El oficial, exiliado en Bolivia, cargó contra el revolucionario en multitud de ocasiones: «La gente lo ha convertido en un mito, en una gran figura. Pero ¿qué logró realmente? Absolutamente nada»
Miguel P. Villatoro
«Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones […]. Salimos a las 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos». Estas fueron las últimas palabras que Ernesto «Che» Guevara anotó en su diario tan solo una jornada antes de ser capturado por el ejército boliviano. Las escribió concretamente el 7 de octubre de 1967. Y lo hizo sabiendo, según explicaron posteriormente algunos de sus grandes camaradas como Dariel Alarcón Ramírez (alias «Benigno»), que ya poco podía hacer para llevar la revolución al país en el que se hallaba y que había perdido el apoyo de Cuba. Teniendo claro, en definitiva, que sus horas estaban contadas.
No le faltaba razón a Guevara. El 9 de octubre de 1967 (la semana pasada se celebró el 50 aniversario de este hecho), el sargento Mario Terán disparó sobre el líder revolucionario con su carabina M1. Sus cartuchos pusieron fin a la aventura guerrilla del «Che» en Bolivia. Pero también a la vida de uno de los iconos más destacados de la revolución cubana. Aquel militar fue la mano ejecutora, no cabe duda. Pero tras el dedo que apretó el gatillo había una ingente cantidad de nombres. Desde Félix Ismael Rodríguez (el agente de la CIA que orquestó su captura), hasta el propio Fidel Castro (quien decidió cortar drásticamente la ayuda que ofrecía al «Comandante» y a sus combatientes para evitar que regresase a Cuba).
La lista de culpables es extensa. Sin embargo, en ella existe un nombre y un apellido más que sorprendente: Klaus Barbie. Conocido quizá por su cruel apodo («El carnicero de Lyon»), este oficial de las temibles SS participó a nivel operativo en la captura del «Che» bajo el paraguas de los Estados Unidos. El mismo país que le ayudó a escapar de la justicia alemana una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y que, posteriormente, le contrató como espía para combatir el comunismo de Iósif Stalin. Esta curiosa colaboración saltó a los medios en 2007, año en que el director de cine británico Kevin Macdonald estrenó un documental (llamado «My enemy's enemy») en el que demostraba su veracidad. Y a él se han unido, desde entonces, decenas de expertos.
Un asesino
Nikolaus Barbie, más conocido simplemente como Klaus Barbie, vino al mundo el 25 de octubre de 1913 en Bad-Godesberg (Bonn, Alemania). O eso se cree. Pues hasta en este punto existe una controversia que el popular investigador Carlos Soria zanja drásticamente en su obra «Barbie Altmann. De la Gestapo a la CIA» al confirmar esta fecha. Su futuro, que parecía dirigido hacia la vida monástica, quedó truncado cuando conoció a Adolf Hitler. De manos del futuro «Führer», este joven accedió primero a las Juventudes Hitlerianas y, en 1935, al SD (o «Sicherheitsdienst», una rama del partido «especializada en espionaje y contrainteligencia», en palabras del autor) y a las SS. «Pronto logró convertirse también en un miembro de la Gestapo, la policía secreta del Estado», añade el experto en su obra.
En 1942, a la edad de 21 años, Barbie fue ascendido a jefe de la Gestapo en Lyon. La tarea que se le otorgaba no era sencilla, pues en la zona se hallaba una de las células más destacadas de la mitificada Resistencia. «En Lyon había un fuerte movimiento antinazi: el Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), al mando del cual el general De Gaulle había puesto a Jean Moulin», explican Jorge Camarasa y Carlos Basso Prieto en su obra «América nazi». En palabras de los mismos autores, «el CNR tenía un aparato militar que utilizaba tácticas de guerrilla, instalaba explosivos, 'saboteaba' trenes y puentes, y atacaba a los soldados alemanes». El destacado miembro del partido se transformó además en un cargo con el suficiente poder como para tener a sus órdenes a multitud de hombres, pero no tanto como para evitar mancharse las manos con la sangre de sus enemigos.
Fue precisamente en Francia donde Barbie se ganó a pulso el apodo de «Carnicero de Lyon». Lo hizo tras detener a 44 niños judíos de un orfanato de Izieu; asesinar al líder de la resistencia Jean Moulin; acabar con la vida de más de 4.400 prisioneros; torturar a 14.000 galos y deportar a más de 7.000 personas a los temidos campos de concentración germanos.
Y todo ello, sumado a su gran (y cruel) inventiva a la hora de torturar a todo aquel miembro de la «Resistance» que caía en sus manos.
