. Pero hay que tener en cuenta que no todo en este mundo es racional”.
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