Pilar Bonet
LEONID GRACH | EXDIRIGENTE COMUNISTA DE CRIMEA
El que fue el máximo dirigente comunista de la península antes de la desintegración de la URSS dice que Crimea necesita un líder "responsable" que acabe con la corrupción.
Leonid Grach, exdirigente comunista en Crimea, durante la entrevista. PILAR BONET
Rusia practica en Crimea una política “burocrática” y carente de “la sensibilidad” requerida para la convivencia de distintos pueblos en un “territorio tan único y particular” como es la península del mar Negro que Moscú controla desde fines de febrero de 2014. “No veo futuro para Crimea si esta política continúa”, dice Leonid Grach, un personaje histórico como ciudadano soviético, ucranio y ruso. Grach, de 70 años, era el máximo dirigente comunista de la península en agosto de 1991 cuando un grupo de altos cargos de la URSS dieron un golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov, que casualmente se encontraba de veraneo en la zona. Más tarde, bajo la jurisdicción de Ucrania, Grach fue jefe de la Rada de Crimea (parlamento local) de 1998 a 2002 y diputado de la Rada Suprema (parlamento estatal) de 2002 a 2012. Actualmente, lidera un movimiento de defensa de los derechos constitucionales de los ciudadanos y dirige la sección de Crimea del partido Comunistas de Rusia.
“No quiero que los robos, la burocracia y la forma de enfocar las relaciones con los tártaros hagan estallar la situación en Crimea. No quiero ver cómo se vierte la sangre aquí, porque si eso sucede, tendremos un conflicto internacional”, afirma Grach en una entrevista con EL PAÍS.
El 26 de febrero de 2014, Grach recibió en su casa a un grupo de altos funcionarios rusos enviados desde Moscú con la delicada misión de buscar una figura local dispuesta a liderar el movimiento secesionista de Crimea que culminó con la anexión. Grach estaba dispuesto a encabezarlo y así se lo dijo al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, con quien habló por teléfono en presencia de los emisarios del Kremlin.
Sin embargo, la elección de Moscú recayó en el jefe de una minoritaria formación prorusa, Serguéi Axiónov, involucrado en las luchas por las esferas de poder económico en la península en la década de los noventa.
Más de cuatro años desde la anexión, Axiónov dirige los destinos de Crimea en calidad de primer ministro y Grach es marginado de los medios de comunicación por sus opiniones críticas.
Identificado con Crimea, desde que llegó en 1967 procedente del interior de Ucrania, Grach envía al Kremlin, al Gobierno y a las altas instancias de Rusia decenas de denuncias, que quedan sin respuesta o reciben una respuesta formal. Su mensaje es que Axiónov y los “bandidos” que le rodean deben ser cesados."Necesitamos un dirigente responsable que saque a Crimea del foso de la corrupción, que entienda el espíritu de Crimea y la responsabilidad que asumió Rusia", afirma.
Grach ha denunciado las “expropiaciones” (centenares de empresas, residencias de veraneo, inmuebles y solares) emprendidas por las instituciones locales al margen de la legislación rusa. Estas “expropiaciones” afectan a miles de personas, jurídicas y físicas, tanto ucranianas como rusas, indefensas ante arbitrariedades que desafían al Tribunal Constitucional de Rusia. Grach ha advertido de la codicia que amenaza la mejor marca local de vinos, “Masandra”, cuya superficie de viñedos, dice, “se ha encogido en 225 hectáreas desde que pasó a depender de la administración presidencial del Kremlin”. También afirma que la carencia de agua, el más acuciante problema de la península, “solo se podrá resolver llegando a un acuerdo para comprar a Ucrania el agua que Kiev vierte al mar” desde que, tras la anexión, cerró el canal de Severokrimsks, vital para la agricultura de Crimea.
Grach se siente “decepcionado” y como él, dice, “mucha gente aquí”. “Rusia no está dirigiendo Crimea tal como Crimea necesita”, señala. El Kremlin ha optado por una “táctica de equilibrios”, consistente en diluir el funcionariado local con otro llegado desde Rusia, cuenta. A la península arriban administrativos y técnicos cuyo fin es de “equilibrar” el mandato de Axiónov y sus gentes, a las que, según afirma, han apartado de las grandes obras financiadas desde Moscú, como el puente sobre el estrecho de Kerch, la autopista y el nuevo aeropuerto.