«Sus salas de tortura contaban con bañeras, mesas con correas, hornos de gas y aparatos para provocar descargas eléctricas. También empleaba perros especialmente adiestrados para morder a los prisioneros. Él mismo participaba en las sesiones de tortura utilizando fustas, porras, o sus propios puños», explica el historiador español Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la Guerra!») en su libro «Desafiando a Hitler». Su barbarie y sadismo le acabaron valiendo una felicitación del mismísimo Heinrich Himmler por tener «un talento particular para descubrir pistas y para trabajar en materia de represión criminal». A su vez, el que fuera líder de las SS señaló también que «su mérito esencial es la destrucción de numerosas organizaciones enemigas».
Espía para EE.UU.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Barbie logró escapar de los aliados a pesar de que fue condenado dos veces en ausencia. La siguiente noticia oficial que se tuvo de él nos obliga a remontarnos hasta comienzos de 1947. Fue entonces cuando los Estados Unidos elaboraron un informe sobre este personaje y la posibilidad de que su trabajo policial contra los judíos fuera útil en la Guerra Fría para dar caza a los comunistas ocultos en Alemania. Todo ello, por descontado, haciendo una finta sobre la justicia gala que -ahora sedienta de venganza- buscaba al nazi con vehemencia.
De esta forma calificó entonces Robert S. Taylor (uno de los primeros espadas de los servicios secretos de contrainteligencia de los EE.UU. -CIC-) al bestial «Carnicero de Lyon»: «Es un hombre honrado, tanto a nivel intelectual como en lo personal, sin nervios ni miedos. Un anticomunista declarado y un idealista del nazismo que cree que sus ideas fueron traicionadas por los nazis que estaban en el poder». Y otro tanto ocurrió con Allan A. Ryan Jr, ayudante del Fiscal General Norteameriacno, quien destacó posteriormente lo siguiente: «Si Klaus Barbie estaba a su disposición, era eficaz, leal y fidedigno […] emplearlo correspondía a los mejores intereses norteamericanos del momento».
Posteriormente, allá por octubre, EE.UU. estableció que Barbie entrase a formar parte de los servicios secretos americanos para luchar contra el comunismo. A partir de entonces, el «Carnicero de Lyon» ejerció como espía bajo el paraguas americano para luchar contra la URSS.
Todo ello, a pesar de que era seguido de cerca por la justicia de los aliados. «El gobierno francés intentó localizar a Barbie. Su embajador en Washington y otros importantes mandatarios presionaron al departamento de Estado y a la Alta Comisión Estadounidense para Alemania, pidiéndoles ayuda en su tarea. Pero el CIC continuó dándole trabajo», añade el experto en su obra.
Así fue hasta unos años después. La suerte quiso que, en 1951, las fuentes de información de este antiguo oficial nazi le dejasen de lado. Este hecho, unido a la presión internacional, hizo que la Casa Blanca consiguiese a este cruel sujeto documentación falsa, le ofreciese una identidad nueva, y le escoltase hasta Génova, desde donde huyó a Sudamérica.
No era para menos, pues sentían auténtico pavor ante la posibilidad de que se fuera de la lengua. El último punto quedó demostrado en un informe enviado por el propio servicio de contraespionaje en 1950. En el mismo se explicaba que «para reivindicarse, Barbie señalará que sirvió fielmente al CIC contra el comunismo durante los últimos años». Fue lo mejor que le podía pasar al antiguo oficial nazi, pues los americanos habían barajado incluso acabar con su vida para evitar que explicase lo que había sucedido en el país.
En Bolivia
Klaus Barbie, el «Carnicero de Lyon», halló su descanso en latinoamérica allá por 1951. Y lo hizo tras perpetrar todo tipo de brutalidades contra la vida humana… y gracias a los Estados Unidos. Al país que enarboló la bandera de la libertad en la Segunda Guerra Mundial no le valieron las dos condenas dictadas en Francia contra el oficial de las SS. Por el contrario, le enviaron a Bolivia, donde esta bestia nazi se forjó un nuevo futuro. El mismo que jamás pudieron disfrutar aquellas personas a cuya vida había puesto fin. Hombres, mujeres y niños.
El propio Barbie explicó en 1973 cómo llegó hasta Bolivia al periodista Alfredo Serra. En sus palabras, viajó «desde Génova en el buque Corrientes» hasta Argentina. Allí vivió «diez días en un hotel de la calle Maipú» y comió «todas las noches en un restaurante húngaro». En el mismo texto, el germano señaló también el por qué eligió aquella región tan alejada de Europa para esconderse de las autoridades: «En 1951, cuando llegué, presencié un espectáculo muy reconfortante: un desfile de la Falange Socialista Boliviana. Marchaban con sus uniformes fascistas… ¡y cantaban! Verlos me hizo mucho bien. Además, sabía que en Bolivia había una comunidad alemana muy fuerte. Eso me decidió».
