Javier Marías
Hablar de los “métodos de tortura” de la policía el 1 de octubre en Barcelona es un agravio a cuantos sufren y han sufrido torturas verdaderas en el universo.
EN ETAPAS TURBULENTAS, cuando
los acontecimientos cambian en cuestión de horas, es aún mayor fastidio
escribir sabiendo que lo escrito llegará a los lectores dos semanas más tarde.
Pero en el asunto catalán hay algo que no se habrá alterado ni se alterará jamás,
y es el desaforado y ofensivo vaciamiento, o abaratamiento, de las palabras.
Los políticos independentistas catalanes, y no sólo ellos (también los
dirigentes de Omnium y la ANC, antes Casals y Forcadell, ahora Cuixart y
Sànchez, a los que nadie ha elegido y que sin embargo se han proclamado
representantes máximos de su país), llevan muchos años ofendiendo a mansalva.
Pero no me voy a referir a los incontables agravios a los demás españoles, con
predilección por extremeños, andaluces e inicuos madrileños. Dejemos eso de
lado, no demos importancia a lo que carece de ella.
LA GRAN OFENSA ES CONTRA QUIENES SÍ ESTÁN O HAN ESTADO DE VERDAD
OPRIMIDOS Y PRIVADOS DE LIBERTAD, CONTRA QUIENES NO HAN DISFRUTADO DE UN ÁTOMO
DE DEMOCRACIA EN SUS VIDAS Y JAMÁS HAN VOTADO
No, las ofensas
mayores han sido contra el mundo, tanto el del presente como el del pasado, y
se han producido a través de la banalización constante de palabras de peso,
serias, que no se pueden utilizar a la ligera sin cometer una afrenta. Un país
con un autogobierno mayor que el de ningún equivalente europeo o americano
(mayor que el de los länder alemanes
o los estados de los Estados Unidos), que lleva votando libremente en
diferentes elecciones desde hace casi cuatro décadas, a cuya lengua se protege
y no se pone la menor cortapisa; que es o era uno de los más prósperos del
continente, en el que hay y ha habido plena libertad de expresión y de defensa
de cualesquiera ideas, en el que se vive o vivía en paz y con comodidad;
elogiado y admirado con justicia por el resto del planeta, con ciudades y
pueblos extraordinarios y una tradición cultural deslumbrante…; bueno, sus
gobernantes y sus fanáticos llevan un lustro vociferando quejosamente “Visca Catalunya lliure!” y
desplegando pancartas con el lema “Freedom
for Catalonia”. Sostienen que viven “oprimidos”, “ocupados” y
“humillados”, y apelan sin cesar a la “democracia” mientras se la saltan a la
torera y desean acabar con ella en su “república” sin disidentes, con jueces
nombrados y controlados por los políticos, con la libertad de prensa mermada si
es que no suprimida, con el señalamiento y la delación de los “desafectos” y
los “tibios” (son los términos que en su día utilizó el franquismo en sus
siempre insaciables depuraciones). Se permiten llamar “fascistas” a Joan Manuel Serrat y
a Isabel Coixet y
a más de media Cataluña, o “traidor” y “renegado” a Juan Marsé. Ninguno
debería amargarse ni sentirse abatido por ello: es como si los llamaran
“fascistas” las huestes de Mussolini. Imaginen el valor de ese insulto en los
labios que hoy lo pronuncian.
La gran ofensa es
contra quienes sí están o han estado de verdad oprimidos y privados de
libertad, contra quienes no han disfrutado de un átomo de democracia en sus
vidas y jamás han votado. Para empezar, contra todos los españoles que vivimos
y padecimos el franquismo, bajo el cual no había partidos políticos ni libertad
de expresión alguna, y un estudiante se podía pasar dos años en la cárcel por
arrojar octavillas; un sindicalista, no digamos. No sólo los catalanes lo
sufrieron, ni los que más, y fueron muchos sus conciudadanos que lo abrazaron y
fortalecieron. Es una ofensa contra las poblaciones de Irak y Siria que están o
han estado bajo el dominio del Daesh, eso sí es opresión y humillación sin
cuento. Contra las mujeres saudíes y de otros países musulmanes, en los que
carecen de derechos y viven convertidas en menores de edad o en esclavas
conyugales. Contra los cubanos, que no han podido votar nada desde hace seis decenios;
contra los chilenos y argentinos de sus respectivas dictaduras militares,
cuando a la gente “se la desaparecía” y torturaba. Hablar de los “métodos de
tortura” de la policía el 1-O, como ha hecho Anna Gabriel desfachatadamente
y con mentira confesa, es un inconmensurable agravio a cuantos sufren y han
sufrido torturas verdaderas en el universo. En cuanto a la “represión salvaje”
de ese día, no sé qué adjetivo podrían encontrar entonces para las cargas de
los grises en la dictadura, que
muchos todavía hemos conocido. En ellas, y en otras incontables a lo ancho del
globo, sí que se hacía y se hace daño, en Venezuela hoy sin ir más lejos. La
policía y la Guardia Civil se deberían haber abstenido de emplear una sola
porra, pero calificar su actuación de “brutal” y “salvaje” es desconocer la
brutalidad y el salvajismo. Por fortuna. Y ojalá que las generaciones actuales
los sigan desconociendo.
La de las palabras
manoseadas y profanadas es la mayor ofensa y la mayor falta de respeto. Más
incluso que la tergiversación de los números, practicada cuando en las últimas
elecciones catalanas un 47% o 48% quedó convertido por los caciques y los
cazabrujas (no por todos
los independentistas, claro) en “una mayoría nítida” y “un claro
mandato” del pueblo entero. Ese fue ya el aviso de que nos encontramos, en
efecto, ante émulos de Mussolini que extrañamente se dicen oprimidos, sin
libertad y humillados, y que cometen la infamia de llamar “fascistas” a sus
venideras víctimas.
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