EL PAÍS CULTURA
Ángeles García
El Museo Thyssen presenta la exposición estrella de su 25º aniversario, un novedoso diálogo entre dos genios de la modernidad.
'La serenata' (Mougins, 1965), de Picasso, una de las obras de la exposición del Museo Thyssen. INMA FLORES
Cuando Pablo Picasso llegó a París en octubre de 1900, con apenas 19 años, Henri de Toulouse-Lautrec era un artista consagrado de 35 años, vencido por la enfermedad y al que le quedaba solo un año de vida. No se llegaron a conocer personalmente, pero ambos compartieron una misma radicalidad para romper con el arte que precedió a sus respectivas obras y un mismo gusto por temas surgidos en el lado más oscuro del París de aquellos tiempos: las noches de Montmartre, las prostitutas, los mendigos, las gentes del circo. Esas afinidades han sido objeto de estudio por varios especialistas, pero hasta ahora no habían sido plasmadas en una exposición como la que desde este martes, 17 de octubre, y hasta el 21 de enero de 2018 se puede visitar en el Museo Nacional Thyssen Bornemisza bajo el título de Picasso/Lautrec, la muestra estrella del 25º aniversario del museo.
Comisariada por Francisco Calvo Serraller, catedrático de Historia del Arte, y Paloma Alarcó, jefa de conservación del Thyssen, la exposición muestra 112 obras, de las que solo cinco proceden del museo. El resto han sido prestadas por coleccionistas públicos y privados de todo el mundo. Junto a los museos Picasso de París y Barcelona, uno de los principales colaboradores ha sido Bernard Ruiz-Picasso, nieto del artista, que no podía disimular su satisfacción durante el recorrido de las salas. De su colección personal proceden, entre otras piezas, un espectacular tapiz de Las señoritas de Avignon y un impactante retrato del amigo de Picasso Carles Casagemas muerto. Obra en la que se pueden ver las huellas en la sien del disparo con el que acabó con su vida con 20 años.
El concepto con el que han trabajado los comisarios a lo largo de tres años ha sido contar las afinidades, que no influencias, entre los dos grandes maestros de la modernidad. “Para Picasso, Toulouse-Lautrec es un alma gemela cuya obra conoce y deglute antes de trasladarse a París”, explica Alarcó. Al igual que otros grandes maestros presentes en toda la obra del artista español (El Greco, Velázquez, Ingres, Degas, Delacroix, Goya), Picasso sabe convertir en propio todo lo que le apasiona. “Capta para sí la forma de operar de los otros”, prosigue la experta, “y lo devuelve al mundo como algo propio y enriquecido".
Lo que primero le fascina a Picasso de Toulouse-Lautrec es su manera de romper con lo anterior, de dar la espalda a los academicismos y a las tendencias que reinaban entre sus colegas. Además, le seduce del francés su ironía, su interés por la caricatura y su pasión por los habitantes de la noche. “La huella inicial”, añade Alarcó, “era tan profunda que sus amigos Max Jacob, Guillaume Apollinaire y André Salmon bromeaban diciéndole: 'Encore trop Lautrec!' (¡Aún demasiado Lautrec!). Después supo muy bien volar solo”.
Calvo Serraller añade que esas afinidades no fueron una fascinación de juventud, sino que permanecieron vivas a lo largo de una ingente obra que se prolongó siete décadas. Entre sus objetos personales más queridos de su estudio en La Californie, siempre conservó un retrato de Toulouse-Lautrec, como puede verse en la famosa fotografía tomada por el fotógrafo Paul Sescau, incluida en la muestra.
La exposición está dividida en cinco ámbitos temáticos. En todos ellos, se confrontan las obras de los dos maestros ante un mismo asunto: Bohemios, Bajos fondos, Vagabundos, Ellas y Eros recóndito. El mundo de la bohemia, que tanto les sedujo a ambos, les permitió explorar la personalidad de sus modelos a través de las caricaturas. Autorretrato con chistera (1901), de Picasso, con trasfondo de prostitutas, recrea el ambiente nocturno de las obras de Toulouse-Lautrec frente a una serie de retratos de mujeres solitarias de los bares de Montmartre firmadas por el francés. Ambos se fijan en los marginados de la noche, aunque mientras Toulouse-Lautrec lo hace con la complicidad de quien se siente uno más entre ellos, Picasso se enfrenta al tema con los ojos de quien siente una curiosidad insaciable por el mundo de la marginación. En Moulin Rouge (1901), Picasso exagera el aspecto caricaturesco de los personajes y su visión satírica de lo que ocurría en los reservados de los cafés.
Los dos genios tienen diferentes percepciones a la hora de representar a las mujeres de los bares y tabernas. El artista francés pinta La pelirroja con blusa blanca (1889) con empatía, con una tristeza que le da un aura de nobleza. Sin embargo, Picasso se preocupa por el aspecto negativo de la vida de las prostitutas y refleja la profunda tristeza de las mujeres afectadas por la sífilis: Mujer con flequillo (1902).
¿Cómo hubiera sido su relación de haberse conocido en alguno de los cabarés que tanto les gustaban? “Se hubieran tomado unas absentas”, bromea Alarcó, “y se habrían entendido hablando de pintura”.
'LA MALLORQUINA'
Pablo Picasso pintó La mallorquina en 1905. Prestada por el Museo Pushkin de Moscú, es un gouache sobre cartón de 67 por 51 centímetros y una de las obras más bellas de la exposición. Pero lo importante para Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, es que la técnica utilizada en obras como esta se encuentra en la intersección que hay entre el dibujo y la pintura, algo que está presente en todas las salas y que supone un planteamiento revolucionario. “En un momento en el que se considera que un cuadro está terminado cuando ocupa hasta el espacio de los marcos, obras como esta parecen inacabadas, parecen ser bocetos. Pero nada más lejos de la realidad”, argumenta Solana, “porque no son tentativas fallidas ni obras abandonadas". "Son pinturas que se han apropiado de las ventajas del dibujo. La mallorquina es, sin duda, una obra maestra”.
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