Poco después se cambió el apellido por el de Altmann. Una farsa que le granjeó pasar desapercibido entre la gente de a pie. Barbie desveló así al mismo Soria (quien tuvo la posibilidad de entrevistarle en 1983) la adquisición de su nuevo nombre: «Los documentos fueron todos aprobados por el gobierno de Bolivia. Fueron aprobados con Klaus Altmann». El nazi también le explicó cómo pasó sus primeros días en el país al reportero: «Llegando de Europa a La Paz, la impresión lógicamente era muy diferente. Pero en la primera noche, los primeros días, habiendo pasado las dificultades de la altura me sentí bien; desde esos días nunca me faltó nada en Bolivia».
Lo cierto es que no le faltó de nada gracias al gobierno de las barras y estrellas. Y es que, aquellos años los Estados Unidos estaban más preocupados por evitar la propagación del comunismo (materializado en el golpe de estado de Fidel y Raúl Castro contra Batista en Cuba allá por 1952), que de pensar en escrúpulos. En base a ello –y según explicó en 2008 el periodista del «Daily Express» Paul Callan en su reportaje «The nazi cocaine connection»-, los americanos sufragaron a Barbie para que traficara con «pasta de coca» y «vendiera armas de asalto a ‘derechistas’» en cuantos más países latinoamericanos pudiera.
El historiador especializado en Latinoamérica Paul Gootenberg es de la misma opinión, según lo señala en su libro «Cocaína andina. El proceso de una droga global».
Por su parte, el ensayista James Cockcroft's va todavía más allá en la obra «América Latina y Estados Unidos: historia política país por país» y explica que la conexión de Barbie con el gobierno fue todavía mayor: «Un ex vice ministro de Interior de Bolivia testificó que Barbie había sido Teniente Coronel del ejército boliviano, que ayudó a establecer campos de concentración y que fue uno de los responsables del encarcelamiento, tortura y muerte de los opositores al gobierno militar de Bolivia en 1964-1982. Barbie también organizó la venta de armas a un círculo de traficantes de drogas».
Barbie vs «Che»
Mientras Barbie disfrutaba de su retiro dorado, el «Che» viajó hasta Bolivia con el objetivo de llevar la revolución al país. Hacer de la zona otro Vietnam capaz de entorpecer el capitalismo estadounidense. Arribó tras haber fracasado en una misión similar en el Congo, pero con la confianza de que, llegado el momento y a base de la guerra de guerrillas, la sociedad se pondría de su lado y se alzaría contra el poder. Guevara pisó la región por primera vez el 7 de noviembre de 1966, más de una década después que el antiguo oficial germano. Y lo hizo disfrazado para evitar dificultades.
Así lo explicó en su diario: «Hoy comienza una nueva etapa. Por la noche llegamos a la finca. El viaje fue bastante bueno. Luego de entrar, convenientemente disfrazados, por Cochabamba, Pachungo y yo hicimos los contactos y viajamos en jeep, en dos días y dos vehículos. Al llegar cerca de la finca detuvimos las máquinas y una sola llegó a ella para no atraer las sospechas de un propietario cercano, que murmura sobre la posibilidad de que nuestra empresa esté dedicada a la fabricación de cocaína».
Por entonces, y según explica el corresponsal del «New York Times» Tim Weiner en su obra «Legacy of Ashes», la CIA desconocía el paradero del «Che». Sin embargo, la agencia fue informada de que el guerrillero había arribado hasta la zona por el mismísimo René Barrientos Ortuño (militar y presidente de Bolivia hasta 1969). Un pequeño favor a cambio del millón de dólares con los que este servicio de inteligencia respaldaba su gobierno castrense. «En abril de 1967, Barrientos le dijo al embajador estadounidense Douglas Hendersonque sus oficiales estaban siguiendo al Che en las montañas de Bolivia», añade el reportero en su obra.
La noticia fue una verdadera sorpresa para el político: «No puede ser el Che Guevara. Creemos que el Che fue asesinado en la República Dominicana y está enterrado en una tumba sin marcar».
Ante las evidencias, los Estados Unidos ofrecieron ayuda a Barrientos para cazar al revolucionario. Así lo afirman Peter McFarren y Fadrique Iglesias en su popular obra «The Devil's Agent: Life, Times and Crimes of Nazi Klaus Barbie». En la misma, explican que el político aceptó su asesoramiento y permitió que varios militares norteamericanos entrenaran una unidad de élite local especializada en la captura de la guerrilla y el combate en la jungla. Fueron los llamados «Rangers». Unos 640 para ser más exactos, según señala la Fundación Che Guevara en uno de sus múltiples dossieres sobre el tema.