“Pero los funcionarios que vienen aquí por corto tiempo, desde Siberia o los Urales, conocen mal la idiosincrasia de Crimea y acaban pensando en sus propios intereses y convirtiéndose así en parte del mundo de Axiónov”, afirma Grach. “Para dirigir Crimea hace falta comprender el alma de este territorio y hay que mandar a dirigentes que la escuchen”.
A Grach le preocupan los “errores” en relación a los tártaros, la comunidad autóctona que fue deportada a Asia Central por Stalin en 1944 y que solo fue autorizada a regresar a su Crimea de origen más de cuarenta años después. “Hay que ser muy delicado con las relaciones interétnicas en Crimea y saber que no se puede jugar con el dolor de los tártaros”, advierte. “Crimea es un territorio especial con una espiritualidad especial y hay que cuidarla teniendo en cuenta que el Estado Islámico no está muy lejos de nosotros y que si se vierte sangre, esto se convertirá en un conflicto internacional geoestratégico”, dice. “Turquía está cerca y apoya a los tártaros”, subraya.
Entre los “crasos errores” en relación a los tártaros, están las represivas decisiones de la exfiscal de la península Natalia Poklónskaia (ahora diputada del parlamento ruso). Esta funcionaria potenció el surgimiento de un “frente hostil” (a la administración rusa en Crimea) en el sur de Ucrania al impedir el acceso a la península de los líderes tártaros Mustafá Dzhamilev y Refat Chubárov. “Es muy peligroso transformar cualquier pequeño incidente en una actividad terrorista”, afirma Grach.
”La deportación de 1944 es una tragedia que une y moviliza. La gente del interior de Rusia que viene a trabajar y a vivir aquí tiene una mentalidad especial y Crimea, otra. Hoy la situación entre los tártaros de Crimea es muy tensa. Ninguna comunidad está tan unida de forma corporativa como los tártaros, que cada vez son mejor entendidos por los rusos locales”. La comunidad rusa y la tártara que se enfrentaron cuando los últimos regresaron de Asia Central “han limado sus diferencias”. En cambio, “la administración actúa mediante prohibiciones y ha integrado en los órganos dirigentes a tártaros que carecen de autoridad en su comunidad, necesitada de unos líderes capaces de dialogar seriamente”, opina.
“Reunirse de forma demostrativa con los dignatarios religiosos islámicos o participar en sus fiestas no basta para disipar las consecuencias negativas de una detención o un registro en la casa de un tártaro”, advierte Grach. “Las buenas relaciones entre rusos y tártaros son muy valiosas y yo no quisiera que se perdieran”.
En un medio informativo de Ucrania, Grach denunció en marzo la corrupción de los dirigentes de la península. Siguió una furibunda campaña contra él, encabezada por burócratas locales, que se han mantenido a flote desde la época soviética, ocupando cargos de responsabilidad en la administración ucraniana primero y en la rusa después. En nombre de la Cámara Social de Crimea (entidad consultiva), su presidente, Grigori Ioffe, exvicejefe del parlamento ucraniano local, pidió al Ministerio del Interior que investigara si las declaraciones de Grach podían considerarse "extremistas”. La unidad “antiterrorista” del Ministerio del Interior interrogó a Grach y desdeñó las acusaciones contra él.
Acostumbrado a relacionarse con altos dirigentes de la URSS y posteriormente de Ucrania y Rusia, a Grach le duele el boicot informativo y le pesa no poder “aconsejar” a Putin sobre la península. Pero su mayor preocupación es una “Crimea en manos de bandidos y ladrones”.
Cualquiera que sea su responsabilidad histórica por la situación a la que se ha llegado en Crimea, a Grach le duele el desgarro entre Rusia y Ucrania, cuyas relaciones "empeoran", y “no haber conseguido crear un espacio eslavo común”. La salida él la busca en sus convicciones y por eso cree que la única solución posible es “volver a la Unión Soviética”.
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