Los autores de «The Devil's Agent: Life, Times and Crimes of Nazi Klaus Barbie» afirman también en su obra que los bolivianos no solo recibieron ayuda de Estados Unidos, sino que recurrieron a alguien versado en el combate contra los grupos insurgentes: el ya renombrado como Altmann. «Klaus Barbie ya tenía una estrecha relación de trabajo con el general Barrientos […] y la inteligencia del ejército cuando se confirmó que el revolucionario marxista Che Guevara lideraba un movimiento […] para derrocar al gobierno militar», explican McFarren e Iglesias.
De nuevo juntos
Poco después, los Estados Unidos contactaron también con el «Carnicero de Lyon» para pedirle ayuda en su cruzada contra el comunismo. McFarren e Iglesias basan estas afirmaciones en una entrevista con Álvaro de Castro, uno de los más cercanos «confidentes de Barbie». «Altmann mantuvo varias reuniones con funcionarios estadounidenses involucrados en la captura del Che Guevara, según Castro, quien también dijo que Estados Unidos estaba interesado en el consejo de Barbie como resultado de su experiencia en la caza de combatientes de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial», añaden los autores.
A pesar de que los mencionados escritores la pusieron sobre blanco, lo cierto es que la teórica ayuda de Barbie en la caza de Guevara fue expuesta en 2007 por el director Kevin Macdonald en su documental «My Enemy's Enemy». En el mismo, el británico entrevista al propio De Castro, quien le llega a señalar que «Altamann se reunió con el mayor Shelton, el comandante de la unidad de los Estados Unidos» para darle «consejos sobre cómo luchar contra esa guerra de guerrillas».
A su vez, señaló al cineasta que los norteamericanos usaron «su experiencia adquirida haciendo este tipo de trabajos en la Segunda Guerra Mundial» debido a que «era el único en Bolivia en aquellos tiempos que sabía combatir a estos grupos».
Barbie, según las fuentes mencionadas, aceptó la propuesta. Para empezar, porque suponía reafirmar su posición ante el gobierno militar de Bolivia. Pero también porque le permitía ser visto con buenos ojos por los Estados Unidos y continuar con el tráfico de armas que tantos réditos le estaba otorgando.
Con todo, parece ser que la participación del nazi fue únicamente logística, y no sobre el campo. Así lo afirma De Castro: «Dio ideas, recomendación y orientación». Un hecho que recalca también el historiador germano Peter Hammerschmidt en sus obras sobre el oficial nazi (la principal, «Klaus Barbie, nom de code Adler». En las mismas, afirma que la CIA barajó la posibilidad de reactivarle como agente en Bolivia, pero terminó rechazándola: «Le vieron como una patata caliente debido a los esfuerzos franceses por obtener su extraditación. […] No hubo colaboración directa entre Barbie y la inteligencia de los Estados Unidos después de 1951, pero hay evidencias de que tuvo contactos indirectos con la CIA a través del Ministerio del Interior de Bolivia».
Soria, el mismo que entrevistó a Barbie, no niega ni rechaza su participación en la captura del «Che», aunque sí afirma en su obra que el sistema utilizado para cazar al grupo de Guevara tenía muchas similitudes con las utilizadas por el nazi durante la Segunda Guerra Mundial: «Es verdad que entre la concepción nazi de la “contra-guerrilla” y la doctrina norteamericana de la “guerra interna” hay semejanzas y parentescos muy grandes. Bastaría enumerar los métodos de terrorismo, asesinato y provocación recomendados por la CIA en el manual que ésta elaboró y distribuyó a los “contras” nicaragüenses. Y por cierto el asesinato de enemigos prisioneros, como se procedió con el Che, es una práctica corriente tanto para unos como otros».
La opinión sobre el «Che»
En palabras de De Castro, Barbie le señaló en repetidas ocasiones el poco respeto que tenía al Che Guevara: «Altamnn me dijo una vez: “Este pobre hombre nunca hubiera sobrevivido si hubiera luchado en la Segunda Guerra Mundial. Fue un aventurero lamentable, nada que ver con su imagen popular. La gente lo ha convertido en un mito, en una gran figura. Pero ¿qué logró realmente? Absolutamente nada».
A su vez, el oficial germano siempre se vanaglorió (según el periodista de investigación Kai Hermann, entrevistado por Macdonald, de haber sido el que ideó la estrategia para cazar al «Che» Guevara.
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